miércoles, 18 de abril de 2007

La fiesta

La fiesta, igual que la procesión, tiene que ir necesariamente por dentro. Porque la vida cotidiana es casi una negación violenta de la fiesta, parecería en estos días de matanzas y confrontaciones que la alegría es casi una afrenta. Hoy se cumple un año de mi coqueteo con la muerte del que salí reluciente como debe salir cualquier resucitado. ¿Acaso no creen que Lázaro habrá salido a pegarse el fiestón de la vida? Porque ésta, con todas sus cumbres borrascosas y sus fosos marinos, es una vida maravillosa.

Y conste que se los digo yo que he tenido mi cuota muy preciada y preciosa de dolor, que tengo pérdidas enormes, vacíos absurdos, melancolías congénitas. Y sin embargo, se mueve. Algo se mueve dentro, algo respira, algo se agita, algo sonríe, algo definitivamente vibra. Algo que llámelo usted espíritu, dios, ánima, voluntad, decisión, persona. Algo que existe y no se niega. Y se niega a quedarse quieto, a dejarse abandonar, algo que suena, suena, suena y se despierta con apenas un roce con la felicidad. Algo que cuando a una le dice alguien amado “yo quisiera estar muerto” le suena como la uña en el pizarrón, como el salto de la aguja. Algo que, desgraciadamente también, no se puede inocular, contagiar, regalar…

En esta fecha celebro estar viva, celebro haber vivido una experiencia de dolor, amor y espíritu tan inmensa que representa para mi evolución como uno de esas tarjetas del Monopolio que te permiten avanzar muchos casilleros del tablero, pasar por “Go” y cobrar tu sueldo. Celebro haber recibido el amor de todos ustedes y poder seguir disfrutándolo.

Esta es mi experiencia. No sé si la suya, la de afuera de las puertas del quirófano, la del otro extremo del teléfono, fue de angustia, pérdida, desilusión. No sé si se quedaron instalados ahí. No es la mía, tan solo la puedo observar desde la otra orilla con compasión, sí, pero sin perder mi alegría. La fiesta está prendida, dentro.

Hoy tengo ganas de comprarme un pastel y apagar una vela.