“Lo mejor que conocimos separó nuestros destinos, que hoy nos vuelven a reunir. Tal vez, si tú y yo queremos, volveremos a sentir, aquella vieja entrega”. Presuntos Implicados
Se crea el grupo de WhatsApp, se convoca a reunión, se fija
fecha, cuota, lugar. Los compañeros del colegio, ese grupo de aproximadamente
cien personas que comparte contigo la misma fecha de graduación y el mismo
nombre del colegio en el cartón de Bachiller, se quieren reunir, al fin,
después de 26 años de graduados y nueve desde el último reencuentro. Y la
cínica ilustrada, la tímida superada, la observadora mordaz y un poco
misántropa que vive en una se hace miles de preguntas: ¿Para qué ha de uno
juntarse con esos prójimos extraños? ¿Para qué desempolvar unos lazos que por
algo están allá, en el rincón de los recuerdos a los que no se accede todos los
días? ¿Por qué asistir a la constatación de que el tiempo pasa la la la? (¿Lo
leyó cantando? Usted es de los míos, si no, aquí el link, de nada).
Porque somos sentimentales, ¿es por eso?
¿Porque somos curiosos, estamos aburridos, queremos atisbar
por una ventana a la juventud que sentimos, de a poco, lejana, acaso porque queremos
exhibirnos y compararnos?
Las preguntas y las resistencias iniciales empiezan a
disiparse cuando el antes mencionado grupo va siendo el escenario de una
calidez inédita, de un entusiasmo renovado, de las bromas que no suenan caducas
sino totalmente actuales (llamar al compañero con los dos nombres como le decía
el vicerrector, por ejemplo).
Pasar seis, doce, trece años compartiendo buena parte de
todos tus días con un grupo de personas crea lazos, afinidades, anécdotas. La
cuidadosa decisión de los padres de inscribirte en tal o cual colegio te
proporciona relaciones, contactos, amistades eternas pero también la
identificación con un lugar, digamos, el patio de los almendros, y un momento
en la historia de ese lugar, por ejemplo, ser la promoción de los 20 años que
hizo una canción sobre eso con la música de “We’re not gonna take it”. (Every
pun very much intended). Eso, y el deshonroso título de la primera promoción en
perder en las dos campañas de reina, ¡las dos!!
La anécdota, sin embargo, no alcanza para encender del todo la
decisión de ir. Entonces, en medio de la conversación grupal, la coordinación
del evento, las amigas empiezan a escribirte directamente y comentan algo de
ahora pero también del pasado, algo del tipo “tú siempre fuiste tal o cual cosa”,
“te veo igual que entonces”, “qué gusto que tu vida vaya así” y entonces te
llega ese sí y su por qué.
Uno se reúne con la gente del pasado (llámese colegio,
escuela, universidad, trabajos) porque en ellos están las claves de quienes
fuimos y somos en esencia. Nos conocen del “ANTES”: compañeros de la era de los
descubrimientos y las pequeñas grandes lecciones. Nos vienen viendo crecer a la
par que ellos con los respectivos cambios en los cuerpos, colores de pelo,
peinados (¡Diosito, los peinados ochenteros!), deportes, vocaciones; estaban
ahí en nuestros primeros bailes, besos, corazones rotos, chupas, ridículos. Nos
vieron nuevos, puros, inocentes, cuando la vida aún no nos había obligado a
crecer con dolor, cuando aún no habíamos conocido esa cascada de amor
incondicional que es tener hijos, cuando la vida no nos había mostrado su lado
feroz, solitario, desalmado.
Llega el día y te
encuentras con un ambiente de complicidad, intimidad, cariño genuino que no
conociste en aquellos años o que estaba velado por los grupos y los prejuicios.
El abrazo y la sonrisa se sienten sinceros y, al circular, en cada pequeño grupo
hay una identificación, una honestidad que se puede palpar, que se agradece. Te
sientas con alguien y la confidencia fluye, la solidaridad con un momento de
tristeza, de lucha, de logro, se hace presente. Se te rompe el corazón y se te
repara muchas veces en cuestión de horas. Horas algo ligeras, casi mágicas. Hay
música pero nadie baila, todos conversan, intercambian fotos de hijos, relatos
de vida, piropos, apoyo. Se habla menos del pasado y más del ahora. Somos
adultos, hemos cambiado, ciertamente, pero nos reconocemos, nos reencontramos.
De repente, sin darte cuenta, has entrado en un estado de
ágape, de comunidad, de tribu. Puede que sea fugaz pero ha estado ahí, lo has vivido,
no te lo han contado. Gracias, gracias, gracias. Que se mantenga y se repita,
cuando las condiciones se den de manera tan auténtica y maravillosa como fue
aquel sábado feliz en que nos miramos en un espejo y nos vimos hermosos,
fuertes, unidos. Jóvenes por siempre.