miércoles, 19 de octubre de 2005

Sentidos

Sentimos con la piel, los ojos, los oídos, la nariz y la lengua. Ellos nos traen el mundo hasta la ventana de nuestra conciencia, nos ayudan a establecer cómo es: a qué sabe, que temperatura tiene, cómo suena, cómo luce. Pero la balanza de los dones, esta muy particular que tiene cinco lados, se nos inclina para unos lados y para otros no.

Mi sentido dominante es el olfato que, dicen los que saben, está muy enredado con la memoria. Y es cierto: un olor me trae de golpe un recuerdo, un lugar, una imagen, una emoción, una sensación, una compañía.

Recuerdo el olor de la casa de Ballenita aún cerrada, la humedad oscura de los cuartos, la frescura del mar al abrir las ventanas, hasta me atrevo a decir que allí se mezcla también el olor de la polilla de los maderos que cubren el espacio entre las ventanas y las telas metálicas. Y con ese olor, me llegan la libertad, la comodidad, la fantasía de esa preciada adolescencia en el “claustro con piscina”, Michelle, Henry, Jaime y yo, en cuarteto insuperable de la temporada de 1988.

Hay olores que son para mi hogar, calor, seguridad. El olor a chimenea y esencia de romero del departamento de Lucía, la magia de una torta de chocolate en el horno, las ollas con agua hirviendo y eucalipto que mi abuela ponía en cada cuarto con las ventanas cerradas una vez al año para desinfectar el ambiente.

El olfato es de los sentidos más animales que tenemos, como ellos, nos reconocemos unos a otros por nuestra fragancia, pura química interna. Tengo el olor fuerte de mi mamá en su almohada, sus ropas, su cama y en contraste; el sutil olor de mi esposo en la pijama que queda bajo su almohada cuando se ha ido de viaje; el olor agridulce de la cabeza sudada de la princesa más parecido al mío que al del papá con quien comparte tantos rasgos similares.

Me encantan los perfumes, los inciensos, los aceites esenciales. Me fascina el olor del ajo en aceite caliente, el de las hierbas, las frutas, los condimentos, las nueces tostadas, el canguil en el microondas. Me gusta la gente que huele solo cuando les das un abrazo apretadito y te llega el golpe de la mezcla única que hacen piel y perfume. Y si, me cambió la vida la novela de Patrick Suskind. Me reafirmó el poder de los aromas y las narices.

Detecto las fugas de gas, las ollas quemadas y los “accidentes” de los pañales mucho antes que el resto. Si, me afectan los malos olores pero, he aquí mi capacidad única: puedo filtrar olores, “cierro” mentalmente la nariz (ojo, sin usar los dedos) y respiro por la boca. Así puedo manejar a una cuadra del carro de la basura, soportar los olores humanos que se sienten en las aglomeraciones y así pude resistir aquel olor a quemado, a flema y sangre.

Voy a incluir aquí en una subcategoría el sentido del gusto porque van amarraditos, por eso, cuando tenemos gripe la comida no sabe porque, para empezar, no huele. Y aunque la finura del paladar es algo que se desarrolla paladeando, algo de práctica tengo en adivinanzas de ingredientes, en cata aficionada de vinos tintos con la experta guía del vecino francés.

El segundo lugar es para el oído pero no al nivel de que puedo detectar si un músico apenas desafinó o se atrasó en el compás ni si el equipo de sonido está mal ecualizado. Nada de sutilezas así. Lo mío va más por el lado de la memoria musical. Reconozco canciones, recuerdo letras, con pocos compases. Y también es una cuestión de tipo más emotivo que con ínfulas de musicóloga. No soy como esos amigos que con escuchar una canción de un grupo X, digamos que Los Beatles, unen a la memoria auditiva el conocimiento de quien tocó que instrumento y en qué estudio se grabó esa versión en particular y si para ese entonces John miraba mal a Paul y Ringo estaba o no con problemas de hemorroides. (¿Acaso han visto esos banquitos de bateristas?).

En empate en el tercer lugar, asigno la vista y el tacto. Pero en una función particular, la de la intuición. Eso, a la interpretación sensorial que nos da ese algo que los ojos registran y la piel percibe. Eso que te hace rechazar a una persona a flor de piel con saludarla una vez o que te permite detectar las frases no dichas, las verdades que la voz oculta pero el lenguaje corporal grita. Eso que te comunica cuando en una pareja hay un desbalance de afectos, por como mira ella, como se abstrae él cuando ella habla, como los cuerpos no ajustan, no se complementan.

Aqui llega, la parte interactiva, la pregunta al viento, el combustible para la cajita de comentarios. Esta vez tengo dos vertientes de preguntas. La primera relacionada con el olfato: ¿A qué hueles? ¿Qué olor te gusta? ¿Hay algún aroma que asocies conmigo?

Esta es la segunda: Ojos, narices, lenguas, pieles, orejas... ¿cual es tu sentido consentido?

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