Y el mar que está loco por Ana/ prefiere no mirar/ los celos no perdonan/ al agua, ni a las algas, ni a la sal. Naturaleza muerta, Mecano
El mar está ahí, a corta distancia. Lo puedes oler, lo escuchas, lo ves, aunque sea de reojo, camino de una cita. Está ahí como una promesa, ahí como una invitación, ahí como un nido.
Y vas a su encuentro, aunque sea un saludo tímido, un simple “he vuelto” susurrado con las puntas de los dedos de los pies, un medio abrazo hasta las pantorrillas porque estás de apuro, porque dos horas son nada.
El mar te reconoce, te saluda, te lame la piel, te saborea y te deja su sabor a sales y a vida, a profundidad oscura, a reventar de ola. Llega el momento del ritual y lo dejas casi todo en la orilla. El mar te llama, el mar te recibe, el mar te acoge.
Te fundes en él en abrazo indisoluble porque al entrar al mar eres el mar. Eres ola, eres espuma, eres vaivén. Hogar eterno que no impone fecha para el encuentro, que te espera siempre, te rodea igual que la primera vez, como si fuera la última. Te das al mar acaso más que en el amar: te entregas en esencia y sustancia.
El sol actúa como mero iluminador. El cielo vestido entero de azul es apenas un decorado. La arena, una utilería conspiradora; existe un pacto entre estos dos: ella te ensucia para que la lleves de vuelta al agua, caes en la trampa cada vez y vuelves a él. El centro del mundo es el mar, siempre el mar.
La caminata que nos acerca tiene su ritmo único cada vez. Puede ser un paso-a-pasito medido, un trote disimulado, una carrera desaforada. Son los recursos de seducción de los amantes, los sutiles gestos que revelan el ánimo que sazona el encuentro. Al primer beso puede ser que te desvistas también de los treinta y tres años que llevas encima y tengas de nuevo cinco o diez y juegues bajo/con/en el agua a flotar, bucear, nadar, girar, chapotear…
Nunca te despides del mar. Lo llevas dentro como una presencia. Lo acunas en la esencia de todas las cosas que están hechas de agua y sal. Te llenas de mar, te consumes de mar, te curas de mar; igual que del amar. Entre las aguas oceánicas (re)descubro que no soy animal de playa o flor que busca el sol: soy amor del mar.
Si dejo elegir a mis pies/ me llevan camino del mar. Montevideo, Jorge Drexler.
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