Cuando pasa en tu vida lo que pensaste que jamás pasaría, cuando pierdes lo que deseabas eterno e inmutable, aprendes de golpe la lección vacía tantas veces repetida: solo cuenta el Amor y cuánto, cómo, cuánto lo expresamos, cuánto le permitimos obrar sus milagros en nuestras vidas. Entonces miras a los lados y ves con quiénes cuentas, a dónde irías a buscar eso que ahora te falta, con quiénes pasarías esos momentos aparentemente simples pero que con la sencilla presencia te dan el calor que solo te da la compañía humana.
Así yo subo un piso hasta tu puerta muchos días, invitada o no, y me encuentro con ese ambiente que me conecta con gran parte de mi vida: ahí están desde siempre los gritos, las risas y ustedes, más viejos, más sabios, más dulces. Las batonas y el piano, el olor a café que se cuela por los tragaluces, las conversaciones sobre el último artículo, el próximo programa, los libros comentados y prestados, la sagrada novela de las ocho y media, y el libro en la mano, la puerta entrecerrada y el aire prendido toda la noche.
Estás tú frente a algún teclado, del piano o el computador. Está esa mirada que a veces es ausente, otras enfocada. Está el hacer estación de charla contigo y luego por separado con tu mujer, porque tú acaparas cualquier conversación. Estás presente además en los mejores recuerdos y me extendiste tu mano y tus ojos (con la hidráulica cada vez más descompuesta) en los momentos difíciles.
Quisiera que un abrazo mío te regalara todas las certezas y te ahuyentara todos los miedos. Quisiera que el amor alcanzara para todo y para todos. Sé que un día nos despediremos y en ese día, tal como hoy, te daré las gracias por tanta lección aprendida y por el parentesco totalmente correspondido.¡Salud!
Así yo subo un piso hasta tu puerta muchos días, invitada o no, y me encuentro con ese ambiente que me conecta con gran parte de mi vida: ahí están desde siempre los gritos, las risas y ustedes, más viejos, más sabios, más dulces. Las batonas y el piano, el olor a café que se cuela por los tragaluces, las conversaciones sobre el último artículo, el próximo programa, los libros comentados y prestados, la sagrada novela de las ocho y media, y el libro en la mano, la puerta entrecerrada y el aire prendido toda la noche.
Estás tú frente a algún teclado, del piano o el computador. Está esa mirada que a veces es ausente, otras enfocada. Está el hacer estación de charla contigo y luego por separado con tu mujer, porque tú acaparas cualquier conversación. Estás presente además en los mejores recuerdos y me extendiste tu mano y tus ojos (con la hidráulica cada vez más descompuesta) en los momentos difíciles.
Quisiera que un abrazo mío te regalara todas las certezas y te ahuyentara todos los miedos. Quisiera que el amor alcanzara para todo y para todos. Sé que un día nos despediremos y en ese día, tal como hoy, te daré las gracias por tanta lección aprendida y por el parentesco totalmente correspondido.¡Salud!
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