El bienvenido viento de la tarde entra con fuerza por la ventana del cuarto trasero, el que da a partes laterales de edificios feos pero por el que se recorta un cielo de postal con nubes en todos los tonos que van del gris al blanco en un fondo de azul celeste.
En una ventana del chat converso con la Bebé sobre el nacimiento de SU bebé, mi sobrino. Me cuenta el avance del cuarto. Escogemos por internet el diseño para unas tarjetas que le voy a hacer al chiquitín con los datos de su nacimiento. Son pequeños dibujos dulcemente cursis, cosas de mujeres, peor, cosas de madres, de esas que provocan aquellos “ooooooh” que los hombres detestan (¿y qué?).
En la computadora suena el disco de Jaime Cullum, con esa encantadora mezcla entre optimismo upbeat, virtuosismo al piano y melancolía jazzera. Con el perdón de Gene Kelly, “Singing in the rain” se siente más nueva que el primer día. El mismo disco suena en diferente tiempo en una computadora remota, que fue la que me originó la pica de escuchar al jovencito británico. (The British rule! London or Death!).
Recibo las malas noticias de Paulette Goddard, la vecina de blog, la compañera de interminables charlas en chat y en vivo. Su hija canina tiene un diagnóstico fatal. Al lado de ella, apenas soy aprendiz de “animal freak” (quien te "insultó" así no sabía que te estaba definiendo, querida). Recuerdo a mi querida compañera de adolescencia, ella, que se creía humana y encima, humana cascarrabias.
Más temprano fijé para la noche una cita para tomar café con una amiga de amistad reciente. Una sorpresa de mujer, una demostración de que la persona no es el personaje. Se irá pronto a vivir afuera por varios años y desde que lo sé, que fue el día en que nos conocimos, tengo nostalgia de esa ausencia. La amistad crecerá, lo sé, en la distancia, pero ¡justo ahora que estoy en la onda de practicar la presencia, doctora!
Suena el teléfono y una de mis madres queridas me llama. Conversamos poco pero muy significativo. Me lanza piropos que, viniendo de una mujer tan brillante como ella, me inflan el ego cual pecho de… ¿cómo se llama el bicho ese? (Este es un momento Tere, en que la llamaría a preguntar y se burlaría de mi por no recordarlo si es algo que SÉ). Me duele su dolor, su incertidumbre, tanto más grave en su actual situación de vida. Es tan poco lo que puedo hacer. Y lo hago. Voy a cruzar la puerta para ir a darle/recibir un abrazo. Las dos lo necesitamos.
En una ventana del chat converso con la Bebé sobre el nacimiento de SU bebé, mi sobrino. Me cuenta el avance del cuarto. Escogemos por internet el diseño para unas tarjetas que le voy a hacer al chiquitín con los datos de su nacimiento. Son pequeños dibujos dulcemente cursis, cosas de mujeres, peor, cosas de madres, de esas que provocan aquellos “ooooooh” que los hombres detestan (¿y qué?).
En la computadora suena el disco de Jaime Cullum, con esa encantadora mezcla entre optimismo upbeat, virtuosismo al piano y melancolía jazzera. Con el perdón de Gene Kelly, “Singing in the rain” se siente más nueva que el primer día. El mismo disco suena en diferente tiempo en una computadora remota, que fue la que me originó la pica de escuchar al jovencito británico. (The British rule! London or Death!).
Recibo las malas noticias de Paulette Goddard, la vecina de blog, la compañera de interminables charlas en chat y en vivo. Su hija canina tiene un diagnóstico fatal. Al lado de ella, apenas soy aprendiz de “animal freak” (quien te "insultó" así no sabía que te estaba definiendo, querida). Recuerdo a mi querida compañera de adolescencia, ella, que se creía humana y encima, humana cascarrabias.
Más temprano fijé para la noche una cita para tomar café con una amiga de amistad reciente. Una sorpresa de mujer, una demostración de que la persona no es el personaje. Se irá pronto a vivir afuera por varios años y desde que lo sé, que fue el día en que nos conocimos, tengo nostalgia de esa ausencia. La amistad crecerá, lo sé, en la distancia, pero ¡justo ahora que estoy en la onda de practicar la presencia, doctora!
Suena el teléfono y una de mis madres queridas me llama. Conversamos poco pero muy significativo. Me lanza piropos que, viniendo de una mujer tan brillante como ella, me inflan el ego cual pecho de… ¿cómo se llama el bicho ese? (Este es un momento Tere, en que la llamaría a preguntar y se burlaría de mi por no recordarlo si es algo que SÉ). Me duele su dolor, su incertidumbre, tanto más grave en su actual situación de vida. Es tan poco lo que puedo hacer. Y lo hago. Voy a cruzar la puerta para ir a darle/recibir un abrazo. Las dos lo necesitamos.
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