Tuve un dolor de muelas que me duró una semana. Y bueno, a quién no le ha dolido una muela. Ah, claro, a algún obsesivo de la higiene, aborrecedor de los caramelos. Bueno, si eres de esos, gracias por pasar, puedes cargar con tu pulcritud bucal a otro lado.
Decía que me dolió la muela toda la semana. Vivía con dolor, sobreviví entre los lapsos que me duraba la dosis de analgésico que primero era una pastilla y luego dos. Y tenía otitis viral, es decir, que al dolor de muelas súmale la inflamación de los oídos y una fastidiosa tos seca. Más claro, era un paquete. Y así deambulé toda la semana porque no quería llegar donde mi dentista amigo con una peste más de las que ya han caído por su casa. A saber: su suegra está convaleciendo de una operación de tobillo, su hija tenía varicela y su mujer estaba a cargo de los dos nietos. Noooo, ¡no iba a ser yo la que aumente sus desgracias!!
Llegué por allá un martes. Y él obró su magia en mi gran caries producto de un calce caído hace tiempo ya. Que por qué no había ido antes a que me lo cure y cierre es una raya más a mi prontuario de “professional procrastinator”. Pero esa es otra historia. El caso es que el momento en que la agujita del anestésico toco el nervio e hizo su efecto fue, cómo lo explico… una alegría, un alivio, un despertar, un sacarse la nube de lluvia de encima de la cabeza. La vida sin dolor solo se puede apreciar después que se lo ha experimentado como una presencia constante.
Desde ese instante ando hecha una pascua. Encima de aquello, cual cereza del pastel, me fui a Quito tres días, con reunión de trabajo muy estimulante, almuerzo glamoroso y farra nocturna. ¡Uy, la farra nocturna! Señoras, señores, si no han bailado en mucho tiempo y su vida está bastante bien sin hacerlo, evítenlo. La noche del viernes se despertó el monstruo. Y el monstruo quiere mover los pies, menear las caderas, bailar la gasolina hasta abajo (como hizo la Lola en su momento), saltar con el don de Miranda. Y el monstruo tendrá que conformarse, de nuevo, con bailes de sillón, esos que uno hace de la cintura para arriba cuando escucha música y escribe en el computador. (Ajá, adivinó usted, lo hacía mientras escribía estas líneas, ¿tanto se nota?). Lo que agradezco, eso si, es darme cuenta que aunque le costó tomar el ritmo y tuvo que vencer al aburrido “mejor estaríamos conversando en casa”, el cuerpo recuerda: los pies se saben los pasos, la cintura se quiebra como en aquellos días y esos lugares.
Ya se me pasará. Qué lastima andar tan festiva y que todos sigan tan… ¡normales! La miss G con nostalgias de madurez, la señora A con corajes reprimidos, el señor V hablando de literatura, la doctora D armando maletas, mi señor P con los mil diablos por la cliente más desgraciada del ruedo, el príncipe F con junta directiva, doña R entre malabares de hijos y oficina, la Nena tan lejana, la Goopi de madre ejemplar. Me queda apenas este territorio imaginario para invitarlos a todos a bailar, a charla con vinos, a dolor de barrigas de tanta risa. ¿Se animan?
Decía que me dolió la muela toda la semana. Vivía con dolor, sobreviví entre los lapsos que me duraba la dosis de analgésico que primero era una pastilla y luego dos. Y tenía otitis viral, es decir, que al dolor de muelas súmale la inflamación de los oídos y una fastidiosa tos seca. Más claro, era un paquete. Y así deambulé toda la semana porque no quería llegar donde mi dentista amigo con una peste más de las que ya han caído por su casa. A saber: su suegra está convaleciendo de una operación de tobillo, su hija tenía varicela y su mujer estaba a cargo de los dos nietos. Noooo, ¡no iba a ser yo la que aumente sus desgracias!!
Llegué por allá un martes. Y él obró su magia en mi gran caries producto de un calce caído hace tiempo ya. Que por qué no había ido antes a que me lo cure y cierre es una raya más a mi prontuario de “professional procrastinator”. Pero esa es otra historia. El caso es que el momento en que la agujita del anestésico toco el nervio e hizo su efecto fue, cómo lo explico… una alegría, un alivio, un despertar, un sacarse la nube de lluvia de encima de la cabeza. La vida sin dolor solo se puede apreciar después que se lo ha experimentado como una presencia constante.
Desde ese instante ando hecha una pascua. Encima de aquello, cual cereza del pastel, me fui a Quito tres días, con reunión de trabajo muy estimulante, almuerzo glamoroso y farra nocturna. ¡Uy, la farra nocturna! Señoras, señores, si no han bailado en mucho tiempo y su vida está bastante bien sin hacerlo, evítenlo. La noche del viernes se despertó el monstruo. Y el monstruo quiere mover los pies, menear las caderas, bailar la gasolina hasta abajo (como hizo la Lola en su momento), saltar con el don de Miranda. Y el monstruo tendrá que conformarse, de nuevo, con bailes de sillón, esos que uno hace de la cintura para arriba cuando escucha música y escribe en el computador. (Ajá, adivinó usted, lo hacía mientras escribía estas líneas, ¿tanto se nota?). Lo que agradezco, eso si, es darme cuenta que aunque le costó tomar el ritmo y tuvo que vencer al aburrido “mejor estaríamos conversando en casa”, el cuerpo recuerda: los pies se saben los pasos, la cintura se quiebra como en aquellos días y esos lugares.
Ya se me pasará. Qué lastima andar tan festiva y que todos sigan tan… ¡normales! La miss G con nostalgias de madurez, la señora A con corajes reprimidos, el señor V hablando de literatura, la doctora D armando maletas, mi señor P con los mil diablos por la cliente más desgraciada del ruedo, el príncipe F con junta directiva, doña R entre malabares de hijos y oficina, la Nena tan lejana, la Goopi de madre ejemplar. Me queda apenas este territorio imaginario para invitarlos a todos a bailar, a charla con vinos, a dolor de barrigas de tanta risa. ¿Se animan?
¡¡ULTIMA HORA!! La revista Habla me incluyó en los seis mejores posts de la semana. Que conste que no soborné a nadie (como otras), bueno, al editor le llevé brownies el sábado, ¿será por eso? Y también hay un invaluable chiste (casi interno) acerca del artículo sobre blogs que se publicó en diario Expreso este lunes.
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