viernes, 9 de diciembre de 2005

Las diosas también usan colitas


He permitido a mi cabello volver a crecer. Lo he llevado corto, cortísimo, durante dos años. Dos años en los que pasó de todo, pasé de todo y, por fin, estoy de vuelta. Y el cabello largo también. Son sensaciones distintas, estados de ánimo distintos.

Una mujer de pelo corto es una mujer valiente, segura, que se despoja voluntariamente de ese adorno de la feminidad que es el cabello largo, marco de color y textura. Cuando una se corta el pelo lo muestra todo, pone el rostro por delante, expone el cuello, la nuca, las orejas... Es el epítome de la sencillez, es una expresión de riesgo, es un método práctico de estar siempre peinada, más bien, de no requerir peinado.

Una mujer de pelo largo es una mujer sensual, versátil, con un moño puede verse seria, cuando se suelta el cabello es como que libera su ser, extiende sus hilos. Las mujeres de extensa cabellera tienen recursos gestuales adicionales: jugar con un mechón, mover la cabeza para agitar los rizos, o los lacios. Acaso se ve más juvenil, romántica, femenina. De hecho, hay quienes opinan que a “cierta edad” ya no conviene tener el cabello largo. Al diablo con esos, y en fin, aún no tengo ni siento esa indefinida “cierta edad”.

Quiero tener el pelo largo para poder “soltarme las trenzas”, para despeinarme, para volver a agitar la melena cuando baile, porque eso: quiero volver a bailar, sentirme ligera, despreocupada, irresponsable ("..con ese antiguo don de fluir", reza una canción).

Ya empiezo a tener una melena que necesita peinarse. Ya empiezo a recurrir a diademas, pinchos, elásticos. Ayer me hice por primera vez dos colitas, ridículas, graciosas; mientras escribo estas líneas tengo un medio moño. La temporada de calor que empieza a hacerse sentir me preocupa. Quizá el cabello largo no sobreviva ante la frescura del pelo corto, la difusión de calor que permite oxigenación directa al cerebro a lo mejor sea muy tentadora. Veremos. Verán. Veré (o más bien, sentiré).

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