Tuve una Navidad sin familia, pero eso no es lo que recuerdo. Recuerdo que recibí la muñeca de la Mujer Maravilla y eso fue lo máximo. Recuerdo que había muchos niños, recuerdo la casa, recuerdo la gente. Pero no recuerdo haber sentido que mi mamá y mis abuelos no estaban conmigo esa Nochebuena. Yo tenía siete años y a mi abuelito César solo le quedaban cinco días de vida.
Tuve año tras año de las Navidades glamorosas de mi familia postiza, con mi hermana de tomate y sus parientes y amigos de todos los sabores, nacionalidades, edades y colores. Reunión especialísima de ocho a diez de la noche, con ponche, intercambio de regalos y papá vestido de Noel con barbitas de peluche.
Tuve varias Navidades de familias integradas, de sentirme parte de una pequeña comunidad de mi familia y su familia, de compartir mesa, pan y fiesta significativa. De ver a nuestras madres iniciar una amistad que se volvería independiente, sólida y ahora, eterna mucho más, diría, después de nuestra despedida.
Tuve Navidades de casada, tensas, divididas, incómodas. De iniciar el peregrinaje de chocolate-de-Nochebuena-con-mi-mami, almuerzo-de-Navidad-con-la-tuya. Del dolor de sentir que mi familia no te acogía, apenas te recibía; y la tuya me rodeaba con cariño, me hacía una más a la mesa con sentimiento y derecho propios.
Tuve una Navidad llena de adioses. Con el árbol más lindo de nuestra vida, armado en casa de mami por las manos prodigiosas de la amiga del tercer párrafo. La princesa de apenas un año, con su carita de sorpresa con las luces de ese, su primer árbol. Con tu mano en la mía para sostenerme en medio del trance de dolor que nos vivía.
Tuve una primera Navidad de silla vacía, de espacio inmenso, de no saber dónde ni cómo ponernos con ella. Pero ahí estuvo una vez más la princesa para aliviarnos, para comerse los quesitos y empezar a sorprenderse con la multitud de regalos que recibió donde la abuelita “flash”. Trasladé el árbol magnífico a mi casa y le puse lo suyo y lo mío. Más bien lo hice mío, homenaje a mi saudade de ella...
Tengo una Navidad llena de amor, de alegría naciente, de serenidad y esperanza. Una Navidad que a los ojos de la princesa se vive como la verdaderamente primera. Gracias a los cantos, los adornos, las posadas de la escuela. Será ovejita en el nacimiento viviente, ya sabe del “bebé Jesús, la mamá María y el papá José”, ya grita “Feliz Navidad”, ya busca las señales de la fiesta en las calles, los centros comerciales, los balcones. La Navidad es suya ahora y con ella irá creciendo nuestra ilusión.
Es Navidad, es Nacimiento, es reverdecer, es resurrección. Es Jesús y la grandeza del milagro de su vida, que está tanto en la cruz como en el sencillo y grandioso hecho de que todo un Dios se haya hecho Hombre. Es Amor, sólo es Amor.
Paz para todos desde el Amor que inunda mi corazón. Todas las tempestades pasan, algún día. Y para mi, este es el día.
Tuve año tras año de las Navidades glamorosas de mi familia postiza, con mi hermana de tomate y sus parientes y amigos de todos los sabores, nacionalidades, edades y colores. Reunión especialísima de ocho a diez de la noche, con ponche, intercambio de regalos y papá vestido de Noel con barbitas de peluche.
Tuve varias Navidades de familias integradas, de sentirme parte de una pequeña comunidad de mi familia y su familia, de compartir mesa, pan y fiesta significativa. De ver a nuestras madres iniciar una amistad que se volvería independiente, sólida y ahora, eterna mucho más, diría, después de nuestra despedida.
Tuve Navidades de casada, tensas, divididas, incómodas. De iniciar el peregrinaje de chocolate-de-Nochebuena-con-mi-mami, almuerzo-de-Navidad-con-la-tuya. Del dolor de sentir que mi familia no te acogía, apenas te recibía; y la tuya me rodeaba con cariño, me hacía una más a la mesa con sentimiento y derecho propios.
Tuve una Navidad llena de adioses. Con el árbol más lindo de nuestra vida, armado en casa de mami por las manos prodigiosas de la amiga del tercer párrafo. La princesa de apenas un año, con su carita de sorpresa con las luces de ese, su primer árbol. Con tu mano en la mía para sostenerme en medio del trance de dolor que nos vivía.
Tuve una primera Navidad de silla vacía, de espacio inmenso, de no saber dónde ni cómo ponernos con ella. Pero ahí estuvo una vez más la princesa para aliviarnos, para comerse los quesitos y empezar a sorprenderse con la multitud de regalos que recibió donde la abuelita “flash”. Trasladé el árbol magnífico a mi casa y le puse lo suyo y lo mío. Más bien lo hice mío, homenaje a mi saudade de ella...
Tengo una Navidad llena de amor, de alegría naciente, de serenidad y esperanza. Una Navidad que a los ojos de la princesa se vive como la verdaderamente primera. Gracias a los cantos, los adornos, las posadas de la escuela. Será ovejita en el nacimiento viviente, ya sabe del “bebé Jesús, la mamá María y el papá José”, ya grita “Feliz Navidad”, ya busca las señales de la fiesta en las calles, los centros comerciales, los balcones. La Navidad es suya ahora y con ella irá creciendo nuestra ilusión.
Es Navidad, es Nacimiento, es reverdecer, es resurrección. Es Jesús y la grandeza del milagro de su vida, que está tanto en la cruz como en el sencillo y grandioso hecho de que todo un Dios se haya hecho Hombre. Es Amor, sólo es Amor.
Paz para todos desde el Amor que inunda mi corazón. Todas las tempestades pasan, algún día. Y para mi, este es el día.
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