miércoles, 22 de febrero de 2006

La experiencia del dolor o el despertar del monstruo de la pista

Tuve un dolor de muelas que me duró una semana. Y bueno, a quién no le ha dolido una muela. Ah, claro, a algún obsesivo de la higiene, aborrecedor de los caramelos. Bueno, si eres de esos, gracias por pasar, puedes cargar con tu pulcritud bucal a otro lado.

Decía que me dolió la muela toda la semana. Vivía con dolor, sobreviví entre los lapsos que me duraba la dosis de analgésico que primero era una pastilla y luego dos. Y tenía otitis viral, es decir, que al dolor de muelas súmale la inflamación de los oídos y una fastidiosa tos seca. Más claro, era un paquete. Y así deambulé toda la semana porque no quería llegar donde mi dentista amigo con una peste más de las que ya han caído por su casa. A saber: su suegra está convaleciendo de una operación de tobillo, su hija tenía varicela y su mujer estaba a cargo de los dos nietos. Noooo, ¡no iba a ser yo la que aumente sus desgracias!!

Llegué por allá un martes. Y él obró su magia en mi gran caries producto de un calce caído hace tiempo ya. Que por qué no había ido antes a que me lo cure y cierre es una raya más a mi prontuario de “professional procrastinator”. Pero esa es otra historia. El caso es que el momento en que la agujita del anestésico toco el nervio e hizo su efecto fue, cómo lo explico… una alegría, un alivio, un despertar, un sacarse la nube de lluvia de encima de la cabeza. La vida sin dolor solo se puede apreciar después que se lo ha experimentado como una presencia constante.

Desde ese instante ando hecha una pascua. Encima de aquello, cual cereza del pastel, me fui a Quito tres días, con reunión de trabajo muy estimulante, almuerzo glamoroso y farra nocturna. ¡Uy, la farra nocturna! Señoras, señores, si no han bailado en mucho tiempo y su vida está bastante bien sin hacerlo, evítenlo. La noche del viernes se despertó el monstruo. Y el monstruo quiere mover los pies, menear las caderas, bailar la gasolina hasta abajo (como hizo la Lola en su momento), saltar con el don de Miranda. Y el monstruo tendrá que conformarse, de nuevo, con bailes de sillón, esos que uno hace de la cintura para arriba cuando escucha música y escribe en el computador. (Ajá, adivinó usted, lo hacía mientras escribía estas líneas, ¿tanto se nota?). Lo que agradezco, eso si, es darme cuenta que aunque le costó tomar el ritmo y tuvo que vencer al aburrido “mejor estaríamos conversando en casa”, el cuerpo recuerda: los pies se saben los pasos, la cintura se quiebra como en aquellos días y esos lugares.

Ya se me pasará. Qué lastima andar tan festiva y que todos sigan tan… ¡normales! La miss G con nostalgias de madurez, la señora A con corajes reprimidos, el señor V hablando de literatura, la doctora D armando maletas, mi señor P con los mil diablos por la cliente más desgraciada del ruedo, el príncipe F con junta directiva, doña R entre malabares de hijos y oficina, la Nena tan lejana, la Goopi de madre ejemplar. Me queda apenas este territorio imaginario para invitarlos a todos a bailar, a charla con vinos, a dolor de barrigas de tanta risa. ¿Se animan?

¡¡ULTIMA HORA!! La revista Habla me incluyó en los seis mejores posts de la semana. Que conste que no soborné a nadie (como otras), bueno, al editor le llevé brownies el sábado, ¿será por eso? Y también hay un invaluable chiste (casi interno) acerca del artículo sobre blogs que se publicó en diario Expreso este lunes.

domingo, 12 de febrero de 2006

Happy Bernie to you!

Cuando pasa en tu vida lo que pensaste que jamás pasaría, cuando pierdes lo que deseabas eterno e inmutable, aprendes de golpe la lección vacía tantas veces repetida: solo cuenta el Amor y cuánto, cómo, cuánto lo expresamos, cuánto le permitimos obrar sus milagros en nuestras vidas. Entonces miras a los lados y ves con quiénes cuentas, a dónde irías a buscar eso que ahora te falta, con quiénes pasarías esos momentos aparentemente simples pero que con la sencilla presencia te dan el calor que solo te da la compañía humana.

Así yo subo un piso hasta tu puerta muchos días, invitada o no, y me encuentro con ese ambiente que me conecta con gran parte de mi vida: ahí están desde siempre los gritos, las risas y ustedes, más viejos, más sabios, más dulces. Las batonas y el piano, el olor a café que se cuela por los tragaluces, las conversaciones sobre el último artículo, el próximo programa, los libros comentados y prestados, la sagrada novela de las ocho y media, y el libro en la mano, la puerta entrecerrada y el aire prendido toda la noche.

Estás tú frente a algún teclado, del piano o el computador. Está esa mirada que a veces es ausente, otras enfocada. Está el hacer estación de charla contigo y luego por separado con tu mujer, porque tú acaparas cualquier conversación. Estás presente además en los mejores recuerdos y me extendiste tu mano y tus ojos (con la hidráulica cada vez más descompuesta) en los momentos difíciles.

Quisiera que un abrazo mío te regalara todas las certezas y te ahuyentara todos los miedos. Quisiera que el amor alcanzara para todo y para todos. Sé que un día nos despediremos y en ese día, tal como hoy, te daré las gracias por tanta lección aprendida y por el parentesco totalmente correspondido.¡Salud!

jueves, 9 de febrero de 2006

Aires nuevos del norte cercano

Lean algo distinto acerca de la Colombia vecina, para que vean que no TODO el país está fascinado con Uribe. Muy recomendado el artículo de Opinión ¡Ay, Colombita!, de Carlos Villar Borda, genial maestro de siempre.

Un pasquín, el periódico de la O

miércoles, 1 de febrero de 2006

Revuelto de emociones

El bienvenido viento de la tarde entra con fuerza por la ventana del cuarto trasero, el que da a partes laterales de edificios feos pero por el que se recorta un cielo de postal con nubes en todos los tonos que van del gris al blanco en un fondo de azul celeste.

En una ventana del chat converso con la Bebé sobre el nacimiento de SU bebé, mi sobrino. Me cuenta el avance del cuarto. Escogemos por internet el diseño para unas tarjetas que le voy a hacer al chiquitín con los datos de su nacimiento. Son pequeños dibujos dulcemente cursis, cosas de mujeres, peor, cosas de madres, de esas que provocan aquellos “ooooooh” que los hombres detestan (¿y qué?).

En la computadora suena el disco de Jaime Cullum, con esa encantadora mezcla entre optimismo upbeat, virtuosismo al piano y melancolía jazzera. Con el perdón de Gene Kelly, “Singing in the rain” se siente más nueva que el primer día. El mismo disco suena en diferente tiempo en una computadora remota, que fue la que me originó la pica de escuchar al jovencito británico. (The British rule! London or Death!).

Recibo las malas noticias de Paulette Goddard, la vecina de blog, la compañera de interminables charlas en chat y en vivo. Su hija canina tiene un diagnóstico fatal. Al lado de ella, apenas soy aprendiz de “animal freak” (quien te "insultó" así no sabía que te estaba definiendo, querida). Recuerdo a mi querida compañera de adolescencia, ella, que se creía humana y encima, humana cascarrabias.

Más temprano fijé para la noche una cita para tomar café con una amiga de amistad reciente. Una sorpresa de mujer, una demostración de que la persona no es el personaje. Se irá pronto a vivir afuera por varios años y desde que lo sé, que fue el día en que nos conocimos, tengo nostalgia de esa ausencia. La amistad crecerá, lo sé, en la distancia, pero ¡justo ahora que estoy en la onda de practicar la presencia, doctora!

Suena el teléfono y una de mis madres queridas me llama. Conversamos poco pero muy significativo. Me lanza piropos que, viniendo de una mujer tan brillante como ella, me inflan el ego cual pecho de… ¿cómo se llama el bicho ese? (Este es un momento Tere, en que la llamaría a preguntar y se burlaría de mi por no recordarlo si es algo que SÉ). Me duele su dolor, su incertidumbre, tanto más grave en su actual situación de vida. Es tan poco lo que puedo hacer. Y lo hago. Voy a cruzar la puerta para ir a darle/recibir un abrazo. Las dos lo necesitamos.