lunes, 15 de diciembre de 2008

León

Era cuestión de horas, decía la prensa esta mañana, junto al recuento del viaje de fugaz ida y pronto retorno a un centro especializado en cáncer en la Florida. León Febres-Cordero Ribadeneira ha muerto esta tarde. Los sentimientos son variados, complejos, tal como el personaje que los inspira.

León marcó a mi generación. Yo tenía 11 años durante la campaña del 1984 y el mensaje progresista de ese diputado furibundo inspiró al país. Recuerdo con punto y coma la canción de campaña (y sus versiones apócrifas). Mi recuerdo más temprano es de esa época: compartimos un vuelo a Quito y no dudé en acercarme a saludarlo, me pareció altísimo, aún no eran las épocas de las guardias de choque y su melena aún no era completamente cana. Sabía muy poco de ideologías y entonces apenas era un gatito. Poco sabía de lo que vendría después, pero reconocí la influencia de ese enorme carisma que lo acompañó hasta el final de su vida política.

Luego vendría todo aquello que lo hizo temido, polémico, cuestionado: AVC y todo lo que implicó, Taura, los atropellos al Congreso, la necedad con lo del ministro Robles Plaza, la prepotencia, el desprecio de las libertades. Uno de mis amigos de infancia tenía la extraña afición, (muy extraña para un chico de ¿13, 14?) de coleccionar cuánto artículo y fotografía saliera en la prensa. Con los años, la información superaría al fanatismo y tanto él como yo llegaríamos a esta mezcla compleja de admiración y rechazo.

Después la pausa en la que no dejó de ejercer el poder exagerado que llegó a concentrar a través de la participación de su partido en las instituciones del Estado, y luego, la Alcaldía de Guayaquil. Entre 1992 y 2000, LFC rescató a esta ciudad del lodazal (literal e institucional) en que estaba convertida y sentó las bases de la ciudad moderna que disfrutamos hoy en día. El Municipio pasó de ser un lugar caótico, maloliente y temible, donde se amontonaba la basura y los registros eran inexistentes a un ente técnico y con tecnología de punta que no solo es el mayor generador de empleo de la ciudad sino que también impulsa temas de salud, alimentación, educación y cultura. Claro está, gracias al seguimiento que ha dado Jaime Nebot, con su estilo propio, pero el trabajo sucio de ordenar la casa lo hizo este hombre.

En los últimos años de la alcaldía ya estaba trabajando en periodismo y como parte de mi “conscripción” en el área de política de El Universo, me encomendaron la nada sencilla tarea de asistir a las ruedas de prensa de los jueves, donde pontificaba sobre asuntos locales y nacionales azuzado por los periodistas que acudíamos a esa ceremonia con una mezcla de temor (¡ay, del que haciera preguntas tontas!) y entusiasmo (por la primicia, la perla, el titular incendiario). Escribí mi primera crónica acerca de aquellas reuniones y de esa personalidad impresionante. Aún no estaba de salida, aún se daba el lujo de amenazar presidentes y convocar marchas multitudinarias. Más tarde, en el ocaso de su vida política, protagonizó una persecución visceral e infame al ex presidente Gustavo Noboa, de la que fui un testigo cercano e implicado. Durante ese “después” me lo encontré en la calle y escribí este post.

Mi hija estaba cerca cuando leí la noticia y ella percibió mi cambio de actitud y me preguntó el por qué. Entonces le expliqué que ese señor de la foto había muerto, que había sido el Presidente del Ecuador y el Alcalde de Guayaquil y que había sido una persona que había hecho mucho daño y mucho bien, pero que fue un personaje de mucha fuerza e inteligencia. Lo digo sin pena, las emociones que sentí fueron muchas, mezcladas, contradictorias. Aún es muy pronto para explicarle aquello del carisma pero es algo que repito hace mucho: León tenía un carisma apabullante, era de esas personas que llenaban salones con su sola presencia. Los que vienen serán días interesantes. Este no es un difunto que nos deje indiferentes, lo amas o lo odias y todo lo que hay en medio. En El Comercio un titular lo resume como “El político más influyente de los últimos 40 años” y desde la noticia de la gravedad de su enfermedad, las Cartas al Director de El Universo han estado inundadas de expresiones de gratitud de los lectores, especialmente de Guayaquil.

A pesar de todo aquello, eso no es lo esencial: ha muerto un padre, un abuelo, un esposo. Un ser humano como el que más, que merece compasión por sus errores y análisis de sus aciertos. Un ecuatoriano que ha dejado huella que se calificará según la orilla de las opiniones en la que uno se encuentre: nefasta para algunos, gloriosa para otros.

Que su alma tenga paz, claridad y luz, como todas. Y que sus enemigos y todos los que lo desprecian, consigan perdonarlo.