lunes, 15 de enero de 2024

Legacy?

Publico este post solo porque Blogger me escribió a decir; usted no pasa por acá hace fuuu, entre o le vamos a dar de baja su bonito blog. Así que aquí estoy. No quiero que desaparezca. Gracias, M.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Volver (De cómo se viaja al pasado en una noche)

 “Lo mejor que conocimos separó nuestros destinos, que hoy nos vuelven a reunir. Tal vez, si tú y yo queremos, volveremos a sentir, aquella vieja entrega”. Presuntos Implicados

Se crea el grupo de WhatsApp, se convoca a reunión, se fija fecha, cuota, lugar. Los compañeros del colegio, ese grupo de aproximadamente cien personas que comparte contigo la misma fecha de graduación y el mismo nombre del colegio en el cartón de Bachiller, se quieren reunir, al fin, después de 26 años de graduados y nueve desde el último reencuentro. Y la cínica ilustrada, la tímida superada, la observadora mordaz y un poco misántropa que vive en una se hace miles de preguntas: ¿Para qué ha de uno juntarse con esos prójimos extraños? ¿Para qué desempolvar unos lazos que por algo están allá, en el rincón de los recuerdos a los que no se accede todos los días? ¿Por qué asistir a la constatación de que el tiempo pasa la la la? (¿Lo leyó cantando? Usted es de los míos, si no, aquí el link, de nada).

Porque somos sentimentales, ¿es por eso?

¿Porque somos curiosos, estamos aburridos, queremos atisbar por una ventana a la juventud que sentimos, de a poco, lejana, acaso porque queremos exhibirnos y compararnos?

Las preguntas y las resistencias iniciales empiezan a disiparse cuando el antes mencionado grupo va siendo el escenario de una calidez inédita, de un entusiasmo renovado, de las bromas que no suenan caducas sino totalmente actuales (llamar al compañero con los dos nombres como le decía el vicerrector, por ejemplo).

Pasar seis, doce, trece años compartiendo buena parte de todos tus días con un grupo de personas crea lazos, afinidades, anécdotas. La cuidadosa decisión de los padres de inscribirte en tal o cual colegio te proporciona relaciones, contactos, amistades eternas pero también la identificación con un lugar, digamos, el patio de los almendros, y un momento en la historia de ese lugar, por ejemplo, ser la promoción de los 20 años que hizo una canción sobre eso con la música de “We’re not gonna take it”. (Every pun very much intended). Eso, y el deshonroso título de la primera promoción en perder en las dos campañas de reina, ¡las dos!!  

La anécdota, sin embargo, no alcanza para encender del todo la decisión de ir. Entonces, en medio de la conversación grupal, la coordinación del evento, las amigas empiezan a escribirte directamente y comentan algo de ahora pero también del pasado, algo del tipo “tú siempre fuiste tal o cual cosa”, “te veo igual que entonces”, “qué gusto que tu vida vaya así” y entonces te llega ese sí y su por qué.

Uno se reúne con la gente del pasado (llámese colegio, escuela, universidad, trabajos) porque en ellos están las claves de quienes fuimos y somos en esencia. Nos conocen del “ANTES”: compañeros de la era de los descubrimientos y las pequeñas grandes lecciones. Nos vienen viendo crecer a la par que ellos con los respectivos cambios en los cuerpos, colores de pelo, peinados (¡Diosito, los peinados ochenteros!), deportes, vocaciones; estaban ahí en nuestros primeros bailes, besos, corazones rotos, chupas, ridículos. Nos vieron nuevos, puros, inocentes, cuando la vida aún no nos había obligado a crecer con dolor, cuando aún no habíamos conocido esa cascada de amor incondicional que es tener hijos, cuando la vida no nos había mostrado su lado feroz, solitario, desalmado.

Llega el día y te encuentras con un ambiente de complicidad, intimidad, cariño genuino que no conociste en aquellos años o que estaba velado por los grupos y los prejuicios. El abrazo y la sonrisa se sienten sinceros y, al circular, en cada pequeño grupo hay una identificación, una honestidad que se puede palpar, que se agradece. Te sientas con alguien y la confidencia fluye, la solidaridad con un momento de tristeza, de lucha, de logro, se hace presente. Se te rompe el corazón y se te repara muchas veces en cuestión de horas. Horas algo ligeras, casi mágicas. Hay música pero nadie baila, todos conversan, intercambian fotos de hijos, relatos de vida, piropos, apoyo. Se habla menos del pasado y más del ahora. Somos adultos, hemos cambiado, ciertamente, pero nos reconocemos, nos reencontramos.

De repente, sin darte cuenta, has entrado en un estado de ágape, de comunidad, de tribu. Puede que sea fugaz pero ha estado ahí, lo has vivido, no te lo han contado. Gracias, gracias, gracias. Que se mantenga y se repita, cuando las condiciones se den de manera tan auténtica y maravillosa como fue aquel sábado feliz en que nos miramos en un espejo y nos vimos hermosos, fuertes, unidos. Jóvenes por siempre.

martes, 16 de febrero de 2016

La Voz

El arte escénico a veces imita la vida tan fielmente que te sientas frente a un espejo de tu vida tan tremendamente real que te hace revivir momentos y remueve emociones que, lejos de haber sido olvidadas o superadas, regresan con otro filtro y te dan de golpe, una nueva mirada a eso que viviste, digamos, trece años atrás.

El capítulo “The sound of Silence” de Grey’s Anatomy (que salió al aire el jueves pasado y recién pude ver esta mañana), muestra la perspectiva de Meredith Grey después de haber sufrido el ataque brutal de un paciente que la deja con varios huesos rotos, sorda y sin poder hablar a causa de la rotura de su mandíbula y las secuelas de una traqueotomía de emergencia. Vemos el evento al inicio y luego vemos casi todo el tiempo la experiencia del silencio en el que está sumida: la desorientación y los flashes de conciencia del post operatorio, luego estar despierta y no poder oír ni hablar y, por último, poder oír pero no poder hablar y expresar su ira y su dolor físico y emocional. Es una convalecencia larga y compleja, complicada por conflictos personales pero sobre todo, por el silencio.

Ver a Ellen Pompeo retratar la impotencia de quien no puede hacer que se escuche su voz –una gran actuación en la que se supone será su último año interpretando a la protagonista de esta larga serie- me golpeó muy cerca. Directo en el duelo, en la vivencia de la de enfermedad de mi mami en que estuvo, ella también, sumida en el silencio. El 6 de diciembre de 2002, Teresa Bravo, mi madre, tuvo un bloqueo respiratorio que obligó a que le realicen una traqueotomía de emergencia y que llevó al diagnóstico de un cáncer de laringe, que más de un año después la llevó a la muerte a sus 53 años, el 27 de enero de 2004.

En Grey, vi a Teresa: en los gestos de ira por no poderse hacer entender, en las miradas y las manos que hablan, en los golpes en la mesa, en la impotencia de la incomunicación. La reflexión del episodio es que tenemos una voz y debemos usarla, romper el silencio. Tere tuvo una gran voz, una voz potente que llenaba salones inmensos atestados de alumnas. Su voz era su principal instrumento de trabajo: era maestra de Química, Biología y Ciencias Naturales y ese trabajo, a veces muy sacrificado, nos dio una casa, mis estudios, algunos viajes; pero sobre todo a ella le daba una identidad fuerte, de autoridad. Amaba tanto lo que hacía, amaba tanto a sus alumnas, se regocijaba en sus logros: en las chicas de colegio fiscal que entraban a la universidad que ellas quisieran solo con el examen de ingreso en sus materias; las doctoras, químicas, mujeres de ciencia que llegaban lejos y que había sido inspiradas por su pasión y su incesante curiosidad.

Sin embargo, en su vida, su voz no era tomada en cuenta. Su voluntad estuvo siempre sometida a la voluntad de su madre, mi abuela, y condicionada por su inmenso amor por mí y las renuncias que tuvo que hacer para que yo, su hija única de un amor fugaz pero profundo, tuviera mejores oportunidades que ella y pudiera crecer libre para hacer lo que yo quisiera.

Perder la voz fue una metáfora cruel de la enfermedad, ¿quizá nunca tuvo voz para decir lo que quería sin temer la crítica y la desaprobación que recibía día tras día? En ese año de despedida, hablamos mucho, aunque es una forma de decir: yo hablaba y ella escribía. Escribía todo, o casi todo, porque desarrollamos un lenguaje de señas, nos entendíamos con una mirada, un gesto de la mano, un movimiento de los ojos. Pero también me escribió cartas donde me contó su vida, más bien, su versión de su vida, su vivencia, sus emociones y sentimientos. Esos que calló pero que sabía que no debía reprimir nunca más, no solo porque podía estarse quedando sin tiempo para dejarme su testimonio sino porque quería, necesitaba ser entendida, valorada, escuchada.

Era una mujer que hablaba todo el tiempo, no sólo por su trabajo. Era la típica que entablaba conversación en la fila del banco, la caja del súper, el pasillo de la tienda, para obvia vergüenza mía. Hablaba de todo, conocía de todo, compartía de todo; pero hablaba de cosas neutras: datos informativos, curiosidades y trivia, tips, eventos. No emociones, frustraciones, deseos, sueños, planes. Su vida estaba pensada para un después: un momento en que no tenga que hacerse cargo de su madre y fuera libre de ir y venir, hacer y obrar, a su gusto y conveniencia. Guardaba cosas para ese día: la vajilla y la cubertería “para cuando pueda invitar en paz a mis amigas”, la ropa “para cuando pueda viajar”, “salir a una cita” y un largo etcétera de pequeños detalles y cachivaches que yo ahora disfruto cada vez que quiero, porque tengo clarísimo que la vida es Ahora.

Meredith llora de la desesperación en su cuarto de hospital, su mejor amigo la encuentra y la acompaña, la deja desahogarse y le hace una broma que la calma. Yo no estuve en ese momento con mi mami, no la vi en ese llanto, porque el hábito de llorar a solas y sin molestar seguro fue mucho más fuerte. Pero estoy segura que lo tuvo, que lloró por muchas cosas: la impotencia, el dolor físico, la incomodidad de tener ese tubo rígido atascado en el cuello, los avances del cáncer, reconocer finalmente la cercanía de la muerte y saber que tenía una nieta que cumplió un año mientras ella se moría y que solo alcanzó a ver dar sus primeros pasos.

Entendí hoy que por eso respeté sus decisiones médicas y la respaldé hasta el final. Yo si quería que se operara y sacaran todo eso que no la dejaba respirar, incluso a costa de saber que perdería del todo su potente, maravillosa voz, esa que me enseñó a cantar, cantar siempre y en todos lados. Pero ella escogió un tratamiento que a la larga fue inútil e insuficiente, ella quiso defender su garganta y ejerció así, la última voluntad: la de qué hacer con el cuerpo cuando nos está fallando. Ella tuvo una voz acerca de uno de los momento más importante de la vida: la Muerte. Hablamos de eso sin miedo, hablamos de qué hacer con sus cosas, qué ropa quería que le pusieran, dispuso muchas cosas pequeñas y grandes y llegamos a bromear del tema. Yo le pedía que se quedara y ella me decía que no, que se quería ir ya. Y así fue.

El lenguaje de los gestos también comunica informaciones que el sonido no logra comunicar de la misma manera: un abrazo puede decir mucho más que una palabra. En esos días finales, ella me puso su mano flaquísima en el centro de mi pecho, mientras nos mirábamos a los ojos, y me pasó en un momento sin tiempo toda la reserva de amor que tenía para mí y que conservo por el resto de mis días. Hay días, como hoy, en que siento el recuerdo físico del calor de su mano y pongo la mía ahí para recargarme de la Paz y el Perdón y la Claridad que ella logró durante su proceso de sanación. Porque si, no sanó su cuerpo pero sanó su vida entera y con eso me sanó a mí y a toda mi línea familiar que de una manera u otra, fue tocaba por su vida y por su muerte.

¿Cómo uso yo mi voz? ¿Cómo enseño/permito/facilito que mis hijas/marido/amigas/amigos usen la suya? Romper el silencio implica no solo hablar de los dolores, abusos, soledades. Eso hay que hacerlo, siempre, en todas las circunstancias que opriman nuestra voluntad. Es importante, necesario, urgente, a mucha gente le cuesta la vida, la enfermedad, el peso de la injusticia. Pero también se debe romper el silencio para hacerse preguntas incómodas, para expresar verdades no dichas, para explorar quiénes somos y quiénes queremos ser y manifestar emociones en acciones, pensamientos en obras, razones en luchas. Ya sea que se trate de una lucha política, ahora que el momento mundial y nacional nos compele a hacerlo, o de luchas personales, como la identidad y la vocación, el deseo de crear, la dificultad de criar a los hijos, la búsqueda sincera del amor que a veces toma caminos tortuosos.

Tenemos una voz y hay en algún lugar alguien que necesita escucharla, que la valora, que la valida. Mi madre renunció a la suya y se jugó en eso la vida. Pero aquí estoy yo, para seguirla escuchando y seguir encontrando sentido al absurdo de que no esté, hoy, aquí, y se esté perdiendo tantas cosas fantásticas que ella hubiera disfrutado más que nadie, que hubiéramos gozado juntas. Aquí estoy yo, para seguir llevando el recuerdo de su voz y el valor de su vida hacia el futuro.

  

miércoles, 17 de julio de 2013

Cuarenta y uno

Esta tarde, mientras regresaba a casa, tuve una revelación (de esas que me pasan mucho al volante): era feliz. Y esa felicidad me sorprendió como se sorprende una cuando se mira de reojo en un espejo y no se reconoce. Hacía tanto tiempo que no era simple y sencillamente feliz, sin un motivo en especial o más bien incorporando todos los motivos, que primero se me llenaron de lágrimas los ojos y luego seguí disfrutando esa sensación de plenitud que es eso que llamamos felicidad.

Han pasado tantas cosas en los últimos 10 años (muertes, nacimientos, cansancios, mudanzas, separaciones) que pensé que esa sensación ya no me iba a ser conocida como lo fue en años tempranos. Recuerdo claramente que alguien me preguntó en mis 20s si era feliz y sin dudarlo dije que sí. Por mucho tiempo esa respuesta no fue la primera. Tenía momentos felices, amistades felices, oficios felices pero no, “feliz” no era mi estatus permanente. Hoy noté que hace ya varios meses lo es. ¿Es esto la madurez?

Más tarde, conversando con un amigo de toda la vida (y por toda la vida hablamos del quinto grado), él mencionó mucho esto de que ya no somos jóvenes porque con cuarenta años, vamos, ya no se lo es. Y que la edad nos ha vuelto más flexibles y tolerantes y nos permite escoger qué y a quiénes queremos en nuestras vidas. Elegimos lo que nos hace felices y plenos, en resumen.

En pocos minutos cumpliré 41. Un año de experiencia en esta especie de cúspide llamada mediana edad. Y así como recibí los cuarenta con alegría, debo reportar con gran emoción que los cuarenta y uno llegan con felicidad. Los orientales tienen un nombre para la satisfacción con la vida que llega en el camino de la iluminación y le llaman santosha. Estoy muy, muy lejos de iluminarme pero hoy tuve un probadita de ese estado y es muy, muy dulce. Soy feliz y ese, es el mejor regalo de cumpleaños que se puede recibir. No voy a enumerar los motivos ni voy a rogar que me perdonen los muertos de mi felicidad. Menos voy a temer que algo pueda ir mal. Esta felicidad es ganada, merecida y bien recibida, sin miedo, sin sospechas, sin condiciones. Marco este día para recordar la sensación y luchar por mantenerla en medio del caos cotidiano, las furias menores, las ausencias permanente y las distancias dolorosas. Feliz cumpleaños a mi.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Diez velitas para Emilia Lucía

Hace 6 años que no te escribo en tu cumpleaños. Puedes leer aquí y aquí, las palabras que te dediqué en tus cumpleaños números 3 y 4 para un día, como hoy, en que sepas leer y encuentres estas cartas de tu mamá  para que sepas lo que sentía en esos momentos, lo que iba rescatando de ese año de tu vida, de lo que hacías y lo que habías logrado.

Hoy te escribo porque ahora duermes y mañana te irás temprano y no volverás hasta que el día, tú día, haya pasado. Tú siempre enseñándome cómo ser mamá y sobrevivir en el intento. Yo siempre tratando de ser mejor para ti cada día. Que te súper adoro no necesito decírtelo pero hoy quiero decírtelo con más detalles para que comprendas un poquito más el alcance de este amor.  

Amo tus ojos color bombón de chocolate porque me recuerdan la mirada de tu abuela y porque me miran con amor infinito. Amo tu sonrisa chimuela y esos dos dientes que te están saliendo chuecos. Amo tu cabello de oro, que refleja tu corazón enorme y valiosísimo que late con ternura, alegría, compasión y pureza. Espero que ese corazón lo conserves por mucho tiempo porque te llevará a lugares maravillosos y te ayudará a crear una realidad en la que se cumplan todos tus sueños.  

Me encanta que digas que eres rubia porque eres hija del sol y que le pidas a “tu papi” que brille cuando el día está nublado. Lo eres, eres hija del Sol y de la Luna, hermana de las estrellas a las que pides deseos en los atardeceres que miras al cielo. Una parte del cosmos inmenso que está afuera late en el interior de cada uno de nosotros.

Me fascina que te gusten los tomates y la comida que te preparo. Y que hayas aprendido bien las reglas de nuestra mesa: “prueba antes de decir que no te gusta” y que si un sabor no te gustaba antes, quizá te gustará si lo vuelves a probar ahora. Para aprender a disfrutar la vida es necesario comprender sus sabores, olores y texturas.

Adoro que te parezcas tanto a tu papito, porque espero que él comprenda, al verse en ti, lo infinitamente hermoso, inteligente y divertido que es. Amo también tus lunares, tu pie derecho y tus ojos grandes que son las pinceladas que puse en ti. Eres la mezcla y la suma de nosotros dos pero también eres lo que tú trajiste al mundo, esa cosa única y especial que sólo podías ser tú.

Me encanta escucharte y mi corazón se rompe cuando alguien te hace llorar, cuando te hacen sentir mal por ser diferente o cuando tú no comprendes los comportamientos de otras personas. Ser diferentes no es fácil, en un mundo en el que muchos confunden la igualdad que todos tenemos como derecho de humanos e hijos de Dios con uniformidad, con ser repetidos, comunes, hechos de acuerdo a un molde. Sé que tu bondad innata te guiará y te permitirá ser única sin despreciar nunca a nadie.

Me fascinan tus razonamientos, tus preguntas, tus conclusiones. Espero tener siempre respuestas para ti y sabes que si no las conozco o las encuentro, te dirigiré hacia las personas que te puedan ayudar. Espero que con los años no dejes de confiar en mí y recuerdes siempre que la mamá lo sabe todo. (Jeje) O que al menos sabe un poquito de muchas cosas.

Hoy cumples 10 años. Es un número importante y redondo. Como dijiste hace un tiempo, pasas a tener dos dígitos. Yo también cumplo hoy diez años de ser mamá. Gracias hija mía por haberme educado tan bien, porque ser mamá de tu hermanita se me ha hecho más fácil gracias a lo que viví junto a ti. Y porque tenerte a ti para ayudarme y para dar más amor a Sofía es una bendición y una compañía magnífica. Gracias por nacer en el momento preciso, de esa manera tan mágica, en este día tan especial. ¡Feliz cumpleaños mi amor! 

jueves, 1 de marzo de 2012

A la luz de Drexler

…la luz, el sonido, el olor, la alegría, la anticipación, el deseo, la ansiedad.

Dice la Wikipedia que la palabra abisal se deriva de abismo, lugar profundo y oscuro, y que se llama así a una zona de la profundidad oceánica donde la luz no llega. El Mundo Abisal al que Jorge Drexler nos llevó la noche del domingo 26 de febrero en Quito hace de esa expresión una paradoja: nos llevó a las profundidades pero entre luces resplandecientes.

Como en toda ceremonia, al encuentro le antecedieron los preparativos: escoger el atuendo, apartar el tiempo, sincronizar horarios con los que nos acompañan. Mientras, adentro retumba un latido creciente, una emoción en aumento, la anticipación de realizar un momento soñado en los siete años en que he conocido y atesorado su música, disco a disco, esperando el momento en que las líneas conecten con un punto en el mapa del Ecuador.

El día llega un día más tarde. La función a la que había programado ir era la del sábado, es una molestia momentánea, pero acepto el giro y me agarro de la ilusión del encuentro. Hay que saber fluir, como sugiere Jorge en muchas de sus canciones.

Llegar al Teatro Sucre en domingo es un trámite ligero. Igual lo es caminar por el Centro Histórico bajo la garúa, disimulando el paso acelerado cuando lo que la adolescente interna quiere es salir corriendo para que el milagro inicie pronto. Al llegar, los tiquetes, las fotos de rigor en el mural de la entrada; el momento mágico exige el registro, y si, somos #genteque se toma fotos en el teatro, pero es la primera vez que lo pisamos y con entusiasmo mandamos al diablo al censor interno del kitsch.

Subir escaleras, abrir la puerta del palco y en ese momento averiguar que seré separada de mi hermana, que ellos están en el 2 y nosotros en el 1. La ubicación que luce inconveniente al principio —tercera hilera del palco, no se ven ciertas partes del escenario—, minutos más tarde demostrará ser ideal: pudimos pararnos para ver todo y bailar lo que quisimos.


Pasan minutos eternos, tomamos fotos a la araña, a los adornos del frontispicio del escenario, a la sencilla disposición de dos lámparas redondas y una tercera que parece un diente de león, dos micrófonos, un taburete, un amplificador, agua, papeles, pedales. Todo luce vacío hasta que llegue él a darles sentido con su presencia. El celular casi no tiene pila así que no habrá ocasión para tuitear, fotografiar, grabar. Es mejor así porque la disposición del alma es asimilarlo todo con todos los sentidos.

Primera llamada, y luego la segunda. Se apagan las luces, se proyecta la promoción del concierto. Se rompe el suspenso y una luz se enciende en el costado derecho del escenario. Aparece Drexler en escena vestido de guitarra acústica, tenis, jeans, camisa blanca, chaqueta gris y corbata roja. Los primeros acordes, las primeras palabras de “Hermana duda” –“No tengo a quien rezarle pidiendo luz…”– generan el grito apenas contenido y sin querer queriendo llegan las primeras lágrimas. El ritual se ha iniciado con la purificación de las emociones. “Polvo de estrellas” sigue con su “vale, una vida lo que un sol, vale”, poco a poco las lágrimas comienzan a ser sonrisas y ritmo.

Los intermedios son tan deliciosos como las canciones. Jorge Drexler conversa con música: canta los versos que dedicó a Quito por twitter, “La luz de Quito es tan clara/ que de tan clara, encandila./ Los ojos en la cintura del mundo/ y el corazón/ del ancho de las pupilas."; agradece por “esta noche que no debió existir” y por preferirlo a él antes que al Oscar y hasta improvisa una canción cuando al tomar  la guitarra eléctrica se da cuenta que no emitía sonido alguno. Relata anécdotas de las canciones: la de “Noctiluca” en el Cabo Polonio, los bits de sonido que grabaron los productores en la gira de “Cara B” para recrear los sonidos de “Deseo”.
Hacen acto de aparición, interpretación y desaparición, además, sus acólitos del ritual: Carles Campi con tablet doble pantalla (súper cool), theremin (mega geek) y serrucho (si, serrucho, sonido sublime de violín de metal). Matías Cella tocó el ukelele y la caja de música que le da el toque angelical a “Noctiluca”.

Las emociones siguen in crescendo pero se modulan, el llanto inicial se transforma en gozo, en ligereza. Luego de la purificación llega la comunión y, con ella, el éxtasis con su levedad y su alegría. Cantar las palabras que se conoce con la memoria del corazón, recordar con cada una los momentos que han acompañado y las personas con las que se las ha compartido y sentido. Me las canté todas (menos una, porque era nueva) y me bailé todas las que pude. La vecina de palco se volteaba a mirar de tanto en tanto. Estaba preparada para el pedido de silencio, al que pensaba ignorar pero guardó silencio, su mirada la acompañaba una sonrisa cómplice. Al terminar el concierto me dijo: “¡se las sabía todas, qué fan!”; conversamos de la espera: ella y su marido se quedaron con las entradas compradas en el intento fallido de dos años atrás.


Las canciones vibraron una tras otra, qué más da el orden, su efecto permanece: “Fusión”, “Deseo”, “Mundo abisal”, “Disneylandia”, “Soledad”, “Me haces bien”, “Ganas de ti”, “Antes”, “Guitarra y vos”, “Las transeúntes”, “Que el soneto nos tome por sorpresa”, “Tres hologramas”, “Tres mil millones de latidos”, “Aquellos tiempos”, “Una canción me trajo hasta aquí”, “Eco”, “Sea”, “Don de Fluir”. Al menos una canción de cada disco. La invitada de honor de la noche es “Something”, en homenaje al cumpleaños de George Harrison. Cada una tiene asignado un específico significado personal. Es lo que todos hacemos con la música que amamos: establecemos lazos y recuerdos y así formamos el soundtrack de nuestras vidas, incluso en capas que no se niegan unas a otras aunque parezcan contrapuestas.

Se acerca el final, la inevitable despedida, Jorge escenifica una salida pero todos sabemos que falta aún al menos una canción clave. Aplausos, gritos de “otra”, teatro de pie. Y regresa con “Salvapantallas”, “La trama y el desenlace” y el gran final con “Todo se Transforma”, ley del karma, de la conservación de la energía: “el amor que me darías/ transformado volvería, un día/ a darte las gracias”. Dimos y recibimos amor y luz aquella noche en el Teatro Sucre, y salimos transformados, iluminados y agradecidos. En la profundidad encontramos armonías, luces, palabras repetidas como mantras (“me haces bien, me haces bien, me haces bien”) y al final nos convertimos en aquellas “extrañas criaturas resplandecientes, tan lejos de lo común y lo corriente” y en verdad, al salir, lo único que cabía hacer era “mostrar los dientes”, en amplia sonrisa tras un espléndido viaje por el Mundo Abisal. 

PD: Vean las maravillosas fotos de Fabiola Trujillo (@fabiolatc) aquí.

domingo, 19 de junio de 2011

¿Cómo se vuelve?

La anterior entrada de este blog data del 5 de enero de 2009, es decir, han transcurrido más de dos años desde la última vez que me senté frente a un computador con el objetivo de escribir una de estas cartas. Hace varios meses cambié el formato, producto del entusiasmo de haberme reencontrado via internet con algunos de los amigos que hice en aquella época. Tomé entonces la decisión de usar mi nombre real como un ejercicio de responsabilidad; nunca quise tener una identidad ultra secreta, este medio me sirvió para conocer mucha gente interesante y muchos de ellos son ahora parte de mi vida.

Y luego, abrí una cuenta en Twitter. (@cartasdepalas).

Pero aunque allá, en el maravilloso mundo de eso que veo como una mezcla entre un microblog y una sala de chat global, la estoy pasando bomba; hoy ensayo volver acá como un esfuerzo de volver a escribir. Escribir de cualquier cosa, seguramente de lo cotidiano, pero escribir, acaso como una forma de recuperar mi voz.

No sé bien cómo volver, pero supongo que se puede hacer así: un post delante del siguiente, como cuando mis hijas aprendieron a caminar. Gracias a los que de vez en cuando me sugerían este regreso. Aquí vamos de nuevo.

lunes, 5 de enero de 2009

2009

Pasaron ya cinco dias del nuevo año y se difumina la cuota de bullicio, excitación y expectativa que inunda a mucha gente. Lo agradable de elegir vivir en los márgenes de la locura colectiva es que se disfrutan las cosas por lo que son: apenas un cambio de calendario. No hay que festejar hasta el amanecer las primeras horas del nuevo año, ni llenarse la panza con pavo, relleno y regar con abundantes licores. Menos vestirse de luces y estar en la fiesta más "in". (Mi tradición hogareña más efectiva ha sido la pijamada de Nochevieja). Tampoco la mañana del 1 de enero la vida es mas hermosa, si acaso, más callada porque todos los fiesteros duermen y los que estábamos dormidos a las 12 estamos bien despiertos, alertas, disfrutando del silencio y el sol radiante del nuevo día, tan nuevo y lleno de posibilidades como lo es cada amanecer.

Sin embargo, los calendarios marcan hitos, señalan el transcurso del tiempo. Es increíble pensar que 2008 haya alcanzado para tantos eventos, emociones, encuentros, hallazgos, despedidas. Para la reunión semanal de almas afines que buscan crecer juntas y acompañarse en el camino con alegría, solidaridad y curiosidad mutuas hasta formar una hermandad entre gente en apariencia tan dispar y en esencia tan cercana.

Los deseos para el año nuevo son, entonces, los mismos que para cada día: vivir en conciencia, disfrutando del placer y el aprendizaje de cada día, descubriendo y gozando de las personas que pueblan nuestros días y recordando a las que han cruzado diversos umbrales y ya no están pero se las ama igual y se las tiene en un lugar del corazón, a veces doliente, a ratos brillante. Que el año traiga lo que tenga que traer, ni más ni menos y que los dioses nos den las herramientas que nos permitan enfrentar el afán de cada día, con valor, honestidad y amor.

Y sobre todo que no nos dejemos contagiar por los miedos dominantes y nos mantengamos en calma en medio de la tormenta, que hay, que viene, que no termina. Pero que no por ello nos olvidemos que la vida no es lo que se publica en los diarios y que nuestros pequeños mundos personales siempre están llenos de cosas mucho más grandes y valiosas: de la comunión con la vida en la forma de los logros de nuestros hijos (2008 es el año en que la princesa aprendió a leer sola), de las amistades que crecen y se refuerzan (dos de mis mejores amigos van a ser los padrinos del porotito en camino), de nuestras pequeñas conquistas personales en el mundo interior y la vida externa (cada uno tiene su pequeña victoria que registrar).

2009, ¡caramba!, es un año que llega señalado por el cambio, que anticipa su cuota de caos y tiene marcados sus eventos específicos así que al menos tenemos por seguro que no será un año aburrido. Y eso, ya es bastante decir. Los eventos suceden sin que a veces tengamos control sobre ellos, lo único que controlamos es la actitud, la respuesta, el enfoque. Ocupen su localidad, abrochense el cinturón y recuerden, it's just a ride!!!

lunes, 15 de diciembre de 2008

León

Era cuestión de horas, decía la prensa esta mañana, junto al recuento del viaje de fugaz ida y pronto retorno a un centro especializado en cáncer en la Florida. León Febres-Cordero Ribadeneira ha muerto esta tarde. Los sentimientos son variados, complejos, tal como el personaje que los inspira.

León marcó a mi generación. Yo tenía 11 años durante la campaña del 1984 y el mensaje progresista de ese diputado furibundo inspiró al país. Recuerdo con punto y coma la canción de campaña (y sus versiones apócrifas). Mi recuerdo más temprano es de esa época: compartimos un vuelo a Quito y no dudé en acercarme a saludarlo, me pareció altísimo, aún no eran las épocas de las guardias de choque y su melena aún no era completamente cana. Sabía muy poco de ideologías y entonces apenas era un gatito. Poco sabía de lo que vendría después, pero reconocí la influencia de ese enorme carisma que lo acompañó hasta el final de su vida política.

Luego vendría todo aquello que lo hizo temido, polémico, cuestionado: AVC y todo lo que implicó, Taura, los atropellos al Congreso, la necedad con lo del ministro Robles Plaza, la prepotencia, el desprecio de las libertades. Uno de mis amigos de infancia tenía la extraña afición, (muy extraña para un chico de ¿13, 14?) de coleccionar cuánto artículo y fotografía saliera en la prensa. Con los años, la información superaría al fanatismo y tanto él como yo llegaríamos a esta mezcla compleja de admiración y rechazo.

Después la pausa en la que no dejó de ejercer el poder exagerado que llegó a concentrar a través de la participación de su partido en las instituciones del Estado, y luego, la Alcaldía de Guayaquil. Entre 1992 y 2000, LFC rescató a esta ciudad del lodazal (literal e institucional) en que estaba convertida y sentó las bases de la ciudad moderna que disfrutamos hoy en día. El Municipio pasó de ser un lugar caótico, maloliente y temible, donde se amontonaba la basura y los registros eran inexistentes a un ente técnico y con tecnología de punta que no solo es el mayor generador de empleo de la ciudad sino que también impulsa temas de salud, alimentación, educación y cultura. Claro está, gracias al seguimiento que ha dado Jaime Nebot, con su estilo propio, pero el trabajo sucio de ordenar la casa lo hizo este hombre.

En los últimos años de la alcaldía ya estaba trabajando en periodismo y como parte de mi “conscripción” en el área de política de El Universo, me encomendaron la nada sencilla tarea de asistir a las ruedas de prensa de los jueves, donde pontificaba sobre asuntos locales y nacionales azuzado por los periodistas que acudíamos a esa ceremonia con una mezcla de temor (¡ay, del que haciera preguntas tontas!) y entusiasmo (por la primicia, la perla, el titular incendiario). Escribí mi primera crónica acerca de aquellas reuniones y de esa personalidad impresionante. Aún no estaba de salida, aún se daba el lujo de amenazar presidentes y convocar marchas multitudinarias. Más tarde, en el ocaso de su vida política, protagonizó una persecución visceral e infame al ex presidente Gustavo Noboa, de la que fui un testigo cercano e implicado. Durante ese “después” me lo encontré en la calle y escribí este post.

Mi hija estaba cerca cuando leí la noticia y ella percibió mi cambio de actitud y me preguntó el por qué. Entonces le expliqué que ese señor de la foto había muerto, que había sido el Presidente del Ecuador y el Alcalde de Guayaquil y que había sido una persona que había hecho mucho daño y mucho bien, pero que fue un personaje de mucha fuerza e inteligencia. Lo digo sin pena, las emociones que sentí fueron muchas, mezcladas, contradictorias. Aún es muy pronto para explicarle aquello del carisma pero es algo que repito hace mucho: León tenía un carisma apabullante, era de esas personas que llenaban salones con su sola presencia. Los que vienen serán días interesantes. Este no es un difunto que nos deje indiferentes, lo amas o lo odias y todo lo que hay en medio. En El Comercio un titular lo resume como “El político más influyente de los últimos 40 años” y desde la noticia de la gravedad de su enfermedad, las Cartas al Director de El Universo han estado inundadas de expresiones de gratitud de los lectores, especialmente de Guayaquil.

A pesar de todo aquello, eso no es lo esencial: ha muerto un padre, un abuelo, un esposo. Un ser humano como el que más, que merece compasión por sus errores y análisis de sus aciertos. Un ecuatoriano que ha dejado huella que se calificará según la orilla de las opiniones en la que uno se encuentre: nefasta para algunos, gloriosa para otros.

Que su alma tenga paz, claridad y luz, como todas. Y que sus enemigos y todos los que lo desprecian, consigan perdonarlo.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Dar Gracias

Hoy en los Estados Unidos se celebra el Día de Acción de Gracias, una fiesta inventada que no responde a ninguna denominación religiosa y que trata de honrar a la familia, alrededor de una cena compuesta típicamente por pavo y frutos de temporada. Es temporada de cosecha, el invierno apenas inicia y la gente hace el esfuerzo de reunirse.

No voy a editorializar sobre algo que en realidad solo conozco a través de los medios. En cambio, me quedo con la esencia: dar gracias. Un día para dar gracias. Ayer hacía el recuento con la princesa mientras íbamos en el carro de regreso de una fiesta. Este año, como todos, tenemos mucho por lo que dar gracias: la casa nueva, el bebé que viene, la feliz adaptación de la niña a su nueva escuela, la gatita, la salud, el trabajo, los amigos.

¿No debería ser la gratitud una actitud permanente? A cada rato tenemos mucho de lo que estar agradecidos en muchos niveles, incluso sin llegar a detalles de estar vivos, respirar, tener un techo, tener trabajo, no estar solos. Le debemos no solo amor sino también gratitud por estar ahí y enseñarnos tantas cosas de ellos y de nosotros mismos a nuestras parejas y nuestros hijos. Tenemos que agradecer por el amor que la gente nos tiene, por las personas que han tocado nuestras vidas, por los momentos especiales. Por los que nos acompañaron por periodos mas cortos o mas breves y nos dejaron la herencia de un recuerdo, una enseñanza, una risa. Puedo ampliar la cosa y puedo dar gracias por Les Luthiers, por Mafalda, por cada uno de los músicos, pintores, escritores, cineastas que han tocado mi corazón y estimulado mi mente. Una vez que se empieza a expresar la actitud de la gratitud es difícil parar.

Todos tenemos nuestra constelación de héroes y heroínas: nuestros padres en toda su complejidad y su gloria; un maestro inspirador o una maestra inolvidable; una amiga que primero que nada, nos vio en nuestro pequeño rincón y se reconoció en nosotros; un amigo con el que tienes una conversación diaria o una plática eventual pero con el que compartes siempre cosas esenciales; los padres y madres prestados que te han dado amor, ejemplo, lecciones de vida; los empleados y colaboradores que nos hacen la vida más fácil con labores en apariencia sencillas pero importantísimas en descargarnos de tiempo y tareas. Está también el grupo especial, el círculo íntimo, ese que está para las alegrías y las dificultades, ese que dice "presente" de la manera en que saben y pueden y así, nos salvan la vida en muchas ocasiones. La familia del espíritu que se va agrupando en pequeñas comunidades.

Intentaré hoy y en privado, darles las gracias a algunos de ellos, muchos ya saben quien son. Pero intentaré sobre todo recordar y honrar aunque sea solo en el corazón a los que no siempre agradecemos, pero que sin embargo hacen parte de la trama del tejido de múltiples hebras de colores que es nuestra personalidad y nuestra alma.

Gracias a ti que me lees, gracias por lo que me aportas con tu mirada y en muchos casos, con tu respuesta, la que me das aquí y la que me das cada día con tu amistad. Gracias por permitirme darte algo de mi, una comida, una plática, la compañía.

Investigando un poco, la palabra "gratitud" viene de la misma raíz latina ("gratio") que la palabra "gracia". Y aquí es donde entra la máxima gratitud: al dios, los dioses, la fuerza universal, cualquiera que sea nuestra definición de lo divino o el poder superior y ordenante del Universo. Dar gracias a Dios por el afán de cada día, por las bendiciones ocultas y la protección ante el peligro de la que, gracias a Dios, ni siquiera notamos que nos ha cercado y no nos ha podido tocar. Las gracias por estar despiertos y tener conciencia y trabajar cada día por ser mejores, más felices, generosos y, por supuesto, agradecidos.

Gracias, gracias, gracias.