lunes, 16 de octubre de 2006

Una frase apenas

Los resultados electorales de ayer en Ecuador no me dejan indiferente, sin embargo, no quiero abonar con palabras al asombro, la desilusión, el desconcierto. (Y sé que al elegir esos adjetivos estoy haciendo precisamente eso: dar una opinión, reflejar un estado de ánimo). Si me preguntan hoy qué voy a hacer el 26 de noviembre frente a ESA papeleta delirante, la respuesta es: aún no lo sé. Y me jode, me cabrea, me fastidia tener que tomar esta decisión: nulo, el "coronel mandarina" o el "comandante bananas". La reacción de Roldós fue tan políticamente incorrecta como auténtica: cáncer o sida. Frente a esa dicotomía simplista, uno se llena de preguntas, ambos males son tratables.

Casi se me olvida, la frase es esta, una de mis máximas favoritas: "Dios proteje a los niños y a los idiotas". En el Ecuador, caemos en al menos una de estas categorías. Frente a este momento, de verdad, nos queda sólo la invocación a la protección divina.

jueves, 12 de octubre de 2006

El arte del yo-ísmo o la conciencia de la soledad

Si, si, la palabra es egoísmo, otra adecuada es egocentrismo, pero qué mas da, me supieron a muy sicológicas y el personaje que quiero describir es mucho más que eso, es surrealista, patológica, histriónica, heliocéntrica, si se quiere. Eso y más.

Si a usted, estimado lector, viene un día su nieta a contarle que ha dado el pago inicial de una casa en una bonita urbanización con club, piscina y cancha de fútbol en césped, ¿cuál sería su reacción inicial?

A. Alegrarse por el paso dado y proceder de inmediato a la felicitación de la infrascrita nieta.

B. Preocuparse por cómo va a hacer esta muchachita (a la que usted ayer le hacía las trenzas para enviarla al jardín) para pagar esa deuda y enrollarse con la maquinación de cómo podría hacer usted para ayudarla… y luego, proceder con las felicitaciones.

C. Pedir más información sobre el sitio, demostrar interés, felicitar, preguntar el cómo, dónde y cuándo. Y, cómo no, seguir con la felicitación.

D. Cambiar el sentido del momento (que obviamente debería pertenecer a la persona que viene con la noticia) y convertirlo en algo acerca de USTED. De cómo USTED se va a quedar más sola, de cómo USTED ha pensado que cuando se ponga más vieja no va a aceptar que le pongan una enfermera o empleada sino que ha decidido ir a meterse a un asilo al otro lado de la ciudad y que por lo tanto la nieta mejor de una vez la considere como muerta. Y luego, forzada por las quejas de su nieta, masculle un “mealegro” pero luego proceda a continuar con el tema de que la casa en que USTED vive pertenece en realidad a la nieta y que por lo tanto cuando ella quiera le puede pedir que se vaya de “su” casa…

Cuando el 99% de los lectores podrían haber escogido las opciones de la “A” a la “C”, o variaciones de las mismas, yo recibí esta tarde la opción “D”. La esperaba, frase por frase, lo he vivido desde siempre, ni siquiera me sorprendió. Lo viví, en ese momento si con mucho dolor, cuando le conté que estaba embarazada y tras un largo silencio, se levantó, me dio la mano y se dirigió sin más trámite a sus aposentos. Estoy segura que podría contarle que me gane el Nobel de la Paz, el gordo de la Lotería, o la presidencia de la República, SIEMPRE de alguna torcida manera maquinada por su torcida mente sería acerca de ella.

Ya no duelen sus reacciones, créanme. Duele, si, la conciencia de la orfandad, de saber que de esa última, única, vertiente de sangre directa que me queda no hay nada para mí. Nunca lo hubo, jamás lo habrá. Ella ocupa todos los espacios existentes en su universo. Otro botón: la muerte de su hija fue algo que le pasó a ella no la desaparición de este mundo de una mujer maravillosa que hubiera debido vivir muchos más días. A esta persona, mi abuela materna, la debió inventar un escritor ruso, es casi imposible que sea real. Pero lo es.

lunes, 2 de octubre de 2006

Despedidas

Nos despedimos de algo, de alguien, todos los días. Tenemos corazón de viaje, dijo algún poeta, y es él quien nos lleva sutilmente hacia los finales de aquello que iniciamos. Nos quedamos con tan poco: recuerdos, fotos, canciones, versos, escenas, frases, aromas. Si tenemos suerte, conservamos afectos escogidos entre las mareas de rostros que vamos acumulando en la memoria, en la mayoría de los casos, demasiado frágil, tremendamente implacable.

Nos despedimos de personas, lugares, objetos, ideas. También de los que fuimos: un día nos miramos al espejo y nos gusta lo que vemos, o nos vemos en una foto y nos da una mezcla de ternura y compasión por aquello que fuimos. Fantaseamos alguna vez con volver en el tiempo con la ventaja de las experiencias adquiridas, de las actitudes ganadas a golpes y caricias. No hay tal, el pasado no existe, apenas como un slide show, un cuento ilustrado en los ojos de quienes han sido nuestros testigos por varios, muchos, todos los años.

Un día te despides de la persona que tenía el registro de tu vida desde antes que vieras la luz. Un día miras las fotos de bebé de tu hija y comparas con la pequeña persona que se para a tu lado a hacerte mil preguntas y sientes, comprendes, las miradas de tu madre. Para ellas/nosotras siempre estará vigente esa impronta de fuego que es la primera vez que se mira el cuerpo que se formó en la oscuridad de nuestro interior, cobijado en el sonido de nuestros latidos.

Llega alguna vez algún reencuentro, en una calle, un centro comercial, una llamada, te enfrentas con algún rostro querido y el cariño es igual y se hacen la promesa de volverse a ver, pero es en vano, lo que no se ató firme es difícil reanudarlo cuando pasan las circunstancias que te mantenían cerca. En contraste, hay gente con la que no importa el tiempo transcurrido, la conversación tan solo continúa, se actualiza y se desarrolla tal como antes, como siempre.

Tiempo de comienzos, tiempo de cambios, es también tiempo de despedidas. Da igual que se trate de una amiga entrañable, de una agradable voz que te acompañaba por la radio en el camino a través de la ciudad, de una casa, una ciudad, un país, un compañero de vida (aclaro, no es mi caso), una juventud que no puedes establecer en qué momento terminó. En cada despedida también das la bienvenida a nuevas y distintas posibilidades. Y a tu lado están los que has cosechado en el camino, los que te llevas bajo el brazo a dónde sea que vayas, los que llevas marcados en las cicatrices del corazón. A veces duele, a veces causa expectativa, nunca pasa sin dejar huellas.

Ya lo puso William Shakespeare en labios de su Julieta: “despedirse es un pesar tan dulce”/”parting is such sweet sorrow”. ¿Cuál es la despedida que más te ha costado? ¿Cuál la que más te ha enriquecido/beneficiado? Yo empiezo con dos respuestas brevísimas: la muerte de mi madre y haberme ido a vivir sola un año a Quito.