jueves, 14 de septiembre de 2006

Postales musicales de una tarde de miércoles

A media tarde una camioneta parqueada junto a la ventana de mi comedor emitía unos boleros interpretados por Los Panchos. El viento entró por la cortina junto con eso de “El mar y el cielo se ven igual de azules /y en la distancia parece que se unen /mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo /que nunca, nunca, nunca el mar lo alcanzará. /Permíteme igualarme con el cielo, que a ti te corresponde ser el mar”. (¡Veneno!)

Caminé hasta la computadora e ingresé al sitio web de Jorge Drexler que emite en repetición ad infinitum “Transoceánica”, el primer sencillo del disco que se lanza el próximo lunes. Repito y aprendo y no me indigesto de estos versos: “Nada parece pasar página a este anhelo, todo, menos lánguido, /cuál es la lógica de que se abra para mi tu boca tan magnífica /dame calma y dame vértigo, ven a llenar mis pocas horas lúcidas /extraño método de ahogar la sed aquí, lejos de tu lágrima. /Y uno no recuerda hasta que punto nació para eso /ni todo el amor al que puede tener acceso”. (No puedo esperar a escuchar más y más).

El atardecer me encontró frente al televisor, en esas breves y afortunadas ocasiones en que logro cambiar del habitual canal infantil y un aspirante a Ídolo Latinoamericano se atrevió, se lanzó, se cantó ese clásico rockolero que de tan subterráneo absurdamente se volvió “cool”. “No te apures compañero si me destrozo la boca, /no te apures que es que quiero con el filo de esta copa /borrar la huella de un beso traicionero que me dio. /Mozooo, sírveme en la copa rota, sírveme que me destroza esta fiebre de obsesión, /mozoooo, sírvame la copa rota quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”. (Esto no es una canción, señores, esto es una escena).

Entrada la noche, el canal MTV tenía su programa “Essential” dedicado a Depeche Mode. Supongo que es la manera de explicar a los preadolescentes que consumen el canal quienes son los grandes que vienen detrás. Impresionante la evolución de Dave Gaham en sus fases pre droga, hecho mierda en la droga y rehabilitado. “Words like violence /break the silence /come crashing in /into my little world /painful to me /pierce right through me /can´t you understand /oh my little girl. /All I ever wanted /all I ever needed /is here in my arms /words are very unnecessary /they can only do harm”.

Como para terminar este día musical de manera fantástica, caigo en el canal Film & Arts y reconozco un rostro que antes solo había visto en la recreación de su vida en la película “Hillary and Jackie”. Una mujer joven, rubia, hermosa sin ser exageradamente guapa, con una apariencia que más parecía la de una hippie del “flower power” que la de una de las mejores cellistas de la historia. Jacqueline du Pré abrazaba con las rodillas su violoncello y movía sus manos, su cuerpo, sonreía, sentía, vibraba con la poderosa música de su instrumento. Mostraron escenas del documental que le hicieron junto a los músicos Itzhak Perlman, Zubin Mehta, Pinchas Zukerman y su marido Daniel Barenboim, tocando juntos el quinteto "La Trucha" de Shubert. Genios, jóvenes y saboreando la magia de su música, la fortuna de su encuentro. Perlman decía en la entrevista actual que cuando escucha cualquier pieza que hubieran tocado juntos siente que ella se las arruinó para siempre: “Escucho y pienso: está bien pero no es Jackie”. Indescriptible su interpretación del concierto para cello y orquesta de Elgar.

La música compone un tapiz de emociones, va dando una textura a nuestros días. Como la gente que encontramos en la vida, la que contactamos un instante -como el cajero que esta mañana hizo un hueco con sus manos sobre la mía para asegurarse que las monedas del vuelto no se fueran a desparramar; un gesto chico pero que evidencia cuidado al detalle- y las que llevamos cosidas a los bordes de la vida, entrelazadas en la fibra de nuestro ser. Aquellas a las que legaremos el recuerdo, la historia, la permanencia. Gente también como los músicos y poetas que elaboran las melodías y los versos que cantamos, gritamos, dejamos que penetren nuestras células y hagan parte del ritmo, la cadencia, la vibración de nuestra experiencia humana.

Termino con el fragmento de un poema que luego hicieron canción y que yo conocí primero como canción y luego como una creación de Mario Benedetti.

Por qué cantamos

Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil

usted preguntará por qué cantamos

(..)

Cantamos porque el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino

cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.

jueves, 7 de septiembre de 2006

Tu coherencia

Podría empezar diciendo, querido amigo, que me duele tu dolor como si fuera mío, porque es apenas el atisbo del que algún día todos hemos de tener: perder al amado o la compañera, despedirse de la vida transcurrida cogidos de esa mano y conversada con esos ojos.

Pero lo que quiero decir va más allá de la compasión genuina, pasa por una admiración cierta y decidida de un aspecto de tu personalidad que nunca ha sido tan evidente como en este momento tan duro de tu vida: tu coherencia total con tus ideas.

No haces como el hombre común ante la “noche oscura del alma”: aferrarse a la tabla de salvación que se llama FE. Esa que nos promete que hay una vida después de la muerte, que la esencia de lo que amamos no es el cuerpo que deja de funcionar un día sino un alma eterna que anima esta marioneta de carne, hueso y fluidos.

Me has dicho en el pasillo de la clínica “soy muy cartesiano, esto es, pienso luego existo”. Me has dicho también “cómo quisiera creer, los creyentes nunca pierden, Dios nunca pierde. Si alguien muere se dice que es la voluntad de Dios, si se salva que es un milagro”. Acaricias la idea de un Dios, rechazas de plano las prácticas de las religiones, sus contradicciones y su rigidez. Su falta, en fin, de humanismo, doctrina que predicas y practicas y en la que encuentras tantas simpatías con el Jesús de los evangelios, el que no callaba verdades, el que amaba a sus enemigos, el que dijo que el mandamiento nuevo y principal era “amar al prójimo como a ti mismo”.

En estos días son muchos los que desearían que te “convirtieras”, piensan que el mayor consuelo lo encontrarías en ese Dios cuya idea ponderas, cuya existencia acaso anhelas. Yo no pido tu cambio. Desde la vecina orilla de mi fe, te quiero decir que me has dado una muestra de templanza que pocos creyentes tienen. Has aceptado, sufrido, llorado todo lo sucedido, diría que hasta con estoicismo. (Aunque no has tenido problemas en llorar tu llanto en público y guardar tu duelo en el silencio que ahora inunda tu vida). Mucho más admirable frente a la angustia de la nada en la que, de acuerdo a tu racionalidad, se ha sumido tu/nuestra amada.

Estos son tiempos en que la gente acomoda hasta las opiniones más triviales con la corriente general. Los que tienen un Dios entregado desde la cuna, asimilado en la cultura, vivido únicamente a través de la tradición no investigan tanto, ni leen tanto, ni se interpelan tanto sobre el Dios posible como tú lo has hecho a lo largo de tu vida. Crees que no existe, pero cómo lo buscas, querido mío, cómo quisieras que alguien te pudiera demostrar cabalmente su existencia.

Hemos hablado muchas veces del tema. Concuerdo contigo en muchas cosas de la forma, en muchos cuestionamientos de la estructura. Como sabes mi ideología espiritual es una mezcla muy heterogénea de corrientes, centrada, eso si, en una firme devoción por Jesús el Cristo. No se me haría natural un vecino converso, clamando al cielo la gracia del Espíritu, emulando a los predicadores. Dudaría mucho de tu estado mental, a decir verdad. (Además, vamos, quién te aguantaría).

Sospecho, sin perjuicio de lo anterior, que en tu oración silenciosa le pides al Dios que si por si acaso existe la tenga a ella muy cerca de su corazón por sus muchas virtudes. Y que si acaso hay más vida después de esta, les permita reencontrarse. Y que luego de haberlo pensado por un instante, te sonríes sarcásticamente y piensas de nuevo en el absurdo y que un hombre de tu edad no debería estar hablando solo… porque puede ser que un día alguien empiece a darle las respuestas.