jueves, 29 de diciembre de 2005

A propósito del Fin de Año

¿Quién a estas alturas de la existencia cree en los propósitos que se hacen al calor de la víspera de Año Nuevo? ¿Quién auténticamente cumple con la promesa del 31 de diciembre? Declaro que el fin de año se me hace una soberana tontería. Las fechas, los calendarios, el número de días de los meses, los años bisiestos son tan fabricados como relativos. Apenas son símbolos.

Pero como tales, tienen su magia, su misterio, su paradoja. Llega el 26 de diciembre y en esta semana extraña entre el respiro de la Navidad (carrera de 100 metros planos en mal estado físico que la mayoría se autoimpone y el resto sufrimos sus efectos) y la llegada de la Noche Vieja nos ponemos nostálgicos, con ánimo de balance, con urgencia de despachar en seis días toda la lista de pendientes que 360 no concluimos.

Recorremos los meses y hacemos recuento de los eventos y las ocurrencias, los encuentros y las despedidas, las ganancias y las pérdidas. El dios Cronos llega con el tic tac de las 12 campanadas a pedirnos cuentas de qué hicimos con el año entregado. La corriente nos atrapa, la energía de la época nos contagia. Aquí va mi resumen ejecutivo.

A saber, en el año del Señor de dos mil cinco:

Conocí primero a una señorita Paulette Goddard, la muy diva, la muy operática, la muy sensible, la muy abrazadora, la muy “teamo”, la muy ella (como le gusta tanto decir). El primer encuentro con la Miss G estuvo marcado por una insual lluvia de mayo que nos devolvió a casa empapados y encantados de conocerla, señorita.

Luego tocó mi puerta un Mr. Long John “IworshipTheBeatles” Silver, freak como sólo él, gracioso como sólo él, standup comedian natural como sólo él. Lo seguía una señorita Penny Dreadful, pelo camaleónico, caja de sorpresas, corazón de gelatina, ternura a flor de piel y locura que lucha por tomar el control.

Apareció entonces un escritormúsico Mean Mr. Mustard, cálido, agudo, maestro... y su consorte Miss Freud que llegó con una armadura de lejanía que se derritió al calor de las risas y los vinos para revelar un interior con un algo de felino, un mucho de finura y un harto de afilada inteligencia.

Se sumaron los amigos de siempre, de vidas pasadas, que mostraron nuevas facetas: Fátima Acioly, compañera de bohemia, ácida y dulce y James Profit, el querido Flaco, que ahora le dicen “padre de familia”, cara de profesor bravo, corazón de melcocha. Pareja de finísima ironía y amistad a toda prueba.

Más tarde llegó una Lolitamaldita, que me gana en la Sabinería y eso dice mucho de ella. Así se completo la comunidad N, freak party con dippas, plática interminable mística mágica musical literaria obsesiva histérica. Enriquecida con algunos artistas invitados, entre ellos, Xica y Xico, simpáticos y enigmáticos; una princesa asiática que emite entre sus prolongados silencios sentencias sabias cual Confucia guayaca; y para rematar la señorita Edipa Maás, “con d de demasiado”. Y un blogger ultrasecreto que jamás revelaremos a los no iniciados.

Recibí un ahijado con ceremonia y recuerdos y otro virtual, secreto, pero que amadrino con igual esmero. Espero sobrino propio que llegará en algo así como tres meses así que para el recuento del año lo que cuenta es la Pimpollita embarazada, hermosaaaaa!!! Celebré cuatro cumpleaños en mi casa y en mi sala se conocieron dos mujeres que se suponían enemigas y se volvieron aliadas. Y un hombre perdió.

Encontré a Dios en el silencio. Perdoné y experimenté el renacimiento de un amor muy necesario en mi vida. Me enamoré de un cantante uruguayo por culpa del mismo señor que el año anterior propició el enamoramiento de un escritor argentino.

Me hice más amiga de un príncipe hermoso, dignísimo hijo de su Real padre. Leí Rayuela. Grabé en mp3 los discos del Chavo, el Chapulín, Petete, Parchis y el tío Johnny. Descubrí el blog de la gorda. Subí veinte libras. Disfruté de la hospitalidad de la tía Nena en Florida.

Consideré terminar este año con bebé en camino. Conseguí un trabajo perfecto para mí. La princesa empezó a ir a la escuela (y le fascina) y gozó a conciencia cumpleaños y Navidad. Decidí dejarme crecer el pelo. Inicié este blog.

Perdí un poco más la vergüenza. Me reconcilié aún más con el espejo. Me sentí de mi edad y me gustó. Sigo enamorada. Estoy feliz. Tengo fe, confianza, alegría. (...no, they can´t take that away from me). Te tengo a ti que me lees y piensas, aunque no comentes (Hazlo hoy, aún estás a tiempo).

En este 31 daré gracias por todo, brindaré por todos y enviaré en mi mente mi ofrenda de flores y frutas a la diosa Iemanjá para que venga un año lleno de días luminosos, de abundancia, de amor para todas y todos, que para TODOS hay. ¡Salud!


¿Propósitos? No. ¡Si se cuenta no se cumple el deseo!

martes, 20 de diciembre de 2005

Navidades

Tuve una Navidad sin familia, pero eso no es lo que recuerdo. Recuerdo que recibí la muñeca de la Mujer Maravilla y eso fue lo máximo. Recuerdo que había muchos niños, recuerdo la casa, recuerdo la gente. Pero no recuerdo haber sentido que mi mamá y mis abuelos no estaban conmigo esa Nochebuena. Yo tenía siete años y a mi abuelito César solo le quedaban cinco días de vida.

Tuve año tras año de las Navidades glamorosas de mi familia postiza, con mi hermana de tomate y sus parientes y amigos de todos los sabores, nacionalidades, edades y colores. Reunión especialísima de ocho a diez de la noche, con ponche, intercambio de regalos y papá vestido de Noel con barbitas de peluche.

Tuve varias Navidades de familias integradas, de sentirme parte de una pequeña comunidad de mi familia y su familia, de compartir mesa, pan y fiesta significativa. De ver a nuestras madres iniciar una amistad que se volvería independiente, sólida y ahora, eterna mucho más, diría, después de nuestra despedida.

Tuve Navidades de casada, tensas, divididas, incómodas. De iniciar el peregrinaje de chocolate-de-Nochebuena-con-mi-mami, almuerzo-de-Navidad-con-la-tuya. Del dolor de sentir que mi familia no te acogía, apenas te recibía; y la tuya me rodeaba con cariño, me hacía una más a la mesa con sentimiento y derecho propios.

Tuve una Navidad llena de adioses. Con el árbol más lindo de nuestra vida, armado en casa de mami por las manos prodigiosas de la amiga del tercer párrafo. La princesa de apenas un año, con su carita de sorpresa con las luces de ese, su primer árbol. Con tu mano en la mía para sostenerme en medio del trance de dolor que nos vivía.

Tuve una primera Navidad de silla vacía, de espacio inmenso, de no saber dónde ni cómo ponernos con ella. Pero ahí estuvo una vez más la princesa para aliviarnos, para comerse los quesitos y empezar a sorprenderse con la multitud de regalos que recibió donde la abuelita “flash”. Trasladé el árbol magnífico a mi casa y le puse lo suyo y lo mío. Más bien lo hice mío, homenaje a mi saudade de ella...

Tengo una Navidad llena de amor, de alegría naciente, de serenidad y esperanza. Una Navidad que a los ojos de la princesa se vive como la verdaderamente primera. Gracias a los cantos, los adornos, las posadas de la escuela. Será ovejita en el nacimiento viviente, ya sabe del “bebé Jesús, la mamá María y el papá José”, ya grita “Feliz Navidad”, ya busca las señales de la fiesta en las calles, los centros comerciales, los balcones. La Navidad es suya ahora y con ella irá creciendo nuestra ilusión.

Es Navidad, es Nacimiento, es reverdecer, es resurrección. Es Jesús y la grandeza del milagro de su vida, que está tanto en la cruz como en el sencillo y grandioso hecho de que todo un Dios se haya hecho Hombre. Es Amor, sólo es Amor.

Paz para todos desde el Amor que inunda mi corazón. Todas las tempestades pasan, algún día. Y para mi, este es el día.

viernes, 9 de diciembre de 2005

Paréntesis que cierra, paréntesis que abre

Rompí la buena racha de publicar un post por semana que establecí en octubre. Ofrezco mis sentidas disculpas, pero fue por una buena causa: he vuelto a trabajar. Me entallo de nuevo el traje de periodista, presto ojos, oídos y manos a transcribir historias ajenas, informaciones breves, reportes del lugar de los hechos.

Se cierra un paréntesis de cinco años de “ocupación: ama de casa”, cuando no “quehaceres domésticos”. Años productivos en lo interno, en lo familiar, en lo espiritual.

Abro el paréntesis laboral con destino y lapso de tiempo indefinidos. Con ánimos, con sorpresa de no haber perdido las habilidades adquiridas, con óxido en tareas como despertar temprano y vivir bajo la dictadura del reloj, con la incógnita de experimentar la vida de madre trabajadora, aunque sea a medio tiempo.

Con esperanza y gratitud.

Las diosas también usan colitas


He permitido a mi cabello volver a crecer. Lo he llevado corto, cortísimo, durante dos años. Dos años en los que pasó de todo, pasé de todo y, por fin, estoy de vuelta. Y el cabello largo también. Son sensaciones distintas, estados de ánimo distintos.

Una mujer de pelo corto es una mujer valiente, segura, que se despoja voluntariamente de ese adorno de la feminidad que es el cabello largo, marco de color y textura. Cuando una se corta el pelo lo muestra todo, pone el rostro por delante, expone el cuello, la nuca, las orejas... Es el epítome de la sencillez, es una expresión de riesgo, es un método práctico de estar siempre peinada, más bien, de no requerir peinado.

Una mujer de pelo largo es una mujer sensual, versátil, con un moño puede verse seria, cuando se suelta el cabello es como que libera su ser, extiende sus hilos. Las mujeres de extensa cabellera tienen recursos gestuales adicionales: jugar con un mechón, mover la cabeza para agitar los rizos, o los lacios. Acaso se ve más juvenil, romántica, femenina. De hecho, hay quienes opinan que a “cierta edad” ya no conviene tener el cabello largo. Al diablo con esos, y en fin, aún no tengo ni siento esa indefinida “cierta edad”.

Quiero tener el pelo largo para poder “soltarme las trenzas”, para despeinarme, para volver a agitar la melena cuando baile, porque eso: quiero volver a bailar, sentirme ligera, despreocupada, irresponsable ("..con ese antiguo don de fluir", reza una canción).

Ya empiezo a tener una melena que necesita peinarse. Ya empiezo a recurrir a diademas, pinchos, elásticos. Ayer me hice por primera vez dos colitas, ridículas, graciosas; mientras escribo estas líneas tengo un medio moño. La temporada de calor que empieza a hacerse sentir me preocupa. Quizá el cabello largo no sobreviva ante la frescura del pelo corto, la difusión de calor que permite oxigenación directa al cerebro a lo mejor sea muy tentadora. Veremos. Verán. Veré (o más bien, sentiré).