domingo, 16 de abril de 2006

El camino a la resurrección

El viernes pasado después del atardecer pasó por mi ventana una procesión que jamás había visto antes: el traslado del cuerpo de Cristo al Santo Sepulcro. Era una procesión fúnebre, con la imagen envuelta en una tela blanca, una vigilia con velas. No era tan numerosa como las que tuvieron lugar durante la tarde, en conmemoración de la crucifixión. Fueron menos los que se quedaron para bajarlo de la cruz, para amortajarlo, para llorarlo y depositarlo en la que pensaban, era su última morada. Luego vino el silencio, el dolor, el temor al futuro. Pero ocurrió el milagro, se rompieron las puertas de la muerte y el hombre-dios se reveló en toda su grandeza y poder, al punto de vencer la muerte física.

Hoy es domingo de Pascua de Resurrección y siento que comienza para mi una nueva vida, impuesta a la fuerza, con dolor físico, con malestar corporal. El dolor purifica, como el fuego que sublima al metal. No entraré en detalles, basta con decir que estuve enferma toda la semana y que aún estoy en una condición precaria. Pero he ganado en conciencia, en enfrentar algunas cosas que la negación me impedía, ante el fuego de un dolor intenso caen los velos y se iluminan las sombras.

Tengo que emprender un camino de cambio psicológico y espiritual. No puedo seguir jugando a vivir en el gris, en el tibio, en el cómodo. Tengo que aprender a vivir menos en el egoísmo y más en la entrega total, menos en la pereza y más en el trabajo, menos en la autocomplacencia y más en el sacrificio. Es hora, es tiempo, es urgente. La vida que está y la vida que llega así me lo exige.