jueves, 12 de octubre de 2006

El arte del yo-ísmo o la conciencia de la soledad

Si, si, la palabra es egoísmo, otra adecuada es egocentrismo, pero qué mas da, me supieron a muy sicológicas y el personaje que quiero describir es mucho más que eso, es surrealista, patológica, histriónica, heliocéntrica, si se quiere. Eso y más.

Si a usted, estimado lector, viene un día su nieta a contarle que ha dado el pago inicial de una casa en una bonita urbanización con club, piscina y cancha de fútbol en césped, ¿cuál sería su reacción inicial?

A. Alegrarse por el paso dado y proceder de inmediato a la felicitación de la infrascrita nieta.

B. Preocuparse por cómo va a hacer esta muchachita (a la que usted ayer le hacía las trenzas para enviarla al jardín) para pagar esa deuda y enrollarse con la maquinación de cómo podría hacer usted para ayudarla… y luego, proceder con las felicitaciones.

C. Pedir más información sobre el sitio, demostrar interés, felicitar, preguntar el cómo, dónde y cuándo. Y, cómo no, seguir con la felicitación.

D. Cambiar el sentido del momento (que obviamente debería pertenecer a la persona que viene con la noticia) y convertirlo en algo acerca de USTED. De cómo USTED se va a quedar más sola, de cómo USTED ha pensado que cuando se ponga más vieja no va a aceptar que le pongan una enfermera o empleada sino que ha decidido ir a meterse a un asilo al otro lado de la ciudad y que por lo tanto la nieta mejor de una vez la considere como muerta. Y luego, forzada por las quejas de su nieta, masculle un “mealegro” pero luego proceda a continuar con el tema de que la casa en que USTED vive pertenece en realidad a la nieta y que por lo tanto cuando ella quiera le puede pedir que se vaya de “su” casa…

Cuando el 99% de los lectores podrían haber escogido las opciones de la “A” a la “C”, o variaciones de las mismas, yo recibí esta tarde la opción “D”. La esperaba, frase por frase, lo he vivido desde siempre, ni siquiera me sorprendió. Lo viví, en ese momento si con mucho dolor, cuando le conté que estaba embarazada y tras un largo silencio, se levantó, me dio la mano y se dirigió sin más trámite a sus aposentos. Estoy segura que podría contarle que me gane el Nobel de la Paz, el gordo de la Lotería, o la presidencia de la República, SIEMPRE de alguna torcida manera maquinada por su torcida mente sería acerca de ella.

Ya no duelen sus reacciones, créanme. Duele, si, la conciencia de la orfandad, de saber que de esa última, única, vertiente de sangre directa que me queda no hay nada para mí. Nunca lo hubo, jamás lo habrá. Ella ocupa todos los espacios existentes en su universo. Otro botón: la muerte de su hija fue algo que le pasó a ella no la desaparición de este mundo de una mujer maravillosa que hubiera debido vivir muchos más días. A esta persona, mi abuela materna, la debió inventar un escritor ruso, es casi imposible que sea real. Pero lo es.

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