Hace algún tiempo que tengo un pequeño conflicto acerca de esta fecha, 8 de marzo, día internacional de la Mujer. ¿Por qué tiene que haber un día dedicado a las mujeres? El sabor que me da es el de un reconocimiento a una minoría (¿?), casi como el pretexto para un reclamo de igualdad que muchas veces no reconozco como mío.
Yo, al igual que la mayoría de ustedes, pertenezco a una generación de mujeres que nacimos y crecimos libres del impedimento mental de pertenecer a un género “inferior”. Mi experiencia de vida me ha llevado muy pocas veces a enfrentar algún tipo de discriminación debido a mi condición de mujer. A excepción de los pocos hombres que no consienten ver a una “frágil damisela” cargando cartones y computadoras de un lado para el otro, casi nunca he recibido por respuesta un “no, usted es mujer”. (Y curiosamente, en esas pocas ocasiones las palabras han venido de otra mujer). Mi caso es además peculiar: nacida y criada en una casa de mujeres --donde ellas traían el pan a la mesa e impartían la disciplina--, nunca aprendí la supuesta obediencia natural al hombre.
Sin embargo, caminamos por los senderos que otras regaron con lágrimas y sangre. Aquellas que se resistieron a la idea de ser apenas una propiedad del hombre, sin derecho a opinar, votar y tener propiedades. Aquellas que se rebelaron ante las barreras de las carreras, deportes y cargos “solo para hombres”. Esas que reivindicaron su derecho a acceder al conocimiento sin necesidad de ser cortesanas o monjas. Imaginen por un instante un mundo en el que la única forma de aprender a leer y escribir era abrazar una vocación religiosa de la que no estabas muy convencida. Un mundo en el que todas las actividades de tu vida las dicte únicamente el hombre, dueño absoluto del poder, del saber y del hacer.
Ese mundo de negación coexiste hoy en día con el nuestro de igualdad, allí están las mujeres de Afganistán. Esas que mueren por la prohibición de que un médico (hombre) las toque, esas que se suicidan cuando enviudan porque ni siquiera se les permite trabajar para su propio sustento, esas que viven encarceladas bajo un manto negro que esconde esa escoria que es su cuerpo. Pero sobreviven.
Esas mujeres están allí para recordarnos que el camino aún no está terminado y que ellas son apenas un caso extremo de una sociedad fanática. Y lejano. Más cerca están las mujeres pobres, las que pertenecen a las minorías étnicas del mundo (las más pobres entre los pobres), para las que la vida es una sucesión de puertas cerradas, un peligro constante. Son las que maldicen el hecho de haber nacido mujeres, las que soportan en su propia carne todas las vergüenzas y todo el desprecio de los que deberían ser sus compañeros y no sus verdugos. Este día es para ellas, no para nosotras. O más bien, para que nosotras no nos olvidemos de ellas y de todas las que vinieron detrás. Así este día se convierte en un día para la memoria, una memoria dolorosa, un recordatorio de que los privilegios que nos parecen tan normales, alguien más los ganó para nosotras y nuestras hijas.
Cueritos al sol
Frente al cuento de la igualdad, aparece ahora un nuevo juego de contradicciones. Una discoteca quiteña ha organizado un agasajo “para las mujeres en su día”: un espectáculo de stip-tease masculino, un show que se repite todos los miércoles en un bar de moda y que se publicita con toda naturalidad en la radio con una música sugestiva y bajo el eslogan de “solo para tus ojos”.
Es curioso. ¿Por qué no hay tal promoción de los espectáculos similares dirigidos al público masculino? Esos shows, en cambio, se consideran inmorales, indignos, sucios. ¿Dónde está la diferencia? Acaso estamos frente a una manifestación extraña de la famosa doble moral o será parte de aquella visión inocentona de los mecanismos sexuales de las mujeres que dicta que nosotras no concretamos un encuentro o consentimos una excitación ante la exhibición de los atributos de estos muchachos musculosos, insinuantes y dispuestos. La contraparte para los machos de la especie señala, en cambio, que los hombres estarían más inclinados, casi obligados, a consumar sus deseos (Claro está, siempre que cuenten con el dinero para pagarlos).
Así, la asistencia de un grupo de chicas a una de estas presentaciones es algo que se planifica abiertamente y se comenta en la oficina, la universidad o la casa, mientras que la misma actividad para los caballeros representa una “escapada” que se disfraza con excusas trilladas o se reserva para las infames despedidas de soltero.
¿Qué es lo que no encaja en este cuadro? ¿Qué es lo que me estorba de estas actividades? La pura verdad es que no lo sé. Aclaro que aún no he asistido a uno de estos shows (y nótese que pongo aún), y no sé si me diviertan o aburran. Creo que más que los bíceps inflados y los hilos dentales lo que más me fascinaría experimentar es ese ambiente de grupo de mujeres traviesas, cómplices de lo prohibido.
¿Será esta una expresión un poco desviada de la liberación femenina? Para las feministas que se quejan de todo lo que huela a concurso de belleza o a “explotación de la figura femenina” (e.g.: los bamboleantes traseros televisivos) quizá sea una especie de justicia poética: la carne en el asador ahora es la de ellos. Y nosotras estamos allí para disfrutarla y reclamar nuestra porción de morbosidad del monopolio de los hombres.
Creo que no me interesa esa cuota de igualdad. Al fin y al cabo no me va la igualdad extrema. Soy mujer y quiero que me traten y me vean como una, siempre y cuando me reconozcan y respeten mi condición de ser humano.
Yo, al igual que la mayoría de ustedes, pertenezco a una generación de mujeres que nacimos y crecimos libres del impedimento mental de pertenecer a un género “inferior”. Mi experiencia de vida me ha llevado muy pocas veces a enfrentar algún tipo de discriminación debido a mi condición de mujer. A excepción de los pocos hombres que no consienten ver a una “frágil damisela” cargando cartones y computadoras de un lado para el otro, casi nunca he recibido por respuesta un “no, usted es mujer”. (Y curiosamente, en esas pocas ocasiones las palabras han venido de otra mujer). Mi caso es además peculiar: nacida y criada en una casa de mujeres --donde ellas traían el pan a la mesa e impartían la disciplina--, nunca aprendí la supuesta obediencia natural al hombre.
Sin embargo, caminamos por los senderos que otras regaron con lágrimas y sangre. Aquellas que se resistieron a la idea de ser apenas una propiedad del hombre, sin derecho a opinar, votar y tener propiedades. Aquellas que se rebelaron ante las barreras de las carreras, deportes y cargos “solo para hombres”. Esas que reivindicaron su derecho a acceder al conocimiento sin necesidad de ser cortesanas o monjas. Imaginen por un instante un mundo en el que la única forma de aprender a leer y escribir era abrazar una vocación religiosa de la que no estabas muy convencida. Un mundo en el que todas las actividades de tu vida las dicte únicamente el hombre, dueño absoluto del poder, del saber y del hacer.
Ese mundo de negación coexiste hoy en día con el nuestro de igualdad, allí están las mujeres de Afganistán. Esas que mueren por la prohibición de que un médico (hombre) las toque, esas que se suicidan cuando enviudan porque ni siquiera se les permite trabajar para su propio sustento, esas que viven encarceladas bajo un manto negro que esconde esa escoria que es su cuerpo. Pero sobreviven.
Esas mujeres están allí para recordarnos que el camino aún no está terminado y que ellas son apenas un caso extremo de una sociedad fanática. Y lejano. Más cerca están las mujeres pobres, las que pertenecen a las minorías étnicas del mundo (las más pobres entre los pobres), para las que la vida es una sucesión de puertas cerradas, un peligro constante. Son las que maldicen el hecho de haber nacido mujeres, las que soportan en su propia carne todas las vergüenzas y todo el desprecio de los que deberían ser sus compañeros y no sus verdugos. Este día es para ellas, no para nosotras. O más bien, para que nosotras no nos olvidemos de ellas y de todas las que vinieron detrás. Así este día se convierte en un día para la memoria, una memoria dolorosa, un recordatorio de que los privilegios que nos parecen tan normales, alguien más los ganó para nosotras y nuestras hijas.
Cueritos al sol
Frente al cuento de la igualdad, aparece ahora un nuevo juego de contradicciones. Una discoteca quiteña ha organizado un agasajo “para las mujeres en su día”: un espectáculo de stip-tease masculino, un show que se repite todos los miércoles en un bar de moda y que se publicita con toda naturalidad en la radio con una música sugestiva y bajo el eslogan de “solo para tus ojos”.
Es curioso. ¿Por qué no hay tal promoción de los espectáculos similares dirigidos al público masculino? Esos shows, en cambio, se consideran inmorales, indignos, sucios. ¿Dónde está la diferencia? Acaso estamos frente a una manifestación extraña de la famosa doble moral o será parte de aquella visión inocentona de los mecanismos sexuales de las mujeres que dicta que nosotras no concretamos un encuentro o consentimos una excitación ante la exhibición de los atributos de estos muchachos musculosos, insinuantes y dispuestos. La contraparte para los machos de la especie señala, en cambio, que los hombres estarían más inclinados, casi obligados, a consumar sus deseos (Claro está, siempre que cuenten con el dinero para pagarlos).
Así, la asistencia de un grupo de chicas a una de estas presentaciones es algo que se planifica abiertamente y se comenta en la oficina, la universidad o la casa, mientras que la misma actividad para los caballeros representa una “escapada” que se disfraza con excusas trilladas o se reserva para las infames despedidas de soltero.
¿Qué es lo que no encaja en este cuadro? ¿Qué es lo que me estorba de estas actividades? La pura verdad es que no lo sé. Aclaro que aún no he asistido a uno de estos shows (y nótese que pongo aún), y no sé si me diviertan o aburran. Creo que más que los bíceps inflados y los hilos dentales lo que más me fascinaría experimentar es ese ambiente de grupo de mujeres traviesas, cómplices de lo prohibido.
¿Será esta una expresión un poco desviada de la liberación femenina? Para las feministas que se quejan de todo lo que huela a concurso de belleza o a “explotación de la figura femenina” (e.g.: los bamboleantes traseros televisivos) quizá sea una especie de justicia poética: la carne en el asador ahora es la de ellos. Y nosotras estamos allí para disfrutarla y reclamar nuestra porción de morbosidad del monopolio de los hombres.
Creo que no me interesa esa cuota de igualdad. Al fin y al cabo no me va la igualdad extrema. Soy mujer y quiero que me traten y me vean como una, siempre y cuando me reconozcan y respeten mi condición de ser humano.
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