Una palabra con muchos sentidos es, ciertamente, la palabra pasión. No solo porque sus significados pueden ser múltiples, de acuerdo a la aplicación, sino porque se relaciona, precisamente, con todos los sentidos.
Ayer conocí a una mujer apasionada. Una doctora en medicina especializada en homeopatía, cuyo camino la llevó hasta una visión profunda y apasionada de la nutrición. Ella habla de la comida como un poder, un resorte que mueve afectos y restaura la salud, que transmite sentimientos, recuerdos, pasado. (Eso es, en si mismo, tema para volúmenes enteros) Pero lo más impresionante de su discurso no es su contenido, sino la pasión con que lo comunica, el brillo en los ojos, la sonrisa amplia.
La pasión de vida, que muchos llaman vocación, es una fuerza telúrica que nos mueve, nos da sentido, nos entrega identidad. Es fuente de propósito, la energía que nos permite exigirnos un paso más, el empujón para dar un salto al vacío, emprender un cambio radical o sumergirnos en nuevos retos y conocimientos.
Conozco mucha gente apasionada y he visto varias veces el despertar de esas pasiones en muchos de ustedes. Espero presenciar y disfrutar esa experiencia con el resto de ustedes. Benditos sean los que encontraron esa línea desde muy jóvenes e hicieron que coincida con la profesión para la que se formaron y recorren hasta hoy en día. Entre ellos están mi mamá, maestra de nacimiento, mi maestro de periodismo, periodista hasta la médula, o un compañero de la universidad, para el que los sistemas informáticos son el motor que calma su hiperactividad incesante.
Pero la mayoría de nosotros, debido a las presiones del estrecho pasaje que hay entre el fin del colegio y el inicio de la universidad y la mentirosa y superficial “orientación vocacional”, nos metimos en cosas que no respondían al sentido que llevábamos dentro, pero que no nos atrevimos o no se nos ocurrió explorar. Pero la vida generosa nos presentó la oportunidad perfecta para rectificar que supimos aprovechar, sin miedo. Así, conozco un editor de revistas que encontró su pasión en la enseñanza de la lógica y la filosofía, una zootecnista que ahora estudia administración turística, una decoradora que se abre camino en el mundo del mercadeo y una experta en organización y métodos que descubrió el poder curativo de sus manos a través del reiki.
También hay los que dividen su alma y su vida entre varios amores. Ahí está el dentista con alma de artesano, la jefe de sistemas navieros con corazón de poeta, la animadora de televisión que pinta cuadros de ensueño, las dos reporteras reposteras y el economista con madera de líder político. Para ellos la línea de equilibrio se vuelve delgada y el malabarismo se puede volver incómodo, exigente. Quizá algún día decidan dar el salto o mantengan esas habilidades como hobbies, actividades marginales que les proporcionan gran satisfacción, alivio espiritual o ingresos adicionales.
¿Qué es la vida sin pasión? Es un recorrido aburrido, sin emociones, sin victorias. Es una sucesión de días, de horarios y cronogramas, de quincenas y fines de meses, de prostituirse por un empleo que no se ama. Es un anhelo insatisfecho, unos ojos apagados, un dolor indefinido, una tendencia a la amargura, a la soledad, a la queja de todo, al puritanismo, a la envidia, a la autodestrucción. Y lo peor de todo, es el desperdicio de las más exquisitas capacidades, es una vida con un destino truncado por el miedo. Un crimen contra el espíritu que todos deberíamos evitar que se cometa en otros y en nosotros mismos. ¿Cuál es tu pasión? ¿Qué has hecho para seguirla donde el corazón te lleve?
A propósito, le pido prestado a Susana Tamaro, el fragmento final de su novela “Donde el corazón te lleve” que lo resume todo de una manera bella y poderosa:
Ayer conocí a una mujer apasionada. Una doctora en medicina especializada en homeopatía, cuyo camino la llevó hasta una visión profunda y apasionada de la nutrición. Ella habla de la comida como un poder, un resorte que mueve afectos y restaura la salud, que transmite sentimientos, recuerdos, pasado. (Eso es, en si mismo, tema para volúmenes enteros) Pero lo más impresionante de su discurso no es su contenido, sino la pasión con que lo comunica, el brillo en los ojos, la sonrisa amplia.
La pasión de vida, que muchos llaman vocación, es una fuerza telúrica que nos mueve, nos da sentido, nos entrega identidad. Es fuente de propósito, la energía que nos permite exigirnos un paso más, el empujón para dar un salto al vacío, emprender un cambio radical o sumergirnos en nuevos retos y conocimientos.
Conozco mucha gente apasionada y he visto varias veces el despertar de esas pasiones en muchos de ustedes. Espero presenciar y disfrutar esa experiencia con el resto de ustedes. Benditos sean los que encontraron esa línea desde muy jóvenes e hicieron que coincida con la profesión para la que se formaron y recorren hasta hoy en día. Entre ellos están mi mamá, maestra de nacimiento, mi maestro de periodismo, periodista hasta la médula, o un compañero de la universidad, para el que los sistemas informáticos son el motor que calma su hiperactividad incesante.
Pero la mayoría de nosotros, debido a las presiones del estrecho pasaje que hay entre el fin del colegio y el inicio de la universidad y la mentirosa y superficial “orientación vocacional”, nos metimos en cosas que no respondían al sentido que llevábamos dentro, pero que no nos atrevimos o no se nos ocurrió explorar. Pero la vida generosa nos presentó la oportunidad perfecta para rectificar que supimos aprovechar, sin miedo. Así, conozco un editor de revistas que encontró su pasión en la enseñanza de la lógica y la filosofía, una zootecnista que ahora estudia administración turística, una decoradora que se abre camino en el mundo del mercadeo y una experta en organización y métodos que descubrió el poder curativo de sus manos a través del reiki.
También hay los que dividen su alma y su vida entre varios amores. Ahí está el dentista con alma de artesano, la jefe de sistemas navieros con corazón de poeta, la animadora de televisión que pinta cuadros de ensueño, las dos reporteras reposteras y el economista con madera de líder político. Para ellos la línea de equilibrio se vuelve delgada y el malabarismo se puede volver incómodo, exigente. Quizá algún día decidan dar el salto o mantengan esas habilidades como hobbies, actividades marginales que les proporcionan gran satisfacción, alivio espiritual o ingresos adicionales.
¿Qué es la vida sin pasión? Es un recorrido aburrido, sin emociones, sin victorias. Es una sucesión de días, de horarios y cronogramas, de quincenas y fines de meses, de prostituirse por un empleo que no se ama. Es un anhelo insatisfecho, unos ojos apagados, un dolor indefinido, una tendencia a la amargura, a la soledad, a la queja de todo, al puritanismo, a la envidia, a la autodestrucción. Y lo peor de todo, es el desperdicio de las más exquisitas capacidades, es una vida con un destino truncado por el miedo. Un crimen contra el espíritu que todos deberíamos evitar que se cometa en otros y en nosotros mismos. ¿Cuál es tu pasión? ¿Qué has hecho para seguirla donde el corazón te lleve?
A propósito, le pido prestado a Susana Tamaro, el fragmento final de su novela “Donde el corazón te lleve” que lo resume todo de una manera bella y poderosa:
“Y cuando frente a ti se abran muchos caminos y no sepas cuál tomar, no elijas uno al azar, siéntate y espera. Respira con la profundidad confiada con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin dejarte distraer por nada, espera y vuelve a esperar. Quédate quieta, en silencio y escucha a tu corazón. Cuando te hable, levántate y marcha hacia donde él te lleve”.