sábado, 24 de marzo de 2001

Pasión

Una palabra con muchos sentidos es, ciertamente, la palabra pasión. No solo porque sus significados pueden ser múltiples, de acuerdo a la aplicación, sino porque se relaciona, precisamente, con todos los sentidos.

Ayer conocí a una mujer apasionada. Una doctora en medicina especializada en homeopatía, cuyo camino la llevó hasta una visión profunda y apasionada de la nutrición. Ella habla de la comida como un poder, un resorte que mueve afectos y restaura la salud, que transmite sentimientos, recuerdos, pasado. (Eso es, en si mismo, tema para volúmenes enteros) Pero lo más impresionante de su discurso no es su contenido, sino la pasión con que lo comunica, el brillo en los ojos, la sonrisa amplia.

La pasión de vida, que muchos llaman vocación, es una fuerza telúrica que nos mueve, nos da sentido, nos entrega identidad. Es fuente de propósito, la energía que nos permite exigirnos un paso más, el empujón para dar un salto al vacío, emprender un cambio radical o sumergirnos en nuevos retos y conocimientos.

Conozco mucha gente apasionada y he visto varias veces el despertar de esas pasiones en muchos de ustedes. Espero presenciar y disfrutar esa experiencia con el resto de ustedes. Benditos sean los que encontraron esa línea desde muy jóvenes e hicieron que coincida con la profesión para la que se formaron y recorren hasta hoy en día. Entre ellos están mi mamá, maestra de nacimiento, mi maestro de periodismo, periodista hasta la médula, o un compañero de la universidad, para el que los sistemas informáticos son el motor que calma su hiperactividad incesante.

Pero la mayoría de nosotros, debido a las presiones del estrecho pasaje que hay entre el fin del colegio y el inicio de la universidad y la mentirosa y superficial “orientación vocacional”, nos metimos en cosas que no respondían al sentido que llevábamos dentro, pero que no nos atrevimos o no se nos ocurrió explorar. Pero la vida generosa nos presentó la oportunidad perfecta para rectificar que supimos aprovechar, sin miedo. Así, conozco un editor de revistas que encontró su pasión en la enseñanza de la lógica y la filosofía, una zootecnista que ahora estudia administración turística, una decoradora que se abre camino en el mundo del mercadeo y una experta en organización y métodos que descubrió el poder curativo de sus manos a través del reiki.

También hay los que dividen su alma y su vida entre varios amores. Ahí está el dentista con alma de artesano, la jefe de sistemas navieros con corazón de poeta, la animadora de televisión que pinta cuadros de ensueño, las dos reporteras reposteras y el economista con madera de líder político. Para ellos la línea de equilibrio se vuelve delgada y el malabarismo se puede volver incómodo, exigente. Quizá algún día decidan dar el salto o mantengan esas habilidades como hobbies, actividades marginales que les proporcionan gran satisfacción, alivio espiritual o ingresos adicionales.

¿Qué es la vida sin pasión? Es un recorrido aburrido, sin emociones, sin victorias. Es una sucesión de días, de horarios y cronogramas, de quincenas y fines de meses, de prostituirse por un empleo que no se ama. Es un anhelo insatisfecho, unos ojos apagados, un dolor indefinido, una tendencia a la amargura, a la soledad, a la queja de todo, al puritanismo, a la envidia, a la autodestrucción. Y lo peor de todo, es el desperdicio de las más exquisitas capacidades, es una vida con un destino truncado por el miedo. Un crimen contra el espíritu que todos deberíamos evitar que se cometa en otros y en nosotros mismos. ¿Cuál es tu pasión? ¿Qué has hecho para seguirla donde el corazón te lleve?

A propósito, le pido prestado a Susana Tamaro, el fragmento final de su novela “Donde el corazón te lleve” que lo resume todo de una manera bella y poderosa:

“Y cuando frente a ti se abran muchos caminos y no sepas cuál tomar, no elijas uno al azar, siéntate y espera. Respira con la profundidad confiada con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin dejarte distraer por nada, espera y vuelve a esperar. Quédate quieta, en silencio y escucha a tu corazón. Cuando te hable, levántate y marcha hacia donde él te lleve”.

jueves, 8 de marzo de 2001

Mujeres sin memoria

Hace algún tiempo que tengo un pequeño conflicto acerca de esta fecha, 8 de marzo, día internacional de la Mujer. ¿Por qué tiene que haber un día dedicado a las mujeres? El sabor que me da es el de un reconocimiento a una minoría (¿?), casi como el pretexto para un reclamo de igualdad que muchas veces no reconozco como mío.

Yo, al igual que la mayoría de ustedes, pertenezco a una generación de mujeres que nacimos y crecimos libres del impedimento mental de pertenecer a un género “inferior”. Mi experiencia de vida me ha llevado muy pocas veces a enfrentar algún tipo de discriminación debido a mi condición de mujer. A excepción de los pocos hombres que no consienten ver a una “frágil damisela” cargando cartones y computadoras de un lado para el otro, casi nunca he recibido por respuesta un “no, usted es mujer”. (Y curiosamente, en esas pocas ocasiones las palabras han venido de otra mujer). Mi caso es además peculiar: nacida y criada en una casa de mujeres --donde ellas traían el pan a la mesa e impartían la disciplina--, nunca aprendí la supuesta obediencia natural al hombre.

Sin embargo, caminamos por los senderos que otras regaron con lágrimas y sangre. Aquellas que se resistieron a la idea de ser apenas una propiedad del hombre, sin derecho a opinar, votar y tener propiedades. Aquellas que se rebelaron ante las barreras de las carreras, deportes y cargos “solo para hombres”. Esas que reivindicaron su derecho a acceder al conocimiento sin necesidad de ser cortesanas o monjas. Imaginen por un instante un mundo en el que la única forma de aprender a leer y escribir era abrazar una vocación religiosa de la que no estabas muy convencida. Un mundo en el que todas las actividades de tu vida las dicte únicamente el hombre, dueño absoluto del poder, del saber y del hacer.

Ese mundo de negación coexiste hoy en día con el nuestro de igualdad, allí están las mujeres de Afganistán. Esas que mueren por la prohibición de que un médico (hombre) las toque, esas que se suicidan cuando enviudan porque ni siquiera se les permite trabajar para su propio sustento, esas que viven encarceladas bajo un manto negro que esconde esa escoria que es su cuerpo. Pero sobreviven.

Esas mujeres están allí para recordarnos que el camino aún no está terminado y que ellas son apenas un caso extremo de una sociedad fanática. Y lejano. Más cerca están las mujeres pobres, las que pertenecen a las minorías étnicas del mundo (las más pobres entre los pobres), para las que la vida es una sucesión de puertas cerradas, un peligro constante. Son las que maldicen el hecho de haber nacido mujeres, las que soportan en su propia carne todas las vergüenzas y todo el desprecio de los que deberían ser sus compañeros y no sus verdugos. Este día es para ellas, no para nosotras. O más bien, para que nosotras no nos olvidemos de ellas y de todas las que vinieron detrás. Así este día se convierte en un día para la memoria, una memoria dolorosa, un recordatorio de que los privilegios que nos parecen tan normales, alguien más los ganó para nosotras y nuestras hijas.

Cueritos al sol

Frente al cuento de la igualdad, aparece ahora un nuevo juego de contradicciones. Una discoteca quiteña ha organizado un agasajo “para las mujeres en su día”: un espectáculo de stip-tease masculino, un show que se repite todos los miércoles en un bar de moda y que se publicita con toda naturalidad en la radio con una música sugestiva y bajo el eslogan de “solo para tus ojos”.

Es curioso. ¿Por qué no hay tal promoción de los espectáculos similares dirigidos al público masculino? Esos shows, en cambio, se consideran inmorales, indignos, sucios. ¿Dónde está la diferencia? Acaso estamos frente a una manifestación extraña de la famosa doble moral o será parte de aquella visión inocentona de los mecanismos sexuales de las mujeres que dicta que nosotras no concretamos un encuentro o consentimos una excitación ante la exhibición de los atributos de estos muchachos musculosos, insinuantes y dispuestos. La contraparte para los machos de la especie señala, en cambio, que los hombres estarían más inclinados, casi obligados, a consumar sus deseos (Claro está, siempre que cuenten con el dinero para pagarlos).

Así, la asistencia de un grupo de chicas a una de estas presentaciones es algo que se planifica abiertamente y se comenta en la oficina, la universidad o la casa, mientras que la misma actividad para los caballeros representa una “escapada” que se disfraza con excusas trilladas o se reserva para las infames despedidas de soltero.

¿Qué es lo que no encaja en este cuadro? ¿Qué es lo que me estorba de estas actividades? La pura verdad es que no lo sé. Aclaro que aún no he asistido a uno de estos shows (y nótese que pongo aún), y no sé si me diviertan o aburran. Creo que más que los bíceps inflados y los hilos dentales lo que más me fascinaría experimentar es ese ambiente de grupo de mujeres traviesas, cómplices de lo prohibido.

¿Será esta una expresión un poco desviada de la liberación femenina? Para las feministas que se quejan de todo lo que huela a concurso de belleza o a “explotación de la figura femenina” (e.g.: los bamboleantes traseros televisivos) quizá sea una especie de justicia poética: la carne en el asador ahora es la de ellos. Y nosotras estamos allí para disfrutarla y reclamar nuestra porción de morbosidad del monopolio de los hombres.

Creo que no me interesa esa cuota de igualdad. Al fin y al cabo no me va la igualdad extrema. Soy mujer y quiero que me traten y me vean como una, siempre y cuando me reconozcan y respeten mi condición de ser humano.