Un evento que sucedió hace quince días me ha tenido pensando en la lealtad laboral y el sentido de ésta frente al comportamiento de tus superiores. ¿Se viola la lealtad a la naturaleza de tu cargo cuando tu superior comete algo incorrecto, rayando en lo criminal? ¿Hace alguna diferencia que un hombre denuncie un acto de corrupción por puro resentimiento hacia sus directivos?
En la más reciente edición de la revista Vanity Fair se reveló la identidad de la fuente periodística mejor guardada de la historia: Deep Throat (Garganta Profunda). Su nombre es W. Mark Felt, un ex duro del FBI que entregó información clave a los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein acerca del escándalo Watergate que le costó la presidencia de los Estados Unidos a Richard Nixon.
La anécdota es parte de la historia del periodismo, en especial por el sigilo que guardaron durate estos más de 30 años los dos periodistas y su editor, Ben Bradley, las únicas tres personas que conocían la identidad del informante y que prometieron guardar el secreto hasta la muerte de Felt.
En los días de la revelación se comentó en los Estados Unidos no solo el tema de las fuentes periodísticas reservadas sino también si el segundo al mando de la oficina de investigación federal, un hombre del que se esperaba sigilo y obediencia era o no un traidor.
Yo digo que no. Creo que no traicionó a su cargo porque si un superior comete tamaño abuso de poder inmediatamente se expone a que alguien quiera y pueda denunciarlo. En este caso en particular, el presidente Nixon perdió el respeto y la lealtad de su subordinado el día que decidió apoyar la acción de espionaje del partido político contrario. Si esas prácticas se hacían antes y se siguieron haciendo después no viene al caso. El punto es que Felt denunció lo que había sucedido, confirmó datos, aclaró rumores, cuando se suponía que trabajaba para encubrir, ocultar, callar.
Como dice en el artículo de VF, mintió a todos en su vida, a su familia y a sus superiores. Se sospechaba de él y de hecho su historia en el FBI incluye un despido y un posterior indulto del presidente Reagan. El detonante de su relación con los periodistas sería el hecho de que nombraron a otro y no a él como director general del buró, cuando le “tocaba” después de la muerte de su jefe inmediato y mentor, Edgar J. Hoover.
De nuevo las dudas, ¿cuenta que un resentimiento y no el “hacer lo correcto” fuera la motivación de este hombre? El resultado es el mismo aunque la intención fuera diferente. Trayéndolo a la realidad nacional, si yo soy una ejecutiva de, digamos, un ministerio y veo que el ministro está feriando la plata o concediendo contratos alegremente, ¿debo ser leal al jefe o leal a mis principios morales? Ahora bien, ¿es el mejor camino la denuncia a través de la prensa para alcanzar la presión de la opinión pública? Claro, sin contar con que al mismo tiempo arriesgo el puesto. ¿Debió Felt lanzar su carrera por un precipicio y salir públicamente con su denuncia?
Existe una subhistoria en este “golpe” periodístico por parte una revista, que se dedica por igual a temas de moda que a la política, al gran periódico de Washington dueño de la primicia por derecho propio. VF realizó grandes esfuerzos para que no se filtre la información hacia el Post de modo que ellos no se adelanten con la revelación. Al parecer el abogado John O’Connor, autor del artículo, había intentado negociar primero un pago a Felt y su familia por la publicación, algo que la revista declinó. Luego se dedicó por un año a buscar un editor para un libro sobre el informante, pero como no lo logró volvió a tocar la puerta de la revista. Se usaron nombres en clave, se enviaron portadas falsas a la imprenta, y lo lograron. Woodward, Bernstein y Bradley mantuvieron su palabra hasta el final. No fueron ellos quienes lo revelaron.
En la más reciente edición de la revista Vanity Fair se reveló la identidad de la fuente periodística mejor guardada de la historia: Deep Throat (Garganta Profunda). Su nombre es W. Mark Felt, un ex duro del FBI que entregó información clave a los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein acerca del escándalo Watergate que le costó la presidencia de los Estados Unidos a Richard Nixon.
La anécdota es parte de la historia del periodismo, en especial por el sigilo que guardaron durate estos más de 30 años los dos periodistas y su editor, Ben Bradley, las únicas tres personas que conocían la identidad del informante y que prometieron guardar el secreto hasta la muerte de Felt.
En los días de la revelación se comentó en los Estados Unidos no solo el tema de las fuentes periodísticas reservadas sino también si el segundo al mando de la oficina de investigación federal, un hombre del que se esperaba sigilo y obediencia era o no un traidor.
Yo digo que no. Creo que no traicionó a su cargo porque si un superior comete tamaño abuso de poder inmediatamente se expone a que alguien quiera y pueda denunciarlo. En este caso en particular, el presidente Nixon perdió el respeto y la lealtad de su subordinado el día que decidió apoyar la acción de espionaje del partido político contrario. Si esas prácticas se hacían antes y se siguieron haciendo después no viene al caso. El punto es que Felt denunció lo que había sucedido, confirmó datos, aclaró rumores, cuando se suponía que trabajaba para encubrir, ocultar, callar.
Como dice en el artículo de VF, mintió a todos en su vida, a su familia y a sus superiores. Se sospechaba de él y de hecho su historia en el FBI incluye un despido y un posterior indulto del presidente Reagan. El detonante de su relación con los periodistas sería el hecho de que nombraron a otro y no a él como director general del buró, cuando le “tocaba” después de la muerte de su jefe inmediato y mentor, Edgar J. Hoover.
De nuevo las dudas, ¿cuenta que un resentimiento y no el “hacer lo correcto” fuera la motivación de este hombre? El resultado es el mismo aunque la intención fuera diferente. Trayéndolo a la realidad nacional, si yo soy una ejecutiva de, digamos, un ministerio y veo que el ministro está feriando la plata o concediendo contratos alegremente, ¿debo ser leal al jefe o leal a mis principios morales? Ahora bien, ¿es el mejor camino la denuncia a través de la prensa para alcanzar la presión de la opinión pública? Claro, sin contar con que al mismo tiempo arriesgo el puesto. ¿Debió Felt lanzar su carrera por un precipicio y salir públicamente con su denuncia?
Existe una subhistoria en este “golpe” periodístico por parte una revista, que se dedica por igual a temas de moda que a la política, al gran periódico de Washington dueño de la primicia por derecho propio. VF realizó grandes esfuerzos para que no se filtre la información hacia el Post de modo que ellos no se adelanten con la revelación. Al parecer el abogado John O’Connor, autor del artículo, había intentado negociar primero un pago a Felt y su familia por la publicación, algo que la revista declinó. Luego se dedicó por un año a buscar un editor para un libro sobre el informante, pero como no lo logró volvió a tocar la puerta de la revista. Se usaron nombres en clave, se enviaron portadas falsas a la imprenta, y lo lograron. Woodward, Bernstein y Bradley mantuvieron su palabra hasta el final. No fueron ellos quienes lo revelaron.
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