Es un día soleado en Quito, de esos que hicieron famoso al cielo quiteño. Azul despejado, salpicado de hilachas de nubes; una luz brillante y clara, que no se detiene ante la horrible mancha de smog que nos cubre, sino que la atraviesa y la aniquila; un calor que permite olvidar que vivimos acunados entre montañas y que fomenta que los hombros y las rodillas, siempre escondidos bajo sacos y pantalones, salgan a relucir, a buscar color. Es, en resumidas cuentas, un día para la alegría, para el optimismo, para la ilusión.
Pero también es un día para la angustia y el miedo. Cientos de personas se albergan hoy en una universidad, agrupados como una amenaza latente. Sin nada que perder ni que ganar, han venido para imprimir en las calles de esta ciudad, para ellos siempre distante y egoísta, el eco de su soledad, su abandono, su resentimiento, su necesidad de reconocimiento y su percepción del poder. Ese poder que ellos ven cada día desperdiciarse en la fuerza de sus brazos, en la resistencia física y moral de su raza. Para ellos, el sol de hoy brilla distinto que para mi. Es el dios sol que ilumina su camino, es un augurio, una señal oculta que solo ellos interpretan y aceptan.
Ayer me los topé de frente cuando regresaba a pie a mi casa. Era un grupo pequeño, una centena, con un alcalde a la cabeza. En un instante reviví las emociones y los temores de los muchos recorridos en que los acompañé, en mi rol de periodista, bajo el rótulo (seudo) protector de “la prensa”. Tras vencer el instinto (suicida) de seguirlos para reportar su avance, recordé sus cuchicheos en quichua, sus consignas en castellano; las actitudes de asombro y diversión de algunos, --normalmente los más jóvenes--, las de resentimiento profundo de otros, --casi siempre, los mayores.
¿Qué será del hombre que me amenazó con una inmensa piedra (demasiado cerca de mi cara) el 20 de enero frente a la escalinata que lleva al Congreso? ¿Habrá vuelto a emprender el largo camino hasta Quito con este levantamiento? ¿Se sentirá poderoso y orgulloso de ser parte de una organización que ellos perciben como fuerte, capaz de paralizar a un país, de poner de rodillas a una nación? ¿Qué siento yo al ser parte de ese mismo, y tan distinto, país, al ser una integrante más de la masa informe de los blanco/mestizos? (Y de algunos otros rótulos que se inventan los académicos para separar a la gente).
Entonces, ¿es un día para el miedo o para la esperanza? Yo decidí esta mañana que era una jornada para la alegría, esa que no consiste en la carcajada boba sino en la sonrisa consciente. Por eso puse un disco de Luis Eduardo Aute que me presta estas palabras de aliento:
Hay miles de razones para el espanto pero miles más para el encanto. Ese es el credo en el que decido creer en este día. ¿Qué crees tú?
Pero también es un día para la angustia y el miedo. Cientos de personas se albergan hoy en una universidad, agrupados como una amenaza latente. Sin nada que perder ni que ganar, han venido para imprimir en las calles de esta ciudad, para ellos siempre distante y egoísta, el eco de su soledad, su abandono, su resentimiento, su necesidad de reconocimiento y su percepción del poder. Ese poder que ellos ven cada día desperdiciarse en la fuerza de sus brazos, en la resistencia física y moral de su raza. Para ellos, el sol de hoy brilla distinto que para mi. Es el dios sol que ilumina su camino, es un augurio, una señal oculta que solo ellos interpretan y aceptan.
Ayer me los topé de frente cuando regresaba a pie a mi casa. Era un grupo pequeño, una centena, con un alcalde a la cabeza. En un instante reviví las emociones y los temores de los muchos recorridos en que los acompañé, en mi rol de periodista, bajo el rótulo (seudo) protector de “la prensa”. Tras vencer el instinto (suicida) de seguirlos para reportar su avance, recordé sus cuchicheos en quichua, sus consignas en castellano; las actitudes de asombro y diversión de algunos, --normalmente los más jóvenes--, las de resentimiento profundo de otros, --casi siempre, los mayores.
¿Qué será del hombre que me amenazó con una inmensa piedra (demasiado cerca de mi cara) el 20 de enero frente a la escalinata que lleva al Congreso? ¿Habrá vuelto a emprender el largo camino hasta Quito con este levantamiento? ¿Se sentirá poderoso y orgulloso de ser parte de una organización que ellos perciben como fuerte, capaz de paralizar a un país, de poner de rodillas a una nación? ¿Qué siento yo al ser parte de ese mismo, y tan distinto, país, al ser una integrante más de la masa informe de los blanco/mestizos? (Y de algunos otros rótulos que se inventan los académicos para separar a la gente).
Entonces, ¿es un día para el miedo o para la esperanza? Yo decidí esta mañana que era una jornada para la alegría, esa que no consiste en la carcajada boba sino en la sonrisa consciente. Por eso puse un disco de Luis Eduardo Aute que me presta estas palabras de aliento:
“Si aún no soporta el vampiro no verse en su identidad/ si todavía hay quien tenga el horror de ser cómplice del crimen de la verdad/ si aún no han aislado el genoma del clon de la Trinidad/ si todavía es un vals lo que bailan, ingrávidas, las fuerzas de gravedad... / ay, amor, es porque existes, es porque existes, aleluya, aleluya”.
Hay miles de razones para el espanto pero miles más para el encanto. Ese es el credo en el que decido creer en este día. ¿Qué crees tú?
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