domingo, 24 de julio de 2005

Bits Julianos


Barcelona 0 - Liga 3

Es 24 de julio, cumpleaños de Simón y de Pablo. Pasan de la una de la tarde y en el fondo escucho la narración del partido entre Liga de Quito y Barcelona que se destaca entre el silencio abrumado de los hinchas barcelonistas de la Bahía. El marcador indica un 3-0. Si fuera Barcelona el que ganara, el ambiente estuviera festivo, hubieran sonado los disparos con cada gol, la princesa hubiera corrido hasta aquí a abrazarse, diciendo entre dientes “mucha bulla”. Pero no. Imagino, en cambio, la algarabría en cualquier bar de Quito. La balanza se inclina hacia ese lado. La alegría este año le toca a alguien más.

(Me queda sin embargo, una egoísta sensación de alivio: podré salir esta tarde sin temor a los eufóricos hinchas borrachos).

El circo de la Fundación

Es el fin de semana de la fiesta de la fundación de Guayaquil. Nótese que solo en años recientes se ha empezado a dar importancia a este festejo. Antes se trataba apenas de un feriado más, creo que ni siquiera había desfile y no recuerdo bien si la elección aquella de la Perla del Pacífico era en julio o en octubre. Recuerdo también cómo mi abuelo César le cambiaba una consonante al título por algo un tanto ofensivo y por eso, gracioso.

A propósito de reinados, casi lloro de la risa cuando leí que el Parlamento Andino auspicia el flamante Reinado Bolivariano. Menuda manera de expander los ideales de Bolívar, que al fin y al cabo, era un mujeriego sin remedio.

Es tiempo del Play Land Park y de los circos. Y al parecer también se va convirtiendo en tradición que la fiesta juliana sea igual a ferias de muebles. Hay unas cuatro en la ciudad. Es curioso cómo los comerciantes van configurando sus oportunidades de acuerdo a la época del año: febrero con los sanvalentines, mayo para las madres, junio inicia por los niños y termina con los padres. Así que ¿por qué no? julio para decorar la casa. Nada mal, aun les queda inventarse algo para agosto. Ahora que apenas finaliza septiembre comienza la temporada navideña. ¡Qué abombe! Cada año compadezco más a las empleadas de las tiendas de departamentos que llegarán al 24 de diciembre deseando degollar a los pastores, que Papa Noel se incendie en la chimenea y con una aversión total a los villancicos. Y claro, agotadas y nada “navideñas” con los horarios extendidos en todas las tiendas y centros comerciales. Al menos en enero nos dan tregua, cansados, hartos y gastados como (se supone que) quedamos.

La mayor revelación de estas fiestas no aparecerá en primera plana de los diarios del martes. No, la encontrarán instalada frente a la Terminal Terrestre: “El circo del Reggaetón”. Listo, todo queda aclarado: el reggaetón es una payasada. Además, todo lo que merece tener un circo está a punto de morir. Ese es el mismo circo que el año pasado fue el circo de Ta’Dominado, y años antes, el circo de Betty, la fea. Así que paciencia, si ya se mereció tener un circo con su nombre, hay la esperanza que esa abominación seudomusical esté pronta a desaparecer en el olvido. Y claro, permanecer como baile de nostalgia para los matrimonios. Igual que el meneíto y la macarena. ¿Alguien recuerda ese momento incómodo cuando ponían “El venado” en las bodas? Siempre cuento la anécdota de la pariente que en su boda puso como canción especial de los novios esa de Wilfrido que va: “ya no tengo un lugar que no me hayas besado/ ningún rincón sagrado te falta por andar/ profanaste el pudor/ ya no queda un camino/ que no sea testigo de un gemido de amor”. Las viejitas sonreían confundidas y los novios bailaban con una sonrisa cómplice. Y bueno, el matrimonio terminó en divorcio varios años, una simpática hija y una emigración a España después.

Guayaquil vive ¿por mi?

Recorro todos los días las calles del puerto que en estos meses bullen de actividad: maquinaria, obreros, cemento, hierro, tuberías, cables. Se está montando la infraestructura de un sistema de transporte municipal que todos deseamos que funcione. Sin embargo, asisto con tristeza a la muerte de los últimos árboles que habitaban la calle Boyacá. Un día el paisaje incluía hojas y sombra. Al siguiente, el parterre desnudo dolió como cuando se lee un nombre conocido entre los obituarios del periódico. Más sol para los transeúntes, más espacios ganados para los vehículos, menos amortiguadores para el esmóg y la bulla. Comprendo los motivos, aprecio el progreso, pero igual lamento la pérdida de una vida que tomó tanto tiempo en crecer, enrraizarse, florecer, perdurar.

No puedo ser injusta: en la mayoría de las avenidas del norte, las que se planearon amplias desde un inicio y con grandes parterres para árboles, se está dando mantenimiento, se podan las ramas bajas para evitar que bloqueen visibilidad, se estimula el crecimiento vertical de los árboles. Estuve hace poco en Florida (Estados Unidos) y allí, aunque se privilegian las grandes avenidas y el auto es rey, (tanto que hay lugares donde no es posible caminar porque no hay la vereda adecuada para peatones) también las leyes que protegen los árboles son muy estrictas y hay exhuberante verdor por donde se mire. Si el ideal del Guayaquil proyectado es Miami, ¿no se nos está olvidando este detalle? (Sonrío, había puesto "la Florida", pero rectifico en aras de no mantener ese insoportable referente automático a los Estados Unidos).

Anhelo por un festejo diario de todas las cosas vivas, las ciudades, las personas. En el caso de este asentamiento urbano que habito, tan solo deseo un día en que la gente no bote basura a la calle, no importa el pretexto. Que la ciudad esté limpia no porque se la limpie mucho sino porque se la ensucie poco.

Feliz cumpleaños, Guayaquil, aunque seas de esas mujeres coquetas de las que no se saben bien la verdadera fecha de su nacimiento.

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