miércoles, 24 de mayo de 2006

Llega un día, amigo…

…en que se deben cerrar las puertas del pasado, en que uno se encuentra, en la calle, despojado, aturdido, despellejado.

Llega un día, maestro, en que los episodios no van más, las escenas llegan a un silencioso final, en que lo vivido duele más que lo soñado.

Llega un día, colega, en que te sientes desolado como la cucaracha que sobrevivió al holocausto y a tu alrededor encuentras hogares y hombros que esperan una palabra tuya para recibirte.

Llega un día, hermano, y, ¡carajo, resulta ser ese mismo día! en que, sin saberlo aún, sin sentirlo siquiera, de la tierra que hoy abonan tus lágrimas germina la vida.

martes, 16 de mayo de 2006

Fracasé como rubia

Inició como una broma, se convirtió en un experimento. A inicios de año, pasé un mes con el pelo pintado de rubio. No era un platinado Barbie, era apenas un amarillo coloradón, años de tinte rojo no se quitan así no más. Me quedo pelirroja, fracasé como rubia...

Me pinté el cabello pero no adopté las mañas, los gestos, las gracias de una rubia. No dejé de leer literatura, no me exhibí con escotes y minifaldas, no frecuenté los bares para exhibir mi dorada cabellera y mi bronceado. No adopté la actitud fashion, cándida, bobalicona. Ni siquiera me percaté si capté nuevas miradas.

No se confunda el lector, tampoco es que me luciera tan mal. El pelo más claro conjuga bien con mi piel blanca y mis ojos verdes. El hecho es que no me gustaba, por eso no interpreté el papel de corazón. Jamás quise ser rubia. Se me hacía tan común, tan de seguir el molde. Rechazo el estereotipo de Barbie, aunque admiro a Marilyn y a Madonna. Fue la propia miss Monroe, que no tenía un pelo de tonta, la que dijo: “Hay sólo una especie de rubios naturales en la tierra - albinos”. No me dan ni el carácter ni el interés para ser una “bimbo”: la rubia tonta, escultural, superficial, vanidosa, adorno de brazo, mujer trofeo. Además, seamos realistas, ¿cuántas doradas cabelleras habría si la L’oreal y afines quebraran?

Resultado del experimento: no pasó nada. No me volví una fría dama que mira el universo de la nariz para abajo y que se rehúsa a embarrarse con las minucias de este mundo en el que se suda, se grita, se peca, se cometen errores. Con mi moño a lo Eva Perón no me sentí un regalo de Dios para los mortales, ni me bajó el tono de voz al nivel del susurro orgásmico de Marilyn. El cabello dorado no me confirió, ni siquiera en la privacidad de mi alcoba, la categoría de diosa del sexo que se adjudicaron en su momento rubias míticas como Brigitte Bardot, Pamela Anderson, o las noviecitas de Heffner. No me fue concedida el aura refinada de una Grace Kelly o una Gwyneth Paltrow.

Lo cierto es que viví ese mes mirando extrañada a la imagen del espejo. El efecto que se consigue con alrededor de una hora de químicos que primero decoloran, es decir, retiran el color del cabello y luego tiñen no alcanza para programarla a una para la propia reacción. Al poco tiempo vinieron las horribles raíces, esas que gritan al público: “no soy natural y no tengo ni la plata ni el interés para repintarme este espacio oscuro”.

Curiosamente la que estaba fascinada fue la princesa, rubia natural invicta a sus tres años. Resultó cierto que los niños prestan atención a lo que una dice: a los pocos días de escucharme repetir “no me gusta ser rubia”, ella empezó a decir que no le gustaba el rubio. Cambio inmediato de estrategia: “¡mira que lindo, las dos somos rubias!”. Ya aprendió que el pelo puede cambiar de color con algo, que a su entender, no es más que un champú. Ya me pidió que vuelva a ser rubia. Lo lamento, pero ese es un deseo que no le voy a cumplir. ¡La rubia murió, viva la pelirroja!

¡Escuche a la diosa!

Phantom, el blogger/productor de Radio 04 tuvo la gentileza de invitarme a aparecer en uno de los programas de su "mes de las mamacitas", que bautizamos como "Mi vida con ellos". La transmisión será este jueves 18 a las 21h00, vean aquí el anuncio con la explicación del caso.

miércoles, 10 de mayo de 2006

¿Símbolo de qué?

Me fascinan los rituales, esas convenciones vacías de sentido que pueblan los eventos que incluyen programa, orden del día, discursos de presentación, exaltación y agradecimiento, ah, y el infaltable momento artístico. El sábado anterior presencié, divertidísima, la ¿cómo se dice? ¿Presentación? ¿Nombramiento? ¿Proclamación? de mi tía abuela, doña R., como Madre Símbolo de la sede social de los bolivarenses Y de la asociación de santiagueños residentes en Guayaquil. Santiagueños porque nacieron en Santiago, provincia de Bolívar, Ecuador, nada que ver con la capital del Sur.

El salón es de una estética extraña, ubicado en el primer piso de una edificación un tanto amorfa de una ciudadela del norte. El techo es de doble alto para albergar un mezanine, acaso la idea de una sala vip o un privado, o, como dijo Pelo, la ubicación ideal para que una novia lance el ramo.

Llegamos tarde, muy informales para los caballeros de terno y las damas de traje de noche, y encontramos a la familia en pleno ya acomodada. Son muchos parientes que saludar y le dedicamos su momento a cada uno. Sabemos que no habrá luego ocasión de conversar o compartir. Estaremos presentes en el acto solemne y huiremos inmediatamente después.

La tía R. está elegante con un sencillo vestido negro, discretos collar y aretes. Ella es una mujer que perdió su feminidad en el camino de la vida, aunque no ha perdido su sentido protector, ese que la lleva a ser la primera en el lecho de todos los enfermos de la familia, con su experiencia de enfermera y su ánimo práctico que a todos nos calma y hace sentir seguros. Pero esta noche está hermosa, acaso con el rubor ese que da ser el inesperado y no deseado centro de la atención de la noche, y sin embargo, con esa actitud de digna aceptación de un honor.

Esta noche ella es la “Madre Símbolo”, ¿qué diablos es eso? ¿Qué necesidad hay de esa designación?

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Esta mañana, como casi todas, pienso en la patética experiencia de vergüenza y perdón que supone ser madre. Vergüenza con la madre propia por haberle hecho la vida de cuadritos, tal como, ahora se la hace a una esa adorable criatura de tres años y medio que pulula por todos los espacios de la vida. (TODOS). Perdón porque a cada paso hay que andarse perdonando a una misma los exabruptos que a ratos provoca esta relación tan intensa, tan agotadora, tan… maternal.

Pienso también en mis amigas, las que son madres, y cómo nos acompañamos en este camino de dudas, cansancio, descubrimientos y prueba de los propios valores, fortaleza y conocimientos. Ya sea que se trate de Rebecca que ha celebrado recién la primera comunión de su Nico y su Sebastián apenas ha comenzado la carrera escolar, o de la Nena batallando para que Miguel y Diego, aún bebés, se duerman de corrido toda la noche.

Casi todos los días tengo dos momentos: uno en el que adoro ser madre y otro en el que preferiría ser “la tía”, no esta suerte de bruja que tiene que poner límites, que canta todo el día el “no” como un mantra de fe, y arruinar la diversión de saltar en la cama o comerse todos los dulces o “por esta vez” no lavarnos los dientes. Sé que no estoy sola y por lo tanto, vuelvo a la compasión por nuestras madres que fueron “chicas” como nosotras y que seguramente habrán querido también hablar un rato por teléfono sin interrupciones, sentarse a ver una película sin estar trayendo agua y galletas y sin llevar a nadie al baño a hacer pipí.

En el mismo instante en que un espermatozoide consigue traspasar la membrana de un óvulo, muere en silencio algo trascendental: la libertad de la madre. No cambiamos nada por un beso pegajoso y un “te quiero mami”, tan solo nos da UNA nostalgia… No hace falta preguntarle a Karyna, que se queja porque su Bruno siempre se le sale de los esquemas, o a Adriana, que salta ante la menor oportunidad de salir de su casa, tras dos meses de flamante romance con el bebé Santiago.

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El programa de la Madre Símbolo Bolivarense lo tiene todo: la semblanza de la homenajeada, (leída como una sucesión de hechos y datos, sin emoción alguna, precisamente por un pariente cercano). El discurso inflamado de un veterano que horas mas tarde demostraría su soltura en la pista de baile para los pasodobles. (“La gramática de mi alma” es su frase destacada). Un poema que habla de la necesidad de dar amor a la madrecita “mientras aún estoy viva, no cuando me haya ido”.

Pero lo más surrealista, enloquecedor, desternillante son las presentaciones infantiles. Alguien me puede explicar, que yo no lo entiendo, qué mecanismos oscuros hacen que, en primer lugar, una madre enseñe a sus tres, si, tres, pequeños hijos a declamar como políticos de tarima, los viste de señores con terno y corbata o al menos chaqueta sport, y los lanza al ruedo y de paso llora con la dedicatoria de cada niño. Lo mejor fue el hijo menor que mascullaba una serie ininteligible de sílabas que casi siempre terminaban en un “mamá”.

También estuvieron las niñas cantantes, soy mala para las estimaciones de edad, pero digamos que la mayor tenía siete y la menor cinco. Vestidas de pantalón y top de jean, botas y sombrero vaquero. Las hermanitas Whatevah interpretaron para el respetable una canción y un baile. La canción era una ranchera en que la mayor desafinaba y la menor gritaba. El baile, y he aquí la explicación para el sombrero vaquero, fue de la novela Pasión de Gavilanes, un saltadito estilo square dance que el público acompañó ¡con las palmas! La princesa se esforzaba por alcanzar a ver esta destilada demostración del kitsch en su más alto grado de pureza. Algo vio, pero lo mejor fue la mirada que dirigió a las niñas, cuando caminaban de vuelta a los brazos de su orgullosa madre, en la que yo interpreté algo así como un “What the fuck???!!”.

La velada mejoró con la intervención de una abogada rubia oxigenada, que llevó diligente su pista al DJ en una funda de De Prati, que para qué, cantó bastante decente, no desafinó, no cambió las letras, no gritó. Se mandó esos clásicos de los días de las madrecitas: “algo se me fue contigo, madre”, y esa de “yo le pido a Dios rezando que mi mama no se mueraaaa”. Yo le pedía la mía que me lleve, en ese instante. O que al menos su fantasma viniera a sentarse conmigo para criticar y reírnos (como acostumbrábamos) de todo este circo gratuito. Y si algo se me fue contigo, madre, fue la cómplice ideal para esos preciados momentos en que hay que lanzarse el comentario irónico para no perder la cordura. Y aguantar la risa, por caridad, porque en ese salón había mucha gente que se lo estaba tomando en serio.

Al salir, vimos llegar los mariachis…

martes, 2 de mayo de 2006

Vuelvo a mi cauce

Las lluvias cesaron, la tierra reverdece, se apaciguan los ríos desbordados de emociones y descansan las lagunas profundas como espejos de aguas claras. Vuelvo lentamente a la vida cotidiana desde el dolor sublimado, regado con el inmenso amor recibido. Lo perdido se trasmutó en lecciones aprendidas, en una experiencia iluminada. Agradezco desde todas mis vidas, a todos mis afectos. Vivo, crezco, tengo a mis queridos al alcance de un latido y eso es lo que importa.

domingo, 16 de abril de 2006

El camino a la resurrección

El viernes pasado después del atardecer pasó por mi ventana una procesión que jamás había visto antes: el traslado del cuerpo de Cristo al Santo Sepulcro. Era una procesión fúnebre, con la imagen envuelta en una tela blanca, una vigilia con velas. No era tan numerosa como las que tuvieron lugar durante la tarde, en conmemoración de la crucifixión. Fueron menos los que se quedaron para bajarlo de la cruz, para amortajarlo, para llorarlo y depositarlo en la que pensaban, era su última morada. Luego vino el silencio, el dolor, el temor al futuro. Pero ocurrió el milagro, se rompieron las puertas de la muerte y el hombre-dios se reveló en toda su grandeza y poder, al punto de vencer la muerte física.

Hoy es domingo de Pascua de Resurrección y siento que comienza para mi una nueva vida, impuesta a la fuerza, con dolor físico, con malestar corporal. El dolor purifica, como el fuego que sublima al metal. No entraré en detalles, basta con decir que estuve enferma toda la semana y que aún estoy en una condición precaria. Pero he ganado en conciencia, en enfrentar algunas cosas que la negación me impedía, ante el fuego de un dolor intenso caen los velos y se iluminan las sombras.

Tengo que emprender un camino de cambio psicológico y espiritual. No puedo seguir jugando a vivir en el gris, en el tibio, en el cómodo. Tengo que aprender a vivir menos en el egoísmo y más en la entrega total, menos en la pereza y más en el trabajo, menos en la autocomplacencia y más en el sacrificio. Es hora, es tiempo, es urgente. La vida que está y la vida que llega así me lo exige.

miércoles, 22 de marzo de 2006

Vida

La Vida, que no entiende de excusas razonables ni dolores ni miedos, nos ha escogido nuevamente para ser su vehículo de llegada a este mundo. Nacerá en Noviembre.

Esa misma Vida, que escoge a la perfección sus tiempos y sus espacios, nos llevará a los cuatro de la mano, cargados de bendiciones, rodeados de afecto. Porque nos lo hemos ganado. Porque tú, pequeño saco de células, ya sabes que en esta casa se viven amores y risas, cosquillas y cosas ricas. Porque, entre sueños, tu hermana mayor te habrá contado lo bien que se la pasa conmigo, aunque a veces sea una cascarrabias, y lo divertido y bondadoso que es tu padre, aunque a ratos le dé por hacerse el estricto.

Decreto desde ahora que este ser tendrá una gestación y, sobre todo, una primera infancia plácida, monótona, previsible; no el circo de tres pistas que tuvo la princesa en su primer año… (y sobrevivimos). Este será un paseo, como esa segunda vez que te subes a la montaña rusa (que lo es). Anuncio que me pondré caprichosa e insoportable, como se supone que sean las embarazadas, no porque se me dé así el asunto, sino por pura aprovechada.

miércoles, 15 de marzo de 2006

Más de cien palabras...

Los que tenemos miedo y lo asumimos con eso que dicen que se llama valentía sabemos que la vida es difícil, jodida, compleja. Que la infancia dura un suspiro, la adolescencia es un grito y la experiencia llega con la adultez un poco demasiado tarde y por demasiado tiempo.

Pero por eso creemos, seguimos, sonreímos, cantamos, creamos, vivimos, amamos, soñamos, conversamos, abrazamos. Por eso creamos lazos que duran toda la vida aunque sepamos que aquella, la vida, no tiene garantía y peor aún, tiene fecha de expiración desconocida.

Pero insistimos y nos creemos el cuento de la permanencia aunque vivamos el día a día con el corazón listo para la despedida, luchando contra la soberbia de sentir que viviremos para siempre y peor, que el cuerpo siempre será tan joven como nos sentimos. Aspiramos, eso así, a que al menos alguien nos recuerde, con algún detalle, alguna frase, algún gesto, una comida, un lugar, una fotografía.

Por eso tenemos hijos y nacemos de nuevo a la novedad de la vida, a las manos pequeñitas, a las uñas diminutas sorprendentemente perfectas, el cuerpo frágil, las impresiones en blanco, los ojos abiertos a absorber el mundo entero y sus significados. Y les pasamos a ellos el mundo de las ilusiones, las hadas madrinas, los duendes, el reino del nuncajamás, las zapatillas de rubí, los ángeles guardianes, los dioses.

Les damos una patria, un equipo de fútbol, una ciudad, unos prejuicios, unas mañas, unas costumbres extrañas. Con ellos nos peleamos, nos enfrentamos en esa dinámica de la educación y la formación, y hacemos de tripas corazón cuando llega la hora de reprenderlos o castigarlos porque, ha sido cierto, a uno le duele más que a ellos.

Y un día cualquiera, digamos un lunes 13 de marzo, nos nace uno nuevo. Uno que es nuestro, uno que es pariente. Y se presencia con tanto asombro como compasión (la que les espera, chicos, ustedes nunca se lo imaginaron) cómo se forma en un instante una familia. Bienvenido al mundo, Santiago. Gracias por venir, estamos aquí para acompañarte.

“Más de cien palabras/ más de cien motivos/ para no cortarse, de un tajo, las venas/ más de cien pupilas donde vernos, vivos/ más de cien mentiras/ que valen la pena”.
Más de cien mentiras, Joaquín Sabina

Guía iniciática

De acuerdo al profeta Ludovico, y con la posta de la señorita Paulette, cumplo con la encomienda de elaborar esta lista de los libros, películas y discos que, cito al maestro, “son las más importantes para definir mi vida y mi mundo”.

Top of mind, porque no tengo ganas de rebuscar tanto y porque no ando en ánimo antológico ni explicativo. Si no conocen algún nombre, existe un bonito site llamado Google. Úsenlo, conjuguen el novísimo verbo: googlear.

Libros
El Principito, Señor Dios, soy Anna, Amor en los tiempos del cólera, El maestro y Margarita, Como agua para chocolate, El alquimista, Brida, Ensayo sobre la ceguera, Casi un objeto, El Evangelio según Jesucristo, Historias de cronopios y de famas, Rayuela

Películas
When Harry met Sally, Thelma y Louise, West Side Story, Amelie, Todas las de Tin Tan, Casablanca, Sound of music, Cualquiera de Mel Brooks.

Discos
Signos, The Joshua Tree, Cualquiera de Frank Sinatra y Les Luthiers, Mentiras Piadosas, Alevosía

Añado una categoría:

Series de Televisión
(Porque si, porque soy niña televisiva)
Plaza Sésamo y el Show de los Muppets, X-Files, Star Trek: The next generation (Kirk sucks, Piccard rules!), Mad about you, Seinfeld, Gilmore Girls, The Sopranos, Queer as Folk.

Cumplido, doña, no joda más. NO paso la posta porque, pues, ¡qué joda! Si a alguien le gusta el concepto, aprópiese no más.

miércoles, 8 de marzo de 2006

Otilia se fue

Otilia con 102 años, el pelo blanco, la piel morena arrugada, los dedos nudosos entrelazados, los ojos cerrados para siempre, reposa en su ataúd en una improvisada velación en su muy humilde casa. El ambiente es todo gris: gris del piso de cemento pulido, gris de las paredes de ladrillos cubiertos del polvo de los años, gris del color que está pintada su casa de dos pisos en el suburbio de Guayaquil, gris de la caja, las lámparas, las bases, todo el equipo fúnebre.

Su esposo, Daniel, está sentado a un lado de la capilla ardiente, creo que así se llama a esta exhibición necrófila, este acercamiento al rostro de la muerte. Juntos por 66 años, él cuenta ahora con 86. Se casaron por la iglesia un 6 de enero de 2001, entonces, escribí sobre aquella muestra de unión de parte de los dos y de devoción de parte de ella. Muchas cosas cambiaron en estos cinco años.

No puedo escapar a la tristeza de contemplar ese rostro querido, ahora sin vida. Sentada en esa sala, empiezo a ver su fantasma en todos los recuerdos que el lugar me evoca, y siento en ese instante su ausencia. Otilia ya no está. No estará esa cabecita blanca asomada en la ventana, no probaré de nuevo sus “cocadas” de zanahoria… y lamento no haber aprendido la receta.

La vida de Otilia fue una vida sencilla, acaso pequeña. No dirigió grandes empresas, no salvó vidas, ni tuvo descendencia. Pero fue un icono de su vecindario desde sus años de tendera al lado de su marido, un referente de una comunidad que asistió silenciosa a su despedida. Era una mujer luminosa, de gran sonrisa, de optimismo inagotable. Vivió y murió en la pobreza pero una pobreza digna, sin lamentos ni resentimientos.

Por sus 100 años de vida, en agosto de 2003, hubo una gran fiesta organizada por la gente del barrio y de la cercana parroquia de Domingo Savio. Hubo misa, flores, lagarteros, tortas, comida, con la abundancia que nace de la generosidad de los que tienen poco y comparten mucho. No hubo familia de sangre en esa fiesta, pero estaba presente una gran familia de los afectos sembrados en una larga vida.

Cuando mueren los mayores que nos conocen literalmente de toda la vida, una parte de nuestra infancia también muere, porque se desvanece el recuerdo, la imagen en sus retinas de nuestros primeros pasos, de nuestras familias, de nuestro paso por la vida. Con Otilia se va no solo mi infancia sino también la de mi madre y la juventud y la lucha de mis abuelos, sus vecinos y amigos.

Fue una agonía larga, un proceso lento producto de la vejez y no de la enfermedad. A veces, simplemente el cuerpo agotado y gastado, ya no sirve más para contenernos el espíritu. Otilia se fue y Daniel se quedó solo. Bien dicen que todas las historias de amor tienen un final triste.

Los lectores de este blog desde el inicio saben que no creo en este cuento del día de la mujer, pueden leerlo aquí pero no dejo de apreciar la coincidencia de escribir justo hoy sobre una mujer. Les recomiendo mucho, sin embargo, el editorial de hoy de Nelsa Curbelo en El Universo. Nota curiosa: el 22 de febrero pasado cumplió un año este blog, no lo recordé pero el post de ese día fue festivo, también por coincidencia.