jueves, 4 de enero de 2007

Azul

Me siento tan azul que el mismo mar palidecería al lado de mi alma. Me siento tan agua, tan inundación, que los tallos de las flores se adosarían a mi piel para lograr unos días más de vida. Me siento tan “nada”, tan “no sé”, tan “silencio” y “soledad”.

Vivo en mi burbuja azul y desde allí opero hacia fuera, casi con total normalidad. Despierto, sonrío, abrazo, beso, visto, alisto, parto. Manejo, despido, llego, saludo, me siento, prendo, escribo, miro. Me levanto, despido, salgo, manejo, sigo, respiro, transpiro, escucho, sonrío, canto.

Acaso se me note un poco más irritable, mucho más callada. No tengo de qué hablar, porque me siento vacía, y en esa paradoja de la tristeza, tengo tanto diálogo interno que no sabría por donde empezar ni a dónde apuntar el dedo para señalar causas, orígenes, momentos, soluciones.

Una niña maravillosa viene en este instante a decirme que soy “su mamá preciosita” y a darme una cadena de besitos en el antebrazo izquierdo y mientras lo hace, sigo escribiendo. Escribo, al menos eso hago, el mes de diciembre fue de silencio no porque estuviera demasiado ocupada, que por primera vez no lo estuve, sino porque me sentía muda, dispersa, desenfocada.

Me llegó esta mañana una carta dulce muy dulce, que me atravesó el alma y me puso a revisar los últimos seis años de mi vida y ver los niveles en que le he fallado al queridísimo emisor de esa carta y lo que me duele su desilusión. Y la distancia que hay desde esta silla a la cama donde reposa de un encuentro más con la cirugía moderna.

No hago promesas, no quiero soluciones, no quiero palabras, ya he estado aquí antes, ya conozco bien la salida. Quiero tiempo, silencio, descanso. Lujos de los que no dispongo. Cuando era más joven podía pasar estos baches acostada en mi cama mirando el techo, escuchando música, llorando, escribiendo. Hoy tengo otros mecanismos, mucho menos espacio. Tengo esta pantalla, este teclado, esta página. En la oscuridad del alma se está muy sola y es eso lo que se precisa, la soledad para escuchar el latido y dejar que ese ritmo primigenio nos saque a flote. Mi sonrisa me espera.

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