jueves, 29 de diciembre de 2005

A propósito del Fin de Año

¿Quién a estas alturas de la existencia cree en los propósitos que se hacen al calor de la víspera de Año Nuevo? ¿Quién auténticamente cumple con la promesa del 31 de diciembre? Declaro que el fin de año se me hace una soberana tontería. Las fechas, los calendarios, el número de días de los meses, los años bisiestos son tan fabricados como relativos. Apenas son símbolos.

Pero como tales, tienen su magia, su misterio, su paradoja. Llega el 26 de diciembre y en esta semana extraña entre el respiro de la Navidad (carrera de 100 metros planos en mal estado físico que la mayoría se autoimpone y el resto sufrimos sus efectos) y la llegada de la Noche Vieja nos ponemos nostálgicos, con ánimo de balance, con urgencia de despachar en seis días toda la lista de pendientes que 360 no concluimos.

Recorremos los meses y hacemos recuento de los eventos y las ocurrencias, los encuentros y las despedidas, las ganancias y las pérdidas. El dios Cronos llega con el tic tac de las 12 campanadas a pedirnos cuentas de qué hicimos con el año entregado. La corriente nos atrapa, la energía de la época nos contagia. Aquí va mi resumen ejecutivo.

A saber, en el año del Señor de dos mil cinco:

Conocí primero a una señorita Paulette Goddard, la muy diva, la muy operática, la muy sensible, la muy abrazadora, la muy “teamo”, la muy ella (como le gusta tanto decir). El primer encuentro con la Miss G estuvo marcado por una insual lluvia de mayo que nos devolvió a casa empapados y encantados de conocerla, señorita.

Luego tocó mi puerta un Mr. Long John “IworshipTheBeatles” Silver, freak como sólo él, gracioso como sólo él, standup comedian natural como sólo él. Lo seguía una señorita Penny Dreadful, pelo camaleónico, caja de sorpresas, corazón de gelatina, ternura a flor de piel y locura que lucha por tomar el control.

Apareció entonces un escritormúsico Mean Mr. Mustard, cálido, agudo, maestro... y su consorte Miss Freud que llegó con una armadura de lejanía que se derritió al calor de las risas y los vinos para revelar un interior con un algo de felino, un mucho de finura y un harto de afilada inteligencia.

Se sumaron los amigos de siempre, de vidas pasadas, que mostraron nuevas facetas: Fátima Acioly, compañera de bohemia, ácida y dulce y James Profit, el querido Flaco, que ahora le dicen “padre de familia”, cara de profesor bravo, corazón de melcocha. Pareja de finísima ironía y amistad a toda prueba.

Más tarde llegó una Lolitamaldita, que me gana en la Sabinería y eso dice mucho de ella. Así se completo la comunidad N, freak party con dippas, plática interminable mística mágica musical literaria obsesiva histérica. Enriquecida con algunos artistas invitados, entre ellos, Xica y Xico, simpáticos y enigmáticos; una princesa asiática que emite entre sus prolongados silencios sentencias sabias cual Confucia guayaca; y para rematar la señorita Edipa Maás, “con d de demasiado”. Y un blogger ultrasecreto que jamás revelaremos a los no iniciados.

Recibí un ahijado con ceremonia y recuerdos y otro virtual, secreto, pero que amadrino con igual esmero. Espero sobrino propio que llegará en algo así como tres meses así que para el recuento del año lo que cuenta es la Pimpollita embarazada, hermosaaaaa!!! Celebré cuatro cumpleaños en mi casa y en mi sala se conocieron dos mujeres que se suponían enemigas y se volvieron aliadas. Y un hombre perdió.

Encontré a Dios en el silencio. Perdoné y experimenté el renacimiento de un amor muy necesario en mi vida. Me enamoré de un cantante uruguayo por culpa del mismo señor que el año anterior propició el enamoramiento de un escritor argentino.

Me hice más amiga de un príncipe hermoso, dignísimo hijo de su Real padre. Leí Rayuela. Grabé en mp3 los discos del Chavo, el Chapulín, Petete, Parchis y el tío Johnny. Descubrí el blog de la gorda. Subí veinte libras. Disfruté de la hospitalidad de la tía Nena en Florida.

Consideré terminar este año con bebé en camino. Conseguí un trabajo perfecto para mí. La princesa empezó a ir a la escuela (y le fascina) y gozó a conciencia cumpleaños y Navidad. Decidí dejarme crecer el pelo. Inicié este blog.

Perdí un poco más la vergüenza. Me reconcilié aún más con el espejo. Me sentí de mi edad y me gustó. Sigo enamorada. Estoy feliz. Tengo fe, confianza, alegría. (...no, they can´t take that away from me). Te tengo a ti que me lees y piensas, aunque no comentes (Hazlo hoy, aún estás a tiempo).

En este 31 daré gracias por todo, brindaré por todos y enviaré en mi mente mi ofrenda de flores y frutas a la diosa Iemanjá para que venga un año lleno de días luminosos, de abundancia, de amor para todas y todos, que para TODOS hay. ¡Salud!


¿Propósitos? No. ¡Si se cuenta no se cumple el deseo!

martes, 20 de diciembre de 2005

Navidades

Tuve una Navidad sin familia, pero eso no es lo que recuerdo. Recuerdo que recibí la muñeca de la Mujer Maravilla y eso fue lo máximo. Recuerdo que había muchos niños, recuerdo la casa, recuerdo la gente. Pero no recuerdo haber sentido que mi mamá y mis abuelos no estaban conmigo esa Nochebuena. Yo tenía siete años y a mi abuelito César solo le quedaban cinco días de vida.

Tuve año tras año de las Navidades glamorosas de mi familia postiza, con mi hermana de tomate y sus parientes y amigos de todos los sabores, nacionalidades, edades y colores. Reunión especialísima de ocho a diez de la noche, con ponche, intercambio de regalos y papá vestido de Noel con barbitas de peluche.

Tuve varias Navidades de familias integradas, de sentirme parte de una pequeña comunidad de mi familia y su familia, de compartir mesa, pan y fiesta significativa. De ver a nuestras madres iniciar una amistad que se volvería independiente, sólida y ahora, eterna mucho más, diría, después de nuestra despedida.

Tuve Navidades de casada, tensas, divididas, incómodas. De iniciar el peregrinaje de chocolate-de-Nochebuena-con-mi-mami, almuerzo-de-Navidad-con-la-tuya. Del dolor de sentir que mi familia no te acogía, apenas te recibía; y la tuya me rodeaba con cariño, me hacía una más a la mesa con sentimiento y derecho propios.

Tuve una Navidad llena de adioses. Con el árbol más lindo de nuestra vida, armado en casa de mami por las manos prodigiosas de la amiga del tercer párrafo. La princesa de apenas un año, con su carita de sorpresa con las luces de ese, su primer árbol. Con tu mano en la mía para sostenerme en medio del trance de dolor que nos vivía.

Tuve una primera Navidad de silla vacía, de espacio inmenso, de no saber dónde ni cómo ponernos con ella. Pero ahí estuvo una vez más la princesa para aliviarnos, para comerse los quesitos y empezar a sorprenderse con la multitud de regalos que recibió donde la abuelita “flash”. Trasladé el árbol magnífico a mi casa y le puse lo suyo y lo mío. Más bien lo hice mío, homenaje a mi saudade de ella...

Tengo una Navidad llena de amor, de alegría naciente, de serenidad y esperanza. Una Navidad que a los ojos de la princesa se vive como la verdaderamente primera. Gracias a los cantos, los adornos, las posadas de la escuela. Será ovejita en el nacimiento viviente, ya sabe del “bebé Jesús, la mamá María y el papá José”, ya grita “Feliz Navidad”, ya busca las señales de la fiesta en las calles, los centros comerciales, los balcones. La Navidad es suya ahora y con ella irá creciendo nuestra ilusión.

Es Navidad, es Nacimiento, es reverdecer, es resurrección. Es Jesús y la grandeza del milagro de su vida, que está tanto en la cruz como en el sencillo y grandioso hecho de que todo un Dios se haya hecho Hombre. Es Amor, sólo es Amor.

Paz para todos desde el Amor que inunda mi corazón. Todas las tempestades pasan, algún día. Y para mi, este es el día.

viernes, 9 de diciembre de 2005

Paréntesis que cierra, paréntesis que abre

Rompí la buena racha de publicar un post por semana que establecí en octubre. Ofrezco mis sentidas disculpas, pero fue por una buena causa: he vuelto a trabajar. Me entallo de nuevo el traje de periodista, presto ojos, oídos y manos a transcribir historias ajenas, informaciones breves, reportes del lugar de los hechos.

Se cierra un paréntesis de cinco años de “ocupación: ama de casa”, cuando no “quehaceres domésticos”. Años productivos en lo interno, en lo familiar, en lo espiritual.

Abro el paréntesis laboral con destino y lapso de tiempo indefinidos. Con ánimos, con sorpresa de no haber perdido las habilidades adquiridas, con óxido en tareas como despertar temprano y vivir bajo la dictadura del reloj, con la incógnita de experimentar la vida de madre trabajadora, aunque sea a medio tiempo.

Con esperanza y gratitud.

Las diosas también usan colitas


He permitido a mi cabello volver a crecer. Lo he llevado corto, cortísimo, durante dos años. Dos años en los que pasó de todo, pasé de todo y, por fin, estoy de vuelta. Y el cabello largo también. Son sensaciones distintas, estados de ánimo distintos.

Una mujer de pelo corto es una mujer valiente, segura, que se despoja voluntariamente de ese adorno de la feminidad que es el cabello largo, marco de color y textura. Cuando una se corta el pelo lo muestra todo, pone el rostro por delante, expone el cuello, la nuca, las orejas... Es el epítome de la sencillez, es una expresión de riesgo, es un método práctico de estar siempre peinada, más bien, de no requerir peinado.

Una mujer de pelo largo es una mujer sensual, versátil, con un moño puede verse seria, cuando se suelta el cabello es como que libera su ser, extiende sus hilos. Las mujeres de extensa cabellera tienen recursos gestuales adicionales: jugar con un mechón, mover la cabeza para agitar los rizos, o los lacios. Acaso se ve más juvenil, romántica, femenina. De hecho, hay quienes opinan que a “cierta edad” ya no conviene tener el cabello largo. Al diablo con esos, y en fin, aún no tengo ni siento esa indefinida “cierta edad”.

Quiero tener el pelo largo para poder “soltarme las trenzas”, para despeinarme, para volver a agitar la melena cuando baile, porque eso: quiero volver a bailar, sentirme ligera, despreocupada, irresponsable ("..con ese antiguo don de fluir", reza una canción).

Ya empiezo a tener una melena que necesita peinarse. Ya empiezo a recurrir a diademas, pinchos, elásticos. Ayer me hice por primera vez dos colitas, ridículas, graciosas; mientras escribo estas líneas tengo un medio moño. La temporada de calor que empieza a hacerse sentir me preocupa. Quizá el cabello largo no sobreviva ante la frescura del pelo corto, la difusión de calor que permite oxigenación directa al cerebro a lo mejor sea muy tentadora. Veremos. Verán. Veré (o más bien, sentiré).

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Luna llena

“La luna, más bruja que bruja
nos teje una tela que vuela y se va
luna, más loca que loca
borracha de anises y estrellas de mar”.
Luna de menta, Javier Alvarez

Está llena la luna y desde que empezó a redondear me resuena en la cabeza esa canción de Alvarez. Anoche empezó la luna llena y mi naturaleza selenita no hace más que sentir su influencia.

Luna llena que agita las mareas internas que a veces se vuelven cascadas, otras huracanes. Luna llena que hace mirar al cielo y pensar tonterías como si la luna se verá igual en ese otro cielo en que alguien querido la mira. Luna llena que me mira simultáneamente en cada momento de la vida en que la estuve/estoy mirando. Por ejemplo: luna llena reflejada en el río Guayas en esas noches en que el Malecón sólo era el Malecón y no se apellidaba dosmil y la miraba desde otra edad, en otra compañía, asomada a la ventana de otro piso de este mismo edificio. Y como siempre, como entonces, como ahora, no le pedía deseos, se los contaba.

Luna mujer preñada, luna mujer enamorada, luna mujer abandonada, luna mujer silenciosa. Luna lunera cascabelera. Quisiera ser tan alta como la luna. Blue moon, you saw me standing alone. If you believe they put a man on the moon. Luna quiere ser madre y no encuentra querer que le haga mujer. Luna llena imposibles son los hilos que manejas.

En estas noches no soy diosa guerrera, soy diosa lunar, lunática, alunada. No es cosa de la que hablar, es cosa para sentir, para salir a la calle y darse baños de luna. No hay más que decir y como en materia de Luna nada mejor que un poeta, aquí les dejo a Jaime Sabines.
      La luna

      La luna se puede tomar a cucharadas
      o como una cápsula cada dos horas.
      Es buena como hipnótico y sedante
      y también alivia
      a los que se han intoxicado de filosofía
      Un pedazo de luna en el bolsillo
      es mejor amuleto que la pata de conejo:
      sirve para encontrar a quien se ama,
      para ser rico sin que lo sepa nadie
      y para alejar a los médicos y las clínicas.
      Se puede dar de postre a los niños
      cuando no se han dormido,
      y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
      ayudan a bien morir.

      Pon una hoja tierna de la luna
      debajo de tu almohada
      y mirarás lo que quieras ver.
      Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
      para cuando te ahogues,
      y dale la llave de la luna
      a los presos y a los desencantados.
      Para los condenados a muerte
      y para los condenados a vida
      no hay mejor estimulante que la luna
      en dosis precisas y controladas.

lunes, 31 de octubre de 2005

Tres años

Cumplimos tres años, ella y nosotros. Ella de haber llegado a esta existencia, a este plano, a esta vida, en la que ella se llama Emilia Lucía y es una encantadora princesa, rubia, flaca, ojos grandes, sonrisa infinita. Yo, de haberme convertido en madre, de ser sustento, cuidadora, ejemplo. Pepe, de ser papá canguro, entregado como nadie, hábil en todas las actividades de bebés y niñas, porque lo único que no ha hecho por ella es lo que la naturaleza me permitía solo a mi.

Ella es vital, un dínamo con piernas largas que parece no agotarse nunca y cargarse de aire, sol y salchichas con tomate. Es una mujer de carácter fuerte, impositiva, malgenio, pero dulce y cariñosa, compasiva con los que lloran, los que están tristes, los que están enojados.

Ella está acostumbrada a dormirse cargada, grave error de nuestra impericia. Ella aún aparece por las noches porque no sabe volver a dormirse sola, se para en mi lado de la cama y se escurre entre las sábanas para amanecer en cama familiar, yo hecha un sánduche de incomodidad porque la señorita se mueve y estira a cada momento; Pepe balanceándose en el borde, empujado por nosotras. Son tres años de no dormir bien, se supone que cuando tienes hijos nunca más dormirás como antes, en total inconsciencia. No, no es solo por tener la responsabilidad de velar por ellos, es porque no TE DEJAN dormir igual.

Ella nos salvó del cinismo, de la comodidad, de la inercia de una vida de adultos. Ella nos ha permitido valorar los momentos en que somos personas, pareja, y no padres. Ella nos distrae, nos trae de vuelta las ilusiones de la infancia, ella, que descubre a cada paso un mundo nuevo. Ella que nos permite volver a ver muñequitos, aprendernos las nuevas canciones, jugar con los nuevos juguetes. Ella es la vida que se renueva, se reinventa y se asombra. No sabíamos en lo que nos metíamos pero estamos felices de haberlo hecho... la mayor parte del tiempo.

Ella nos hace pensar en el tiempo y la permanencia y el legado. En lo que tiene de cada uno, en lo que aprende de cada uno. Ella nos ha hecho temer por primera vez a la partida anticipada, ella nos hace pedir un año más de vida para acompañarla, para proveer para ella sustento, amor, enseñanza. Ella nos hace aferrarnos a la vida, trabajar con alegría, saborear el cansancio cotidiano porque lo paga todo con intereses con un beso inesperado, con sus risas y sus carreras que vibran por toda la casa, con cada aprendizaje, cada avance, cada descubrimiento.

Ella es sonrisas y besos y abrazos locos. Ella es caramelos y helados; leche-teta, canguil y sopitayabóz. Ella es “tequieroyoytuami”. Ella es “Emilia Preciosa” y hoy, en el día de las brujas, los duendes y las hadas, cumple tres años. Nada es casualidad, hoy además, nació otra princesa en España.

martes, 25 de octubre de 2005

Ayer lo vi

Ayer lo vi, parado en una esquina, esperando a su auto blanco, acompañado de dos guardaespaldas. Estaba solo, delgado, envejecido pero bien parado, columna recta, manos sin temblores. Esta viejo, viejo, viejo. Tiene todo el pelo blanco (pero ahí sigue esa melena imposible), las arrugas pronunciadas, la cara un poco desencajada por la pérdida del ojo. Estaba allí, la encarnación de todas nuestras quejas, la personificación de ese poder exagerado que le atribuye el colectivo. El dueño del país, el ex alcalde, el líder vitalicio de ese partido, el ex presidente. Le han dicho el innombrable, el cíclope, el felino. Yo escribí hace (¡Dios!) seis años una de mis crónicas mejor logradas sobre sus ruedas de prensa en la alcaldía, a las que tuve el privilegio de asistir.

No se confundan, desprecio sus actitudes, sus juicios, sus opiniones, sus manipuleos tanto como cualquiera con un poco de inteligencia y esperanza de que mi paisito un día por fin deje de ser un feudo, una Banana Republic (en esa tienda nos deberían descuento a los nativos...). Pero reconozco su importancia, aunque en muchos de sus pasajes sea nefasta, para la historia nacional. Y puedo decir que lo he visto en acción, haciendo Historia. Lo he escuchado lanzar fuego por la boca sobre cualquier tema que cualquiera le pregunte. Y he presenciado su encanto de serpiente, su presencia fuerte, su carisma arrollador.

Ayer lo vi, veníamos hablando de política, lo nombramos varias veces, hablábamos de su opinión rebuscada respecto de la tal Asamblea Constituyente. En la Plaza de la Administración, antes de doblar hacia esa cuadra, donde lo vimos, Pepe lo había comparado con Uribe, como del equipo de los malos. Y yo acababa de decir que Uribe no le llega a los talones en maldad. Y enseguida, allí estaba. Me asusté, me sentí como alguien debe sentir cuando ve al diablo. Como para que nos quede de experiencia que no se debe invocarlo en vano. Uno podría encontrárselo por ahí, parado en una esquina, esperando su auto. Solo. Viejo. Humano.

miércoles, 19 de octubre de 2005

Sentidos

Sentimos con la piel, los ojos, los oídos, la nariz y la lengua. Ellos nos traen el mundo hasta la ventana de nuestra conciencia, nos ayudan a establecer cómo es: a qué sabe, que temperatura tiene, cómo suena, cómo luce. Pero la balanza de los dones, esta muy particular que tiene cinco lados, se nos inclina para unos lados y para otros no.

Mi sentido dominante es el olfato que, dicen los que saben, está muy enredado con la memoria. Y es cierto: un olor me trae de golpe un recuerdo, un lugar, una imagen, una emoción, una sensación, una compañía.

Recuerdo el olor de la casa de Ballenita aún cerrada, la humedad oscura de los cuartos, la frescura del mar al abrir las ventanas, hasta me atrevo a decir que allí se mezcla también el olor de la polilla de los maderos que cubren el espacio entre las ventanas y las telas metálicas. Y con ese olor, me llegan la libertad, la comodidad, la fantasía de esa preciada adolescencia en el “claustro con piscina”, Michelle, Henry, Jaime y yo, en cuarteto insuperable de la temporada de 1988.

Hay olores que son para mi hogar, calor, seguridad. El olor a chimenea y esencia de romero del departamento de Lucía, la magia de una torta de chocolate en el horno, las ollas con agua hirviendo y eucalipto que mi abuela ponía en cada cuarto con las ventanas cerradas una vez al año para desinfectar el ambiente.

El olfato es de los sentidos más animales que tenemos, como ellos, nos reconocemos unos a otros por nuestra fragancia, pura química interna. Tengo el olor fuerte de mi mamá en su almohada, sus ropas, su cama y en contraste; el sutil olor de mi esposo en la pijama que queda bajo su almohada cuando se ha ido de viaje; el olor agridulce de la cabeza sudada de la princesa más parecido al mío que al del papá con quien comparte tantos rasgos similares.

Me encantan los perfumes, los inciensos, los aceites esenciales. Me fascina el olor del ajo en aceite caliente, el de las hierbas, las frutas, los condimentos, las nueces tostadas, el canguil en el microondas. Me gusta la gente que huele solo cuando les das un abrazo apretadito y te llega el golpe de la mezcla única que hacen piel y perfume. Y si, me cambió la vida la novela de Patrick Suskind. Me reafirmó el poder de los aromas y las narices.

Detecto las fugas de gas, las ollas quemadas y los “accidentes” de los pañales mucho antes que el resto. Si, me afectan los malos olores pero, he aquí mi capacidad única: puedo filtrar olores, “cierro” mentalmente la nariz (ojo, sin usar los dedos) y respiro por la boca. Así puedo manejar a una cuadra del carro de la basura, soportar los olores humanos que se sienten en las aglomeraciones y así pude resistir aquel olor a quemado, a flema y sangre.

Voy a incluir aquí en una subcategoría el sentido del gusto porque van amarraditos, por eso, cuando tenemos gripe la comida no sabe porque, para empezar, no huele. Y aunque la finura del paladar es algo que se desarrolla paladeando, algo de práctica tengo en adivinanzas de ingredientes, en cata aficionada de vinos tintos con la experta guía del vecino francés.

El segundo lugar es para el oído pero no al nivel de que puedo detectar si un músico apenas desafinó o se atrasó en el compás ni si el equipo de sonido está mal ecualizado. Nada de sutilezas así. Lo mío va más por el lado de la memoria musical. Reconozco canciones, recuerdo letras, con pocos compases. Y también es una cuestión de tipo más emotivo que con ínfulas de musicóloga. No soy como esos amigos que con escuchar una canción de un grupo X, digamos que Los Beatles, unen a la memoria auditiva el conocimiento de quien tocó que instrumento y en qué estudio se grabó esa versión en particular y si para ese entonces John miraba mal a Paul y Ringo estaba o no con problemas de hemorroides. (¿Acaso han visto esos banquitos de bateristas?).

En empate en el tercer lugar, asigno la vista y el tacto. Pero en una función particular, la de la intuición. Eso, a la interpretación sensorial que nos da ese algo que los ojos registran y la piel percibe. Eso que te hace rechazar a una persona a flor de piel con saludarla una vez o que te permite detectar las frases no dichas, las verdades que la voz oculta pero el lenguaje corporal grita. Eso que te comunica cuando en una pareja hay un desbalance de afectos, por como mira ella, como se abstrae él cuando ella habla, como los cuerpos no ajustan, no se complementan.

Aqui llega, la parte interactiva, la pregunta al viento, el combustible para la cajita de comentarios. Esta vez tengo dos vertientes de preguntas. La primera relacionada con el olfato: ¿A qué hueles? ¿Qué olor te gusta? ¿Hay algún aroma que asocies conmigo?

Esta es la segunda: Ojos, narices, lenguas, pieles, orejas... ¿cual es tu sentido consentido?

lunes, 3 de octubre de 2005

Héroes de la ciudad

“Debe ser alguien especial/ que nos pueda ayudar/ debe ser alguien/ que no tenga miedo/ es una misión para un héroe amigo/ un héroe amigo.

“Soy un héroe amigo/ con honor/ aprenderás lo que te enseñaré yo/ con mucho esfuerzo y dedicación/ tú puedes ser un héroe como yo/ un héroe como yo”.


Canción de "Los héroes de la ciudad", Disney Channel

Pasaron anoche por la ventana de mi departamento. Pasaron con las sirenas encendidas, colgados de las ventanas, techos, costados, escaleras de sus relucientes camiones rojos. Uniformados de camisetas azules y una especie de sobretodos azules con rayas amarillas. Saludaban a la gente que se agolpó en los balcones del Malecón a verlos pasar. La llegada se anunció con varias cuadras de anticipación. Ese ruido que cuando lo escuchamos, solitario, una noche o tarde cualquiera, nos asusta; anoche era de fiesta.

Los bomberos de Guayaquil son una de las pocas cosas que me llenan de orgullo de ser guayaquileña. Ahí esta la famosa identidad, el cacareado maderadeguerrero. Me fascinan los bomberos, sobre todo los voluntarios. Nadie les paga, nadie les costea ni el estudio, ni gran parte de los equipos que adquieren o importan por su cuenta, ni las horas de guardia en una estación. Son hombres y mujeres, jóvenes universitarios, padres de familia, gerentes, profesionales, abuelos. Tienen la radio a su lado, siempre. Saltan en la noche a la voz de incendio, toman sus autos, cargan con sus equipos, se ponen el uniforme a medias sobre la ropa o la pijama.

Los he visto en acción en esta cuadra más de una vez. Llegan como la sangre a la herida, sin que haya de por medio una llamada. Saben que se los necesita, saben que prestan su fuerza, su cuerpo, su experiencia para salvar vidas y bienes. Se intoxican con el humo, se calientan con el fuego, se cansan con el esfuerzo. Pero insisten, llegan, asisten.

Los he visto llegar en los camiones rojos, en sus propios carros, en últimos modelos y en destartalados, en taxis, con amigos, con esposas. Abren la cajuela, se ponen los pantalones con tirantes, se acomodan las botas, se protegen el cuello y la cara, se calzan la chaqueta inflamable, se calan el casco. Y se meten al fuego. El fuego del que nosotros, los normales, huimos, ante el cual nos descontrolamos.

Nadie les paga, nadie los llama. Son nuestros héroes de la ciudad. Son nuestra tradición. Mi mejor amiga está casada con uno de ellos. Admiro a las parejas, madres, padres, novias, enamorados que se quedan en casa en la media noche o se enteran de un fuego en cualquier momento del día y esperan. Confían. Rezan. Ellos saben lo que hacen pero siempre hay riesgo. Y más de una vez habrá el dolor de no haber llegado a tiempo.

Pasaron anoche y no me dio ninguna pena hacerles de la mano, sonreírles, agradecerles. No me dio nada menos que orgullo verlos tan numerosos, contentos, haciendo una bulla casi insoportable, algunos ondeando a todo viento la celeste y blanca bandera de Guayaquil.

lunes, 12 de septiembre de 2005

Alma de blues

Estoy con el corazón pintado de blues. Azules cielo, azules mar, azules mirada, azules noche, azules tristeza. Tristeza inexplicable, tristeza inesperada, tristeza rechazada.

No son los recuerdos que no tendré de un Mardi Gras en Nueva Orleans, no son los cortejos nada fúnebres con banda “mocha” en clave de jazz por el cementerio antiguo que jamás acompañaré con irreverente sonrisa.

Son dolores del crecer, nostalgia del futuro imposible, saudade por las vidas pasadas, las compañías que hoy están demasiado lejos, en otras dimensiones, otros países, otras realidades interiores.

Este fin de semana viví un momento mágico. Tres amigas que bailaban con sus hijos en el patio de una casa, junto a los músicos que cantaban eso de “mientras siga viendo tu cara en la cara de la luna”. Y fue perfecto, fue espontáneo, fue feliz. Fue ver la sonrisa de mi hija que disfruta cuando baila conmigo, fue sentir que le estoy pasando esa parte de mi. Fue tener a un lado a la amiga que vive lejos, con la que los lazos virtuales han hecho más intensa la intimidad, con su hijo hermoso, vibrante, feliz. Fue tener al otro lado a la amiga a la que le están naciendo tímidas hojas después de que un tifón le arrasó su concepto de la vida y el amor y le dejó de regalo un niño bendecido. Y un corazón nuevo.

Algún día recordaré ese momento y nostalgiaré por este ahora. Los niños pequeños, las madres apenas entrando en una madurez en la que no se reconocen del todo, pero que saben que ya se instaló en sus vidas algunos momentos antes.

Me siento como la tierra por la que pasó el huracán, inundada, revuelta, caótica. Pero llena de posibilidades, caldo de cultivo para un mundo nuevo, una madurez nueva, una inocencia nueva.