miércoles, 22 de noviembre de 2006

Los días de Sabina II

Lo he olvidado todo, lo juro. O más bien me ha quedado una melcocha de emociones, canciones, lágrimas, risas, gritos y llamadas que me han nublado todo recuerdo racional que incluya datos exactos, comentarios precisos. Así que advierto que contaré mi experiencia del fin de semana del concierto y no haré una relación objetiva de los hechos. Además, si no lo escribo pronto Fátima me quema el blog.

El viernes fue un día de reencuentros, confidencias, revelaciones. Caminé a media tarde bajo un cielo gris, caminé después del aguacero de la noche bajo la garúa helada. Me tomé un café delicioso en un lugar hermoso (¡gracias Carlos!). Luego, noche de pizza y vino tinto junto a una chimenea en gloriosa compañía, incluido el placer de ver lo bien que crecen las personas que hemos conocido desde muy, muy jóvenes y poder ahora, sentarte a conversar de cosas en común y reconocer la intensidad y el entusiasmo de unos bellísimos quince años. Reconocimientos a esa madre que ha dudado tanto de si misma y a pesar de (o quizá gracias a) ello ha hecho un magnífico trabajo. Espero tener tan buenos resultados como tú, amiga del alma. Me mató con su fascinación/orgullo/ alegría de “¡le pusiste el nombre a tu hija por nosotras!”.

Desperté el sábado como se despierta uno el día de su cumpleaños, de esa fiesta especial, de la Navidad: temprano. Mañana de cielo cubierto, fría, lluviosa, quiteña. Desayuno copioso, de nuevo caminata bajo la lluvia. Mensajes que vienen y van para contactar al resto de la tropa y ajustar detalles para la noche, llamadas para coordinar encuentros con la otra parte de mi familia de los afectos que vive en Quito.

La tarde nos encontró en la galería de la Universidad Católica, viendo la exposición “Tres grandes de España”. Tres pisos con grabados de Goya, Picasso y Miró. Apreciamos la ironía de estar viendo precisamente a tres artistas españoles en la víspera de ver a otro español. Sólo nos faltó almorzar tortilla española con tinto de la Rioja. Pero el entusiasmo no dio para tanto. Allí nos encontramos con las dos niñas que confunden chuchaqui con soroche, algo así como para darse aires de “monitas que no procesan bien la altura”. Señoritas, ¡lo que no procesan bien es el trago! Con ellas llegamos hasta el Magic Bean a tomar un delicioso almuerzo tardío.

El resto de la tarde fue esperar, esperar… que pasen las horas, que lleguen todos los convocados, que las calles desde la plaza Foch hasta el Agora fueran más cortas. Llegamos un poco muy tarde al local. Las puertas tenían mucho rato de haber sido abiertas y las mejores ubicaciones ya habían sido tomadas. Me enojé conmigo misma por no haberme cumplido la promesa de hacer cola desde las dos de la tarde. Finalmente, los chicos ejercieron sus instintos cazadores y encontraron una mejor ubicación. Ahí estábamos con Paulette, Ludovico, María Candela (gusto de conocerla, niña!) y Phantom, que hizo gala del mejor timing de la noche, llegó a nuestro lado justo cuando se apagaban las luces. Ninguno se lo creía.

Inicio del concierto: “Aves de paso”. Joaquín Sabina sale con bombín gris, jeans negros, camiseta de mangas cortas negra que dice “Norma Baker” en grandes letras delineadas en rojo, chaqueta púrpura encima, y un bastón con mango de plata. Es un dandy, un gentleman, un histriónico rocanrolero. El grito de fan quinceañera sale natural como si gritara así para ganarme la vida en un estudio de sonido de películas de terror clase B. El telón de fondo es un muelle pintado donde un buque llega a puerto, el juego de la iluminación hace que a veces se enciendan las lucitas de las escotillas pintadas. “Esta es la banda del Titanic, porque tocan mientras yo me hundo”, diría Sabina en el intermedio.

Llegaron las canciones. Mentiras piadosas, Ruido, Siete Crisantemos, Resumiendo, Por el bulevar de los sueños rotos, Calle melancolía, Quien me ha robado el mes de abril, Contigo, Y sin embargo, Pájaros de Portugal, Ahora que, La del pirata cojo… La lista sigue, fueron más de dos horas y ya lo dije: ¡No me acuerdo! Me pasó que se me anularon las funciones de search and retrieve de mi cerebro musical, escuchaba, reconocía los primeros acordes de cada canción pero era incapaz de saber cuál era, peor de decirlo. Cosas curiosas de la euforia. No estaba ebria, ni lo estuve después del concierto. No hacía falta, el éxtasis fue musical.

En resumen, hubo más canciones del disco Esta boca es mía, de lo que hubo en otras fechas. Me dio la impresión que hubo algo de análisis de lo que se ha vendido o conocido más en este mercado. Sobresaliente Olguita Román, hermosa voz, hermosa mujer, se mandó una canción solita y su adorable caracterización de la Magdalena, con boa de plumas y cigarrillo en largo pitillo negro. Panchito Varona, un loco con disfraces. Y Antonio García-Diego, sobrio y elegante con terno claro, se mandó una hermosa versión en solitario y al piano de “A la orilla de la chimenea”.

El público vibró, cantó, levantó los brazos, estuvo de pie todo el tiempo. A mi derecha había un grupo de tres hombres, treintañeros, que me tuvieron con la intriga todo el concierto ¿para qué habrán venido? No cantaban, se limitaban a observar, eso sí, se los veía a gusto. Pero esa fachada se cayó cuando llegó “19 días y 500 noches”, que la corearon a voz en cuello y abrazados. Hombres despechados, sin duda. En esa misma dirección un señor, mayor de 45, de terno gris, no cabía en si de la emoción, en especial, con las más viejitas. No saben cómo cantó Princesa. Ni se diga de Paulette que canta con todo su ser y que le importa un bledo saber, como lo sabe, que canta fuera de tono y fuera de ritmo. Ella canta porque le nace y le importan muy poco los estándares ajenos.

Y yo, canté con las manos cogidas sobre el corazón. Era mi forma de lograr que no se desborde. Y sin embargo…

…………

Lo que vino después no importa, no cuenta, porque no existe. Hasta ayer seguí escuchando, flotando, reviviendo, retumbando del concierto y de Sabina. Ludovico me regaló este caramelo: el blog de Pancho Varona, donde relata las impresiones del lado opuesto del escenario. Ya puse también mi comentario súper groupie. A lo mejor Panchito lee esto. Y al pensar eso, por pura deducción, una se vuelve a emocionar con la posibilidad de que Joaquín, ese dios que se me antoja griego (porque los dioses griegos eran como él: borrachos, sensuales, delirantes), ponga sus ojos en mis palabras. ¡Uy!

El resultado maravilloso de este concierto fue que a mi consorte POR FIN se convirtió al sabinismo. Diez años de insinuaciones mías y llega Joaquín y se ilumina. Poderoso el bombín...

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